Descripción de Si me tocaras el corazón
Con el título Si me tocaras el corazón este texto narrativo constituye un cuento nacido de la pluma de la escritora chilena Isabel Allende, el cual además forma parte de la serie de veintitrés cuentos publicados en el libro Cuentos de Eva, editado por primera vez en 1989 por la casa española Plaza & Janés.
En su argumento, Allende pareciera querer abordar el tema del amor, pero desde la dependencia, circunscribiendo o planteando la confusión de este sentimiento en el ámbito de la crueldad, el machismo, el sometimiento, la entrega y la sumisión, sin que por eso dejen de ser profundamente humanos sus personajes.
Resumen del cuento Si me tocaras el corazón
Este cuento de Isabel Allende inaugura su historia haciendo referencia a la crianza recibida por uno de sus protagonistas, Amadeo Peralta, quien nació dentro de una familia disfuncional, dedicada al crimen, y que como uno más de sus hermano, fue criado con rudeza, ya que su madre creía que los estudios eran para los afeminados, mientras que la vida del robo y la matanza criaba verdaderos hombres.
Adaptado y destacada en este medio, del cual el líder era su padre, Amadeo se fue criando como un hombre bastante rudo. No obstante, el narrador omnisciente afirma que el correr de los tiempos le hizo entender a la jefa de esta familia, la madre de Amadeo, que tenía que cambiar algunos métodos, pues en ese momento el crimen ya no resultaba tan impune. Convencida entonces reunió a su prole, y les indicó la necesidad de empezar a tener buenas amistades, estudiar leyes y procurar casarse con hijas de buena familia, a fin de limpiar el apellido, pues últimamente la corrupción y los negocios turbios pagaban mejor que el arrebato y la matanza.
Sin embargo, afirma el narrador, Amadeo ya no era un niño, sino un hombre de treinta y dos años, que cónsono con su noción de ser todo un hombre, había tomado el hábito de seducir muchachas, prometerles el cielo y la tierra y luego abandonarlas. No obstante, obedeció la directriz dada por el líder de familia, y empezó a cortejar a la hija de una familia de agricultores, la cual lo aceptó a pesar de su manchado apellido, pues al no ser agraciada temía quedarse a vestir santos.
Amadeo entonces entró por el carril de las costumbres provinciana, y vestido de lino visitó a su novia, soportando las chaperonas y practicando las buenas costumbres. No obstante, en vísperas de la boda, Amadeo debió viajar hacia Santa Ana, un pueblo olvidado en el mapa, donde hacía un calor insoportable. Mientras trataba de buscar un reposo a ese infierno, un ruido atrajo su atención. Siguiendo sus sentidos, se asomó por la ventana de una casa, y fue cuando vio por primera vez a Hortencia.
Amadeo se maravilló con la visión de esta niña de quince años, que sentada en el centro de su patio, tocaba un extraño instrumento. Amadeo la llamó, abrió la puerta, la abrazó y se la llevó con él al medio de un campo. Una hora después la había olvidado. Volvió a su pueblo, y continuó con sus negocios y su papel de novio decente, pronto a contraer matrimonio.
Sin embargo, unas semanas después, la vida lo sorprendería al colocarlo nuevamente al frente de esa hermosa muchacha, la cual sin saber cómo había recorrido los 140 kilómetros que la separaban de su casa, para ponerse frente al hombre que la había llevado al medio de un matorral. Pensando en que su aventura sería descubierta, Amadeo no atinó a otra solución que a llevar a esta muchacha al fondo de su sótano.
Al principio sus cuerpos se enredaron en una pasión casi no conocida. Durante horas retozaban en la oscuridad. Amadeo –aunque podía haberlo hecho mejor- acomodó más o menos el cuarto de donde Hortencia no volvería a salir en 47 años. En el primer mes la visitó todos los días para hacer el amor con ella. Luego la pasión se le fue apagando, y volvía de vez en cuando a llevarle comida o agua. Una vez, las obligaciones lo separaron de su calabozo durante nueve días. Al volver encontró a Hortencia al borde de la muerte. Fue cuando contrató a la india, para que periódicamente visitara a Hortencia, la limpiara y la alimentara. La mujer aceptó sin hacer preguntas. Y así transcurrió casi medio siglo.
No obstante, nada está oculto bajo el sol, y un día el secreto de Amadeo fue revelado, aunque a esa altura todo el mundo lo sabía, sólo que el poder acumulado a base de negocios corruptos y el contrabando hacía que mucha gente se detuviera y no investigara mucho más. Sin embargo, una tarde, algunos niños decidieron internarse en la vieja casona de los Peralta, descubriendo a Hortencia, o a aquella criatura en la que Hortencia se había convertido, a base de años, humedad y olvido, siendo su salterio el único hilo que aún la unía a lo humano, aunque cuando lo tocaba ya no podía producir la melodía que había atraído a Amadeo hace 47 años, por el contrario el sonido del instrumento se parecía más a un grito salido del centro de la tierra.
Ante el terrible descubrimiento acudió el pueblo, la policía, los bomberos, la prensa, y se desató el caos. Hortencia fue liberada, mientras lo único que atinaba a decir es que Amadeo siempre la había querido. En medio de la conmoción, la india que alimentaba a Hortencia fue detenida, sin que pudieran sacarle alguna explicación. Así mismo, no importó el poder, los nueves hijos e innumerables bisnietos de Amadeo, la policía fue tras él, lo apresó, y fue condenado. Su única explicación de por qué había tenido a Hortencia encerrada fue porque me dio la gana.
Por su parte Hortencia fue bañada, alimentada, institucionalizada y con el tiempo logró adaptarse otra vez a la vida humana. En adelante todos los días iba hasta la cárcel, donde estaba recluido Amadeo a llevarle comida, ya que según ella, él casi no la había dejado pasar hambre a ella. Luego de esto se sentaba a tocar su salterio, pero no como cuando tenía 15 años, sino con el quejido insoportable que había aprendido durante sus años de encierro.
Amadeo escuchaba ese sonido insoportable, que no recordaba ni identificaba, y que sin embargo sentía muy en el fondo que era una especie de reproche o culpa que debía pagar, aun cuando él no recordaba nada, ni sabía cómo había llegado a esa oscura cueva, donde no había sol, y donde pasaría el resto de sus días.
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