Los escritores, almas atormentadas
“¡Un escritor suicidándose de nuevo!”, esto puede parecer un fetiche de los literatos y a veces un cliché, pero lo cierto es que intentar ver la vida de una forma distinta en una sociedad que prohíbe a todas luces la libre expresión es la consecuencia de la muerte del sujeto. Muchos escritores fueron suicidas al final de la Segunda Guerra Mundial cuando vieron acabada toda su vida, como el conocido Paul Celan, que tuvo que sufrir las consecuencias de la eliminación paulatina de su familia en Campos de Concentración Nazi, y por ello la locura lo lanzó al rio Sena donde murió ahogado, en tormentosos gritos de un doble dolor.
La verdad es que el siglo XX trajo muchos cambios al mundo y ellos fueron vistos como desgracias para familias enteras, pero la comunidad de escritores sintieron estos cambios como tragedias enteras, ellos fueron los primeros en no aceptar este mundo, por ello sucumbieron al suicidio y muchas otras veces al sufrir el martirio del mundo, se ahogaron en drogas y alcohol, como lo hace a diario el actual escritor Charles Bukowski.
Una vida llena de fama y alegría
Pero como no siempre la regla se cumple, una muerte paradigmática es la del escritor japonés Yukio Mishima, el autor de Confesiones de una máscara y El marino que perdió la gracia del mar. Este escritor nació de una familia clase media y dedicó toda su vida a crecer como escritor, siempre sus obras reflejaban la vida en el mar, las antiguas costumbres y los misterios quijotescos del día a día. Su obra se compone de mucho dolor, pero sensibilizado con el color de las letras, prácticamente renovó la literatura japonesa en el siglo XX.
Su vida era igual de intrigante, Mishima fue famoso en todas las revistas, como cualquier famoso actual, todos compraban sus libros y estos aunque eran grandes obras maestras, eran compradas desde jovencitas colegialas hasta viejos amargados. Viajó muchas veces a Estados Unidos y siempre deseó tomarse fotos de modelaje, apareciendo en revistas de moda, todo lo contrario a los otros escritores que viven una vida en silencio, intentando ignorar el mundo.
Yukio fue diferente, estaba al tanto de la situación política de su país, especialmente en el periodo de la postguerra que Japón sufrió muchísimo en su cotidianidad luego de que derrocaran el gobierno fascista de Hideki Tojo con la toma del Pacífico y el bombardeo nuclear de Hiroshima y Nagasaki. Pero el extrañaba algo que se perdió con la modernización de Japón: la costumbre del seppuku.
Todos conocemos la época samurái de Japón, recreada en comics y películas. Los japoneses tenían la costumbre de azotar su vergüenza por medio del suicidio ritual, conocido como Seppuku, pero al mismo tiempo en cumplimiento y lealtad hacia sus superiores. La vergüenza era un elemento general de la sociedad japonesa, por ese motivo muchos se suicidaban al año, pero todo cambió cuando comenzaron a llegar a la isla nipona los aviones con Coca-Cola y McDonalds.
Las personas cambiaron hasta su modo de vestir y dejaron de tomar el té. Uno de los que se dio cuenta de este cambio fue Yukio, el escritor siempre denunció la falta de dejar las costumbres propias del pueblo japonés y se dedicó en cambio a organizar muchas personas que pensaban como él. El resultado final fue la creación de una organización secreta llamada Tatenokai (Sociedad del escudo). En ella confluyeron muchos muchachos jóvenes que veían la necesidad de acabar con el sistema capitalista en Japón y adorar al Emperador, hacían muchas manifestaciones, aunque nunca fueron tomados de forma seria por el estado.
Eso se debía principalmente a que Mishima era un gracioso revoltoso para la sociedad, le gustaba formar polémicas entre la comunidad comunista del país y siempre hacía panfletos que eran vistos a diario por la sociedad. Obviamente esto generaba estados de inconformidad en muchos ámbitos de la sociedad pero también mucha risa.
Un detalle que para algunos pasó inadvertido en este periodo fue el esfuerzo consistente de Mishima, un joven tradicionalmente delgado, en convertirse en un verdadero titán. Sin que nadie supiera la razón (pues la vanidad parecía estar por fuera de todas las posibilidades), Mishima se volvió, lentamente, en un hombre musculoso, fuerte, grande. La razón de ello es quizás la particularidad más interesante de su historia y solo se sabría una vez llegado el final.
El suicidio que nadie se esperaba
Una semana antes de su suicidio, el japonés había organizado en el museo más grande de Tokio una exposición con toda su vida, desde sus inicios hasta el final. Estaban sus libros, prendas representativas, videos y muchas cosas más, pero hacia la parte “final” estaba él: vestido de samurái, con el torso desnudo y cargando una catana (espada japonesa), el personaje hacia el performance de suicidarse.
Las personas asistían por miles a este evento y se animaron mucho los medios por el misterioso pero divertido escritor. Fue todo un éxito la exposición y la sociedad japonesa quedó complacida de nuevo por seguir llevando el arte a la isla.
Pero la semana siguiente, vestido de samurái, Yukio Mishima iba con su amigo Morita. Entraron a un cuartel general para “saludar” a un capitán de la policía. Este los saludó cordialmente e invitó unos tragos, pero los dos terminaron secuestrándolo, arguyendo que viera lo que iba a pasar, el oficial atónito no podía creer esta fantástica historia que le estaba pasando, así que de manera apacible, esperó. Las alarmas se prendieron y nadie en la calle (rodeada por miles de soldados y personas) podía creer lo que esta vez hacía Mishima, así que esperaron el desenlace.
Y ¿por qué había realizado todo ese esfuerzo para crear un cuerpo perfecto? Sencillo: Mishima creía que solo un cuerpo majestuoso era digno del seppuku. Sólo cuando se hubiese alcanzado la perfección, su acto serviría para dar a la sociedad japonesa el mensaje que quería darle: un mensaje de alarma por la decadencia y el abandono de sus banderas más tradicionales, de lo que él consideraba el alma misma de la nación nipona.
Fue trágico; nadie quería creer que el escritor más famoso de Japón y su amigo habrían hecho un suicidio ritual, cortando su propio abdomen y cabeza como lo figuró una semana antes. Su muerte era la denuncia a la sociedad japonesa por dejar el suicidio como una costumbre tradicional.
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