El corazón de miel
Hace ya tanto tiempo que nadie recuerda la fecha con exactitud existió un reino cuyo nombre no es del todo necesario para el transcurso de la historia, lo que si deben saber es que, como en todo reino, había un rey, este rey es a quien podríamos calificar como el protagonista, pero de eso ya hablaremos luego.
Este rey en particular fue bendecido de mil formas diferentes.
Gobernaba a un reino prospero, en donde cada persona que vivía en él lo amaba como un padre, un hijo o un hermano, tuvo una vida plena y llena de extraordinarias aventuras; conoció a una buena mujer, de la que se enamoró y quien le dio hijos tan hermosos como ella.
Pero al final ningún amor, por más grande que este sea nunca perdura para siempre, y así fue en esta oportunidad. Tras muchos años de felicidad la reina, que sin duda fue la más querida por su pueblo y amada por un rey, dejo esta tierra.
Desde ese día de inmensa tristeza y dolor el rey no volvió a ser el mismo. Se encerró en su enorme castillo, carente de toda vida o alegría, casi no era visto por sus hijos o súbditos, y siempre estaba decaído, solitario, deprimido, como si con su reina una parte de él hubiera muerto.
Con el pasar de los años sus hijos se fueron distanciando del viejo rey, que al parecer no le importaba, lo mismo ocurrió con sus sirvientes, mozos y cocineros; aunque todos se quedaron por simple interés, conveniencia o por no querer perder los trabajos, pero la enorme estima y afecto que alguna vez sintieron por el rey había muerto.
En medio de la solitaria y decadente existencia que era la vida del anciano monarca, cuando parecía que permanecería en ese estado decadente y penoso por el resto de sus días una pequeña luz de esperanza llegó en la figura de un misterioso peregrino que pidió con urgencia ser recibido por el rey. El visitante llegó hacia donde estaba el rey, quien decidió atenderlo en su sala del trono. El dicho peregrino era un hombre mayor, de larga barba gris y de mirada penetrante, sus ropas son sencillas y usa un bastón delicadamente adornado para hacerse paso en la amplia habitación.
– Su muy estimada majestad – le dice con tono discursivo el viajero al apático rey que solo está, en silencio sentado en su trono, sin siquiera molestarse en darle las bienvenidas a su invitado – hasta mis oídos han llegado las perturbadoras noticias de la perdida tan grande y lo mucho que ha herido su buen espíritu.
– No vengo aquí como muchos otros charlatanes para ofrecerle objetos sin valor alguno, ni ha marearlo con palabras vacías – agrega buscando en el desgastado bolso que lleva consigo – yo he viajado por de punta a punta de este ancho mundo, y en el proceso me he topado con cientos de objetos, lugares y personas que rayan en lo imposible… y creo que este curioso artefacto puede ser la solución a sus problemas.
El peregrino saca de su bolsa un hermoso cofre adornado con las más finas gemas y metales preciosos que se pueden imaginar. Estampada en la tapa del cofre esta el diseño en filigranas de oro de un corazón.
– Este pequeño arcón le dirá justo lo que quiere saber, su alteza – agrega el viajero poniendo el cofre en el regazo del rey que mira la caja con una extraña fascinación – solo ábralo luego que yo me vaya – el viajero toma sus pertenecías y dice antes de irse – en su interior está la clave, no lo olvide y que tenga suerte.
Sin ninguna pregunta por parte del rey, ni tampoco otro comentario del misterioso viajero este se fue por donde vino. Siguiendo cauto y obedeciendo las instrucciones del viajero el rey esperó a que este se fuera y varios minutos más antes de abrir el arcón, claro está que con algo de recelo.
Al terminar de abrir la tapa del cofre se descubre una masa punzante, rojiza y del tamaño de un puño, que palpita rítmicamente en el mero centro del cofre. A primeras luces el rey se ve asqueado, luego intrigado y al final completamente fascinado. Usando algún tipo de magia arcana el viajero ha hecho que un corazón viviente y real apareciera en el cofre, pero este corazón tiene algo perturbadoramente único.
