Las impecables tradiciones de la Escuela Mística
Muchos pensamos que aquel ascetismo y disciplina tan característicos de las regiones del Oriente, desde Japón hasta el Medio Oriente (y que alcanza un desarrollo particular en los Himalaya), no existe en la tradición occidental. Aunque el cristianismo tenía sus propias escuelas ascéticas el misticismo había sido prácticamente erradicado de su doctrina, por lo que muchos no las consideran como un ejemplo válido.
Pero antes de las escuelas cristianas (y si hemos de ser rigurosos, en las primeras de ellas) sí que existían estas organizaciones. Aunque seguro algunas precedieron a la famosa Escuela Mística de Pitágoras (y otras la sucedieron), no cabe duda de que esta marcó un antes y un después, que tuvo una importancia fundamental… y además, que inauguró una tradición matemática que casi podríamos decir que llega a la modernidad.
Dentro de las tradiciones de la Escuela estaba un control del ser que casi recuerda a la impresión que nos dejan los monjes budistas del remoto Tíbet. Tras pasar la prueba del silencio, que vimos en la edición pasada, Pitágoras enseñaba a sus alumnos a no levantarse de su cama hasta haber recordado todas las acciones del día anterior. Análogamente, no debían dormir antes de recapitular sobre sus acciones del día.
Y todo esto, que estaba orientado al conocimiento del ser, a la comprensión de uno mismo, la aceptación de sus errores y sus virtudes, iba de la mano con un proceso de meditación que recuerda más al Taoísmo chino, en el que se pedía “piedad para con todos los seres vivos”. Entrar a la Escuela Mística era difícil, permanecer lo era aún más. Pero si hemos de creer las frases de Pitágoras eran pocos los que se retiraban:
“Habiendo partido de casa, no vuelvas atrás, porque las desgracias serán tu compañía”.
Sin embargo falta aquí lo más importante, lo que diferencia a la Escuela Pitagórica de prácticamente todas las demás sociedades que le precedieron y sucedieron: las Matemáticas.
“Si no sabes geometría, no podrás entrar al recinto”
La frase que coloco en el título no perteneció, siendo rigurosos, a Pitágoras. Muchos años después sería Platón quien la plasmara en la entrada de su Academia, pero lo haría precisamente por la perenne presencia de las enseñanzas de Pitágoras en el mundo heleno.
No cabe duda de que la Escuela Mística tenía un pensamiento similar. Una vez aceptado, cada uno de los iniciados comenzaba una formación completa en aritmética y geometría, en las que obtenía poco a poco los secretos del mundo, que los dioses habían escrito usando el lenguaje matemático.
Porque para Pitágoras las matemáticas no eran una herramienta humana. Se trataba de un lenguaje superior, de una especie de conocimiento supremo que permeaba el mundo y que todos teníamos en nosotros, solo era nuestro deber recordarlo. Bueno aquí mencionar lo que el sabio creía: “Todo conocimiento es reminiscencia”. El número era entonces la esencia de la divinidad, era la raíz de las cosas divinas, porque con él se había escrito el mundo.
Para los pitagóricos el 1, la unidad (llamada también “Mónada”) era el principio y el fin de todas las cosas, era aquello que se mantenía siempre, inmutable ante las distancias del tiempo y el espacio. Pero la integración del ser con lo divino no ocurría en la unidad, indivisible, sino en el 10, tetraktys, que se consideraba un número divino, sagrado, el número al cual todas las cosas tienden y arriban… para luego volver a la unidad.
Pero no son solo estos dos números: cada uno de ellos tiene su propia identidad. El 2, por ejemplo, el dúo o “diada” es el que caracteriza la astucia de la separación, es el que rompe la unidad y crea la diversidad, es la raíz de toda ilusión. Era tal el repudio a este número que se dice que cuando lo oían los pitagóricos, inevitablemente, escupían al suelo. El 4, por su parte, es el número de la estructura, el 5 representa el equilibro y el 7, la vida. El 8 representa el amor y el alma, y así podríamos seguir ad infinitum.
Además de las matemáticas
Claro, los pitagóricos también se concentraban en otras cosas, como el arte o la Música. Esta última, en particular, era importantísima para el manejo del alma y de los sentidos, algo que luego heredaría la escuela platónica. Sin embargo, nada en absoluto podía tener en su imaginación la importancia que tenían los números. Pero es que al fin de cuentas, eran ellos los que se encontraban en las raíces del mundo, ¿qué más podía esperarse?
Como conclusión me gustaría elaborar una pequeña reflexión. Ya mencioné en el capítulo pasado cómo el nacimiento de la física moderna ocurrió en el papel. Aún hoy incontables descubrimientos y propuestas se hacen con los números, que pareciesen efectivamente ser el lenguaje en el que la Deidad Suprema fabricó el mundo. Aunque ya no seamos místicos, la herencia de las matemáticas sigue y permea: nuestro mundo, aunque no nos hayamos dado cuenta, es un tributo al dios número, al 0 o al 1, por ejemplo, que componen el sistema en el que yo escribo – y ustedes leen – estas líneas.
Pitágoras, como Jesús, vino tras una profecía y nació en el tiempo del sol. Quizás su religión, su creencia más profunda, ha pervivido más que la de Cristo, aunque no nos hayamos dado cuenta.
Parte 1
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