Con el título No oyes ladrar a los perros, este texto constituye un cuento del célebre autor mexicano Juan Rulfo, el cual se encuentra incluido en la publicación El llano en llamas, libro que salió por primera vez a la luz en 1953, gracias al trabajo de la casa editorial Fondo de Cultura Económica, y que constituye una de las dos obras de este máximo representante de la Literatura latinoamericana y del Realismo Mágico, y a quien le bastaron solo dos obras para convertirse en un clásico y en un referente cultural de esta región.
En sus líneas, Rulfo vuelve a tratar muchos de los temas que desarrolla a lo largo de sus historias, y que dibujan el paisaje de un México desierto, hostil, desamparado, el cual pretende dar cuentas del estado en el que quedó sumido este país luego del fracaso de la Revolución Mexicana. Igualmente, Rulfo plantea el arquetipo del conflicto Padre-Hijo, aun cuando el primero trata de salvar a todas costas al último, a pesar de que lo aborrece, no obstante la memoria de su compañera, la madre de su hijo lo hace abocarse a tratar de salvar la vida del hijo, quien se ha buscado una mala hora.
Así mismo, en este cuento, Rulfo pareciera hacer una radiografía social del destino de los campesinos mexicanos, sin tierras, sin ayuda, sin esperanza. También resalta la situación del hijo, quien ha sido herido de muerte, y sus amigos asesinados, después de haber andado en malos pasos, en esa figura se puede entrever nuevamente el tema subyacente de la venganza como ley de vida, de un México devastado sin ley ni orden. Finalmente, nuevamente podemos encontrar el tono subjetivo que tanto caracteriza a Rulfo, tanto cómo su maestría de construir una historia en base al diálogo o monólogo de uno de sus personajes, como por ejemplo ocurre también en los cuentos Luvina o Acuérdate, incluidos en el mismo libro.
Resumen de No oyes ladrar a los perros
Este cuento comienza con el diálogo de dos personajes. El primero le pregunta a alguien que ubica un poco más arriba de donde se encuentra él si ve alguna señal o luz. De esta forma se presentan extraviados y en tránsito por un lugar desconocido. Varias veces, el hombre de abajo le insiste al que está arriba a que se dedique con un poco más de concentración a ver si logra ver o escuchar alguna señal que les diga si ya llegaron. Este diálogo termina con la compasión que el hombre de abajo expresa hacia el hombre de arriba.
Seguidamente, una voz en tercera persona resalta que se trata de dos hombres, que conforman una sola sombra. Nuevamente la voz del primer hombre reseña que el objetivo principal de ese viaje es llegar con urgencia a Toyana. Ante la aceptación de cansancio del primer hombre, el lector presencia un diálogo y una narración a través de la cual el lector puede descubrir que el primer hombre es el viejo padre del segundo, el cual por alguna circunstancia no puede caminar, mientras su padre lo lleva a cuestas, buscando con desesperación llegar pronto al pueblo.
Poco a poco, la salud del hijo empieza a tornarse más débil, como si fuese apagándose y sucumbiendo al intenso dolor que unas escenas antes lo hacía estremecerse violentamente sobre el cuerpo de su padre, que aun con cansancio, dolor y vejez, bañado en sudor busca la forma de encontrar el pueblo a donde se dirigen, o al menos de poder escuchar a los perros, a fin de saberse próximo.
Sin embargo, con la poca vida que le quedaba al herido, éste le insistía a su padre a que por favor lo bajara y lo dejara tranquilo, para seguir y recuperarse, no obstante su padre insistía en llevarlo al pueblo, sin querer ni por un segundo soltar su cuerpo, porque entonces el cansancio lo vencería, y ya no podría echárselo encima solo. Además lo movía la determinación de llegar hasta Tonaya, a pesar de los tropiezos y que no se escuchaban los ladridos de los perros ni se veían las luces del pueblo, a fin de buscar un médico que tratara las heridas de su hijo.
No obstante, lo que por un segundo pudo parecer devoción y amor de padre, de un momento cambia para demostrar lo contrario, pues el padre comienza un largo y extenso monólogo, en contraposición del hijo que ya casi no habla, como si fuese apagándose. En esta letanía de palabras, el padre confiesa que la vehemencia con la que lucha por llevar a Ignacio hasta un médico es la memoria de la madre de esta y no el amor que siente por el hijo, porque como el mismo lo confiesa, por el contrario lo odia y lo ha maldecido a raíz de los malos pasos de su hijo, quien ha decidido dedicarse a la mala vida, robando y matando a personas de bien.
En sintonía con esto, el padre comienza en su monólogo a rememorar a la madre de Ignacio y cómo lo cuidaba cuando pequeño, y cómo falleció, hasta que de improviso cree sentir que el hijo que poco a poco se va desvaneciendo comienza a llorar ante el recuerdo de la madre. Esta primera parte del cuento termina cuando el padre recuerda también que han asesinado a los amigos del hijo.
Por su parte, la segunda mitad de este cuento es bastante breve. Por fin el padre logra ver el pueblo donde le han dicho que hay un médico para su hijo. La emoción termina de arrebatarle la fuerza que tiene. Bajo un alero baja al hijo, que no se mueve ni habla, que no se sabe su está vivo o muerto. De inmediato se escuchan ladrar los perros, y el padre le reprocha al hijo no haberle ayudado en esa «última esperanza».
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