Con el nombre de El Zahir se conoce a un cuento, nacido de la pluma del gran escritor argentino, Jorge Luis Borges, el cual forma parte a su vez del libro El Aleph, publicado por primera vez en el año 1949, gracias al trabajo de la Editorial Losada, y que se encuentra constituido en la actualidad por un total de diecisiete cuentos, que se han convertido en verdaderos clásicos de las Letras hispanoamericanas.
Sinopsis de El Zahir
En cuanto a El Zahir, Borges usa mucho de sus acostumbrados recursos y estrategias literarias, para hacerle creer al lector que la narración que tiene en frente habla de hechos verdaderos, comenzando como siempre con una crónica, nombres exactos, fechas y direcciones. Así también, este escritor estila hacer acopio de referencias bibliográficas e históricas verosímiles, pero no reales. Todo esto quizás para hacerle sentir al lector que se encuentra frente a una crónica o reportaje, a fin de que no pueda advertir el cuento que se cuela por entre los datos biográficos. Incluso, este cuento puede sobrepasar en este sentido a otros de sus cuentos, puesto que en las líneas de El Zahir el narrador admite llamarse Borges. Igualmente, se usa la estrategia de contar un cuento dentro de otro cuento, de esta forma, narrando la desgracia que le sobrevenía por culpa del El Zahir, toma la oportunidad de contar las historias de otras manifestaciones de éste.
Con respecto al tema tratado por este escritor argentino en este cuento, se podría decir que se trata de la imagen de lo inolvidable, pero no como aquello grato, sino como aquel elemento que sin poder salir de la memoria gracias al ejercicio saludable del olvido comienza a ocuparla en su totalidad, hasta que la desgracia sobreviene al hombre que ha mirado aquello inolvidable, perdiéndose en la única visión de ese objeto, el cual ocupará para siempre y por siempre su pensamiento. De esta forma, El Zahir se erige como este objeto capaz de perder a los hombres en su mera y constante evocación.
Resumen de El Zahir
Esta historia comienza con un narrador en tercera persona, que se da a la tarea durante las primeras líneas del cuento a describir que es un Zahir, acotando que en Buenos Aires, ciudad en donde se desarrollará la historia, constituye una moneda de veinte centavos, la cual es bastante sencilla, teniendo apenas sobre sus caras la inscripción NT y el año 1929 como muestra de la época en la cual fue acuñada. No obstante, en una narración rápida y un poco incomprensible, el narrador describe cómo otros objetos de la antigüedad también han tenido la característica de ser un Zahir. De esta forma, el Zahir ha llegado a manifestarse en distintas formas, entre las que incluso resalta la de un tigre.
El narrador cambia abruptamente su relato sobre las materializaciones del Zahir, para hacer referencia a la abrupta muerte que sorprendió a una mujer de nombre Teodelina Villar. Así mismo, el narrador comienza a contar cómo para la década de 1930, esta mujer que ahora yacía muerta en una funeraria había ocupado las portadas de las revistas de moda local, hecho que hacía que la sociedad del momento la considerara como una muchacha linda. Por su parte, la propia Teodelina estaba más preocupada en encontrar la perfección, que la belleza, por lo cual se esforzaba al máximo en seguir la moda al pie de la letra e ir adaptando se personalidad y apariencia según los dictamines de París o Hollywood, cambiando de continuo, representando perfectamente a lo efímero.
Sin embargo, su padre, el doctor Villar había caído en dificultades económicas y hubo de mudarse con su familia a una casa a la calle Aráoz. Consciente de que no podría seguir entonces el ritmo de cambio que hasta ahora había mantenido para continuar en su carrera, Teodelina Villar se había retirado del negocio, luego le dio por morirse, en pleno sur de Buenos Aires. El narrador confiesa sus sentimientos de amor hacia esta mujer, y el cómo la muerte le produjo incluso lágrimas. Después de verla transformada por la muerte como había sido en las publicaciones de sus mejores años, el narrador decide dejar el cuerpo y lanzarse a caminar por las calles bonarenses.
Al llegar a las esquinas de Chile y Tacurí, unos hombres jugando truco dentro de un almacén llamaron su atención. Decidió entrar a tomar una caña, pagó y recibió como vuelto un Zahir. Desde ahí su pensamiento sólo viajaría hacia esa insignificante moneda de veinte centavos, en la cual seguiría pensando aun después de haberse despojado de ella. Ocupando su mente en otras circunstancias, el narrador casi pudo dejar de pensar en el Zahir, pero el vigilar su pensamiento para corroborar que lo había logrado, lo hizo comprobar que tenía un problema. Dos meses después continuaba pensando en el Zahir, por lo que optó por visitar un Psiquiatra para comentarle cómo sentía que los objetos lo perseguían.
Poco tiempo después, buscando en una librería, el narrador afirma haber encontrado un libro titulado “Urkunden zur Geschichte der Zahirsage (Breslau, 1899) de Julius Barlach”, en donde para gran sorpresa el autor proponía reunir todos los documentos existentes sobre la superstición de el Zahir. En ese momento, el narrador comienza a narrar cómo esa superstición procede de la cultura islámica y data del siglo XVIII, siendo consistente en la existencia de un objeto, que puede tomar la forma que sea, pero que una vez que un hombre lo mira no puede dejar de pensar en él, siendo la manifestación más importante de un Zahir, la ocurrida en un reino antiguo con un tigre, considerado mágico, pues los hombre que lo vieron nunca pudieron hasta su muerte de dejar de pensar en el animal.
Entendiendo su suerte y sabiendo que no tenía remedio, y que seguiría pensando en el Zahir hasta que fuese el único recuerdo y visión que existiese en su mente, el narrador advierte que pronto se encontrará dominado por ese pensamiento, que incluso le hará olvidar que se llama Borges. De esta forma, el narrador advierte que quizás ese momento llegue para antes de 1948. Desde entonces confiesa también vagar por las noches y descubrirse en los amaneceres pensando en una frase sobre la tradición del Zahir en donde se afirmaba que el Zahir era “la sombre de la Rosa y la Rasgadura del Velo”, por lo que el narrador ha decidido entregarse a ese pensamiento, imaginando y tal vez deseando que detrás del Zahir se encuentre Dios.
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