Con el título de El hombre en el umbral se conoce un cuento, nacido de la pluma del célebre escritor argentino, Jorge Luis Borges, el cual forma parte del libro El Aleph, publicación editada por primera vez en el año 1949, gracias al trabajo de la Editorial Losada S.A, y que se encuentra compuesto actualmente por diecisiete cuentos, que se han convertido en verdaderos clásicos de la Literatura latinoamericana.
Sinopsis de El hombre en el umbral
En cuanto a El hombre en el umbral, específicamente, los críticos han resaltado su característica de presentar una historia dentro de una historia, para contar una de ellas, a fin de que el lector descubra finalmente que desde el principio ambas son idénticas, y que aun queriendo saber sobre una, enterándose de la otra, conocerá las dos. Así mismo, Borges integra también el recurso literario de nombrar datos verídicos y presentar el principio de la obra a manera de crónica, brindándole al lector la posibilidad de crear un pacto ficcional que lo lleve a creer que la historia que presencia es cierta. De esta manera, y con estas características, Borges construye la historia de El hombre en el umbral, para contarnos la suerte de un juez escocés, a través del destino de un juez inglés, que corrió la misma suerte hace décadas, según el testimonio de un hombre que rinde testimonio desde el umbral de una ciudad.
Resumen de El hombre en el umbral
Este cuento de Jorge Luis Borges comienza con un narrador en tercera persona, que hace referencia a una conversación, ocurrida en Buenos Aires, Argentina, en la cual intervienen el narrador, un hombre de nombre Bioy Casares y Christopher Dewey, quien se señala que pertenece al Consejo Británico, y que será quien dé inicio al cuento al que referirá el narrador, cuando vea un curioso puñal con una hoja triangulas y una empuñadura en “h”, enseñado a su vez por Bioy Casares, que lo hará traer a la memoria una historia acaecida en un remoto país musulmán.
De esta forma, el narrador hablará de que este país de fe en el Islam se encontraba inmerso en disturbios de distinta índole, por lo cual el Gobierno central tomó la decisión de enviar uno de sus hombres más fuertes para hacer entrar a la población nuevamente en cintura. Así, decidieron enviar a un hombre escocés, quien según el narrador, llevaba en sus venas la herencia de una sangre guerrera. Llegó y tomó su posición de juez, y desde entonces accionó algunas medidas enérgicas, que según cuenta el narrador al parecer surtieron efecto, puesto que pasados un tiempo, la calma había llegado a ese remoto país, y tanto los sikhs y los musulmanes habían cesado sus rencillas, gracias a las actuaciones de Glencairn, apellido por el cual el narrador identifica a ese juez.
No obstante, la historia cuenta también cómo un buen día Glencairn desapareció, sin que nadie supiera dar cuenta de su paradero real, sólo se sabían de algunos rumores que afirmaban que el juez que había logrado resolver los disturbios había sido secuestrado o tal vez asesinado. Ante esto, la prensa y la censura que imperaban en el país no pronunciaron ni una palabra, la Policía no pudo obtener pistas, y el Gobierno terminó por enviar al narrador de la historia a que realizara una investigación pormenorizada, que conllevara a ubicar el paradero de Glencairn.
El comisionado llegó a su destino después de cuatro días de viaje a la ciudad de donde había desparecido el juez, para comenzar una búsqueda que no parecía dar indicio de por dónde empezar. Así mismo, el investigador refiere sus primeras apreciaciones y la extraña situación de encontrarse con una población que parecía confabular en conjunto para tapar el verdadero destino de este juez. Algunos parecían no haber oído hablar de él jamás, otros mentían descaradamente sobre su paradero, haciendo al investigador ir hacia pistas falsas. Otros más, jugaban a confundirlo.
Al poco tiempo, el investigador narra haber recibido una nota, en donde se revelaba una dirección a la cual acudió puntual a la fecha. Al llegar, se encontró con un barrio popular, en donde se distinguía un casa muy baja, en donde se podían ver en su interior varios patios, en ellos parecía celebrarse una fiesta musulmana. En el umbral de esta edificación, permanecía sentado un hombre de aspecto sumamente antiguo.
Después de entablar comunicación con este hombre, el investigador se sintió motivado a preguntarle por el juez que buscaba. El hombre entonces pareció recuperar un recuerdo muy antiguo, asegurando que el único juez que conocía era de su época de niñez, cuando el Gobierno central había enviado un juez inglés, para que pusiera orden. No obstante, al poco tiempo la ciudad se había dado cuenta de que era un hombre malvado y corrupto. Después de gran dolor y agravios, el deseo del pueblo se hizo realidad, y el juez fue secuestrado y llevado a juicio. Sin embargo, faltaban jueces que juzgaran al juez.
Se decidió entonces que a falta de jueces rectos se buscarían hombres insensatos. El responsable de dictar la ejecución fue un hombre señalado por todos como el loco del pueblo. El juez malvado fue juzgado en una casa como la que tenían en frente, y murió sin miedo, tal vez la única virtud destacable. Terminado el recuerdo, el hombre del umbral se levantó y siguió su camino. En ese momento un gran tumulto de personas comenzaron a salir de la casa. Como pudo el investigador se abrió paso por entre la sucesión de patios que tenía la casa.
En el último de estos espacios pudo ver un hombre desnudo, quien se encontraba ataviado con una corona amarilla, y que la gente que rodeaba parecía adorar. Además resaltaba la presencia de una espada en su mano, una espada llena de sangre. El narrador afirma que esa sangre pertenecía a Glencairn, cuyo cadáver mutilado encontró después, en las caballerizas de esta casa.
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