El Pensante

Tejiendo relatos. Dolor y Lamento, por Adlien Ordolean

Dolor y Lamento

Ya nada es lo mismo desde que mi padre se ha ido. Los días pasan lentos y el ocaso de mis días me impide el olvido. He mirado al cielo por si entre las estrellas veo el rostro que una vez tanta felicidad me había traído. Pero ya nada es lo mismo.

Mi familia se derrumbó. Atrincherado —hasta que la muerte me reclame— en mi habitación, lo único que hago es contemplar todo el día el cielo y ver cómo muere el sol. Lloro por las noches buscando el perdón que nunca tocará mi puerta y dejo que esta vieja casa se pudra mientras me quedo aquí… solo, recluído a voluntad y alejado del mundo. Ya nada es lo mismo.

Aún recuerdo cuando mi padre llegaba con sonrisas de su trabajo. Aún recuerdo cuando salíamos a pasear los sábados… usualmente era los sábados. Íbamos de paseo a playas con dunas de arena y un pequeño lago… todavía lo recuerdo. También recuerdo las caricias a mis ahora olvidadas mejillas. Sí… recibía mucho afecto en aquel entonces. Cómo lo extraño. Cómo extraño que mi madre juguetee conmigo y sonría mientras lo hace. Cómo extraño que mi padre se sienta orgulloso de mí mientras crezco. Cómo extraño la cálida ingenuidad e inocencia… aquellos años de alegría y regocijo que tenía en mi antigua y original niñez… de la que nunca realmente me fui y de la que sigo preso ahora, mientras contemplo el cielo esperando respuestas y el consuelo a mi pena y a mis miedos. Pero entonces recuerdo… y entonces más lágrimas caen de mis ojos diluídos por tanta llanto y dolor en silencio. Recuerdo que ya nada es lo mismo.

Comenzó todo con ligeros malestares. Mi irresponsabilidad en los estudios quizá. El comienzo de las andanzas de mi padre quién sabe donde también lo afectaron todo… quizás. Mi madre empezaba a llorar cuando creía que nadie podía escucharla ni verla. Mi padre llegaba solo durante las noches a beber y beber, sin importarle nada más que lo que saliera en la televisión. Y yo… yo no notaba el cambio porque nunca fui consciente de las cosas que pasaban a mi alrededor. Aquello duró años y años, hasta que yo —en un principio sin darme cuenta— notaba también el cambio. Empezé a escuchar los sollozos y a percibir menos sonrisas; y empezé a preguntarme por qué solo llantos escuchaba. Empezé a notar a mi padre más y más alejado de nosotros cuando una vez había sido cariñoso y jovial, hasta el punto de pasarse “todo el día en el trabajo”, darnos el dinero para los gastos y volver a irse de inmediato. Empezé a notar como mi propio hermano menor podía actuar más responsable y maduro de lo que yo jamás habría logrado por mí mismo. Quizá porque el intuía… o quizá podía escuchar más que yo… o tal vez podía ver más que yo. Pero nada de eso importa ahora… sólo sé que nada es lo mismo; y frente a eso, nada que venga del pasado me lo va a regresar.

Recuerdo aún como fue que todo comenzó. Mi madre nos reclamó de nuestras habitaciones un día para decirnos que mi padre tendría que irse de la casa… por las buenas o por las malas. Sólo entonces comprendí qué tan lejos llegaría esto. Así que cuando conseguí llegar a encerrarme en mi cuarto —como ahora—, lloré amargamente la desgracia compartida del padre que se olvida de su familia. ¿Cuánto tiempo habrá sido así? ¿Cuánto tiempo habré vivido engañado? ¿Cuánto tiempo… habría pasado antes de que me hubiera dado cuenta yo mismo? Mi hermano sabía, por supuesto. El mismo me dijo sus sospechas la noche anterior. Yo pronto había descartado… y luego olvidado lo que me había dicho para poder dormir tranquilo. Incluso ahora miro ese recuerdo a través de las fotografías de mi habitación, aunque no tengan aparente relación. Allí contemplo las sombras en las que un pasado mejor parecía existir, y donde un futuro deslumbrante parecía brillar en todos nuestros ojos. Veo eso y me doy cuenta una y otra vez —para siempre hasta mi muerte y más allá— que nada es lo mismo.

La noche de la pelea fue aún mas trágica. Mi padre había llegado sobrio… y no se dispuso a beber tampoco. Pero aún así, después de la discusión, la agredió. Escuché gritos suyos y de mi madre revolviéndose… retorciendose… y mezclándose en la oscuridad de una noche como esta en la que ahogo mis silenciosas penas. Mi hermano estaba ahí, tratando de separarles, mientras yo me encontraba inmerso en mi habitación, con la burbuja rota en mil pedazos, sin saber que hacer o dónde ir; como un niño perdido incapaz de tomar un camino porque nada le han dicho. Los gritos, los golpes, el dolor, el llanto… iban más allá de lo que me daba por permitido. Nunca imaginé aquella atmósfera de horror en mi propia familia. En ese momento sólo quería paz… sólo quería silencio. Y hoy… hoy al fin lo tengo porque ya nada es lo mismo.

Miro el cuchillo de cocina ensangrentado con el que regresé a mi habitación esa noche. Ya no hay gritos, ni peleas… ni dolor, ni llanto. Todo es silencio, excepto el crujir de los tablones cuando camino por mi habitación; y los sollozos con los que, como niño extraviado por mucho tiempo, anhelo el amor de mi madre o la alegría en la que creía vivir con mi hermano y mi padre. Pero ahora las cosas están cambiando de nuevo. Hace unos minutos he vuelto a mirar las estrellas… y he sentido que una me ha sonreído. Debe ser mi madre. Me pregunto si me perdonará por haberla matado. Un poco más allá me sonríe otra. Esa debe de ser mi hermano… a quien extraño tanto. Fue a quien más dolor me produjo haberle clavado ese gran cuchillo ensangrentado con el cual este santuario de mi hogar, mi habitación, he profanado. Algo más a lo lejos veo a mi padre. Están todos juntos, reconciliados, el resentimiento olvidado. No me cabe duda ahora… me han perdonado. Demoraron unos días, claro… pero han perdonado mi pecado. ¡Que alegría!

Ahora mismo escucho sirenas y un megáfonos de personas que con vaguedad recuerdo. Son personas que en mi temprana infancia había querido imitar. Quería ser como ellos y salvar gente y atrapar gente mala… pero ya no me interesa ser como ellos, así que no los escucho. Mi familia me ama. Mi familia me llama. Soy el hijo extraviado que los reunió en el cielo estrellado. Ahora sólo me piden que regrese a su lado. Soy el único que falta para volver a la felicidad que esta asquerosa vida humana me arrebata.

Ya nada es lo mismo… pero qué mierda importa ya. Me han llamado… y yo, fiel, les obedezco. Me han llamado… y por eso me acercaré a la ventana y saltaré para volar y dominar el abismo. Me despido de estos muros y de estas hojas de cuaderno para ser recibido en el negro cielo rasgado de destellos por mi amada familia. La familia que me espera en el cielo, donde me volveré uno de ellos en este momento… y abandonaré para siempre este cuerpo y el tormento.

Relato escrito por Adlien Ordolean. (Todos los derechos reservados por el autor)

Fotografía de Rotten Apple

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