Rezagos de una horrible catástrofe
A veces, la naturaleza parece llevar la delantera. Sea porque las dinámicas evolutivas son extremadamente eficientes o porque existe, en verdad, una entidad superior que dirige este desarrollo (sea este Dios, Gaia o cualquier otra) la capacidad de adaptación del mundo natural a los desastres supera todo lo que pudieran imaginar los seres humanos.
Esto es, precisamente, lo que parece haber sucedido en Chernóbil donde hace 19 años ocurrió uno de los peores desastres nucleares en la historia de la humanidad. Cuando el cuarto reactor de la central nuclear Vladimir Ilich Lenin “Chernóbil” estalló el 26 de abril de 1986 liberó más de 500 veces la radiación que liberó la bomba nuclear sobre Hiroshima en 1945. Por dos décadas la región ha permanecido deshabitada y se sabe que incluso los animales han abandonado la región debido, cómo no, a los dramáticos aumentos en la radiación. Pese a 20 años de esfuerzos en la contención, las zonas aledañas siguen presentando niveles de radiación nocivos para la salud humana… y animal.
La evolución hace de las suyas
Sin embargo, existe un grupo de seres vivos que parecen haberse adaptado a la perfección. Como en una película de ficción, pequeños hongos negros están colonizando rápidamente las zonas aledañas a la central nuclear. Este nuevo grupo de especies, conocidos como hongos radiotróficos, presenta un tamaño microscópico y aparece en forma de mohos sobre las superficies en torno a la región que presenta mayores niveles de radiación. Fueron recolectados por robots pues ninguna persona puede, aún, acceder a esta zona.
Originalmente los investigadores se mostraron sorprendidos por la resistencia de estos pequeños organismos a la radiación. Su sorpresa, sin embargo, tornó en completo asombro cuando comenzaron a descubrir que los hongos no solo resistían la radiación… la aprovechaban para generar sus propias dinámicas vitales.
Estos hongos microscópicos son ricos en un pigmento llamado melanina, el cual también tenemos los humanos (y que nos brinda nuestro color de piel oscuro y los lunares). Por algún proceso que no se comprende del todo, estos hongos habrían modificado la melanina y la habrían vuelto capaz de absorber la radiación gamma en un proceso semejante al que usan las plantas – mediante la clorofila – para absorber y utilizar la energía solar.
En la Universidad de Yeshiva (Nueva York) algunos investigadores estudiaron muestras de los hongos y descubrieron que crecían con mucha mayor rapidez ante niveles de radiación letales para la mayoría de animales y plantas. Así mismo, su desarrollo se ralentizaba de manera absurda cuando carecían de esta fuente energética y normalmente perecían ante otros hongos carentes del pigmento. Esto llevó a los investigadores a concluir que, efectivamente, los hongos aprovechan muy bien la radiación que para otros seres sería letal.
Lo sorprendente, en este caso, es que no le tomó a la evolución más que 20 años para generar esta nueva especie. Incluso si la humanidad desencadenara un horrible holocausto nuclear que llevara a la muerte de la mayor parte de animales complejos parece ser que pronto la vida encontraría un camino y nuevas especies aprenderían a aprovechar la energía que, en forma de radiación letal (para nosotros) abundaría ahora en la superficie.
Aún no se sabe qué pasará con el hongo cuando el flujo de radiación cese, pero seguramente morirá. Sin embargo, podría usarse para mitigar futuros eventos radiactivos semejantes.
Fuente de imágenes: 1: fungicultura.files.wordpress.com, 2: revistamito.com.