Crisis de los misiles
Corría el año de 1962 y las tensiones entre la Unión Soviética y los Estados Unidos habían llegado a niveles altísimos, inimaginables. La causa principal era la declaración de Cuba como un estado comunista, alineado con los soviéticos y, por lo tanto, como un peligro para la seguridad norteamericana.
La intención de la URSS de ubicar misiles nucleares en Cuba desató lo que seguramente ha sido el momento más peligroso para nuestra civilización (que difícilmente podría sobrevivir una guerra nuclear). Estados Unidos sencillamente no estaba dispuesto a tolerar tal cosa.
Aún así, un submarino armado con ojivas nucleares (acompañado de la 69 brigada submarina) se puso en rumbo a Cuba. Era el B59, el buque en que viajaba Arkhipov.
“Usen a discreción”
Los misiles estaban armados y listos para dispararse. Moscú había autorizado a los comandantes de la tripulación el lanzar un ataque, si lo consideraban necesario. Sin embargo, había una condición: los tres mayores rangos del submarino tenían que estar de acuerdo para lanzar el misil. Arkhipov, como no, era el tercero.
Ya en cercanías de la isla el Convoy se encontró con un grupo de buques estadounidenses éstos comenzaron un fuego a discreción. Por supuesto, los norteamericanos no tenían idea de que allí iban ojivas nucleares o jamás habrían actuado con tanta irresponsabilidad, pero en cualquier caso generaron caos en el convoy soviético.
Sus compañeros trataron de comunicarse con Moscú, pero fue completamente imposible. Así, quedó tomar una terrible decisión: ¿combatir (y morir todos) o tratar de escapar y arriesgar en cualquier caso el pellejo?
Los otros dos miembros a cargo de la tripulación estaban convencidos de que la decisión correcta era atacar. A fin de cuentas, le permitiría a la URSS tener la primera mano en un conflicto que se veía inminente y aunque todos muriesen, al menos lo harían defendiendo su patria. Pero Arkhipov fue claro: no aceptaría disparar a menos que la orden llegara directamente de Moscú.
Y su presión llevó a que decidieran huir. Sorprendentemente, lo lograron.
Honor póstumo
El servicio secreto estadounidense no reveló la importantísima actuación de Arkhipov hasta después de su muerte (acaecida en 1999), por lo que el hombre jamás supo que se le consideraba, hoy, un héroe. Sin embargo, murió sabiendo que había hecho lo correcto.
Y es que muchas veces lo mejor no es combatir, sino escapar, no por cobardía, sino por los daños que podrían causársele a un tercero. Solo que en este caso el tercero era toda la humanidad.
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