Una enorme, fea y deforme cicatriz cruza de lado a lado el órgano vital desfigurándolo, aunque eso no evite que siga palpitando al ritmo del compás. El rey se le queda mirando al interior de cofre durante horas y horas, buscando una explicación, algo que pueda responder preguntas tales como: ¿De quién es ese corazón?, ¿Para que esta en el cofre?, o, ¿Cómo es que el corazón que reside dentro de este artefacto le puede ser de utilidad?
Un día, justo cuando se cumpliría un mes de la aparición y partida del viajero una mucama, de las pocas que quedan a cuidado del castillo, fue a limpiar la habitación del rey. Este desde hacía semanas no sale de sus aposentos pero no se dio cuenta de la presencia de la sirviente, de lo absorto que está en sus pensamientos, hasta que la muchacha grita.
– ¿Qué ocurre? – pregunta el rey al acercarse al ovillo tembloroso y acurrucado contra la pared que es ahora la mucama.
– Hay… hay… ¡hay un corazón en la mesa! – llora la joven mucama señalando con el dedo tembloroso el arcón sobre el escritorio, está abierto. Esa mujer quería robarle y se salió con la imagen del desfigurado corazón. El rey fue hacia el cofre y lo que vio lo dejo sin habla.
En lugar del espantosamente descompuesto y dañado corazón, en su lugar esta un sano, vivo pero con algunas heridas y manchas oscuras, como si se hubieran quemado parte de la carne. El rey se acerca más a cofre, toca con la punta de sus dedos la madera del mismo y en un abrir y cerrar de ojos el corazón vuelve a estar igual de marchito y desgarrado como antes. En ese momento al monarca le llega un momento de inspiración, por fin la respuesta que tanto estuvo buscando le llega.
El arcón muestra como es el corazón de la persona que lo tenga. Eso significa que esa masa negra y palpitante es su corazón, el mismo corazón que ahora late excitadamente en su pecho.
¿Pero cómo?, ¿Cómo es posible que una simple criada tenga un corazón más limpio, bello y perfecto que el del monarca?, debe haber alguna respuesta y el no descansará hasta averiguarlo.
Usando una capa negra que le oculta el rostro el rey salió de su castillo esa noche, su misión es clara: conseguir a la persona con el corazón más bello y descubrir porque es así.
Durante el resto del día el rey hizo que cada persona con la que se topó a que sostuviera el arcón, la mayoría extrañada por la petición del viejo – nadie lo reconoció como su el rey que hace años que se había recluido – hicieron lo que les pidió, el rey abría el cofre cada vez que algún extraño lo sostenía, pero lo dejaba a este ver el interior del mismo.
Cada vez que alguien nuevo sostenía el cofre el corazón en su interior era diferente. Algunos totalmente muertos, otros fuertes y vigorosos, algunos con heridas y cicatrices, algunos con algunos raspones, pero ninguno cumplía las expectativas y deseos del rey, ninguno era un corazón perfecto o al menos no lo suficiente para el rey.
En medio de su búsqueda el rey apenas se dio cuenta que había llegado la noche.
– ¡Quítate viejo idiota! – le grita un hombre de apariencia descuidada quitándole el cofre al rey cuando este intentó hacer que lo tocara, el hombre tiró al suelo al monarca que no pudo hacer nada para defenderse.
– ¡Ya, déjalo en paz! – grita una voz femenina cuando el hombre se disponía a patear al rey que intenta incorporarse. De entre la multitud que se formó para ver el espectáculo se abrió paso una joven que no pasa de los quince años. Esa jovencita, cara de ángel y con ojos más brillantes que las estrellas ayudó a levantar al rey embarrado y lo llevo a un establo cercano donde le ayudo a limpiarse.
– Debería tener más cuidado cuando camina por las calles, señor – le dice la joven cuando le empieza a quitar el lodo del cabello – no todos los que viven en este pueblo son tan… corteses como deberían – agrega con una bella y radiante sonrisa grabada en los labios.
– Necesito que me hagas un favor jovencita – espeta el viejo, le extiende el arcón a la joven, ella lo toma sin pensarlo, la belleza del cofre la cautiva por completo, posiblemente nunca haya visto algo tan precioso – por favor quiero que habrás el cofre y me digas qué ves.
Al principio la joven actúo reacia, no paraba de mirar del bello cofre al rey que la mira fijamente a los ojos.
– ¿Cuál es tu nombre niña? – pregunta el rey.
– Beatriz, me llamo Beatriz señor – respondió la muchacha. Aún indecisa por fin abre el cofre, apenas se levanta la tapa todo el lugar es bañado por una repentina luz dorada que fluye como las olas del mar –. Es hermoso… ¿Qué cosa es este corazón?
El rey completamente azorado se acerca al cofre y con el cuidado para no tocarlo mira en su interior. Un brillante corazón de ámbar, de oro fluyendo, un corazón hecho de miel que destella y se mueve; lo más hermoso que jamás vio el gobernante, más que las joyas, más que el oro, más que cualquier otra cosa.
– Es este… será mío.
**
– ¡No, es mío!, ¿Por qué no brilla?, ¿Por qué no brilla? – grita una y otra vez el enloquecido rey mientras es arrastrado por los hombres fuera del establo, las mujeres lloran y gritan.
La joven Beatriz esta tirada en el piso, con las ropas rasgadas, el pecho abierto y destrozado con brutalidad y su corazón, su verdadero corazón tirado en el suelo con indiferencia. Las manos de la bestia que asesinó con tal monstruosidad están manchadas con la pura sangre de la jovencita, las manos del rey.
Al saberse la terrible verdad de lo que sucedió por todo el reino lo primero que pasó fue que el hijo mayor del rey destrono a su padre y para mantener la monstruosidad irreconocible perpetrada por el hombre que le dio la vida lo encerró, durante el resto de su vida se mantendrá oculto, para que sus atroces actos no perturben a nadie más.
Y así concluyeron los días del rey… pero un día, un extraño fue a visitarlo, la primera persona en ir a esa jaula desde que fue encerrado.
– Solo mira hasta donde ha caído el glorioso rey – dice un hombre viejo y con expresión de victoria, el otrora rey no tarda en reconocerlo como aquél viajero que le obsequio el arcón, la causa de su perdición.
– ¡Esto es tu culpa! – grita, no, murmura, años de reclusión y alimento insípido y casi suficiente han convertido al anterior monarca en un viejo débil y harapiento, una vista sin lugar a dudas desgarradora y triste, pero la brutalidad de sus crímenes no lo permiten recibir piedad o compasión alguna.
– ¿En realidad piensas eso? – pregunta el viajero acercándose a la jaula, toma los barrotes y comienza a reír de forma maniaca – ¡todo lo que te pasó es tu culpa!, sola y únicamente tuya – agrega recuperando la compostura.
El viajero se echa atrás, de repente es envuelto en flamas, el triste rey se acurruca en la esquina más lejana de la celda. Al apagarse las llamas el viajero había sido transformado en un hombre de veinte años de cabello negro azabache y ojos negros y completamente desprovistos de alma, como dos posos de eterna oscuridad.
– No creo que hayas comprendido la verdadera función del cofre, ¿o me equivoco viejo estúpido? – pregunta el joven proyectando un aura de maldad pura que le cala en los huesos al joven – ese artefacto te muestra solo lo que quieres saber, nada más – agrega haciendo aparece en su mano levantada el hermoso cofre, lo abre y muestra un oscuro vacío, el portal directo al abismo de tormento supremo – todo lo que vistes, pensasteis e hicisteis fue valiéndote de lo que tú querías.
Esa jovencita murió por que tú querías… no vengas a culparme de tus actos… los demonios no son los que empuñan la espada, si no los que te convencen de que es lo mejor tenerla.
– ¿Por qué me haces esto bestia del infierno? – pregunta enloquecido por la cólera el rey, se lanza contra los barrotes y busca con sus pocas fuerzas restantes de liberarse mientras que el joven no se inmuta y mira los fallidos intentos del rey con complacencia y con una expresión llena de perversidad.
– Porque es nuestro trabajo – dice el joven dándose la vuelta y caminando pausadamente hacia la salida – y soy envidia, la estrella más brillante, soy Lucifer y a ti te espera el tormento eterno.
Y sin prestarle atención a los gritos y protestas iracundas del rey Lucifer, demonio, se fue a la búsqueda de otras almas de las cuales apoderarse.
Relato cedido a Tejiendo el Mundo por Luis Valera. Derechos reservados por el autor.
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