Muchos autos eléctricos como este se construyeron en los 1910s
Petróleo y los hilos que manejan el mundo
Hemos hablado mucho en estas páginas de la profunda crisis que sacude las economías petroleras y que ha llevado a que este producto se desplome en los mercados mundiales. El tema no se menciona por azar: por casi un siglo el petróleo ha sido uno de los productos más importantes en el mundo y bajo su égida se han movido los hilos del mundo. Petróleo buscaba Hitler cuando decidió atacar Rusia a toda costa en aquel nefasto invierno del 41 (nefasto para los alemanes, claro), petróleo buscaban los norteamericanos en el Medio Oriente, petróleo movía los motores del mundo. Todo, o casi todo, estaba vinculado con él.
Muchos suponen que, de alguna manera, siempre fue así. Nada más lejos de la verdad: hacia 1850 – e incluso algunas décadas más adelante – el petróleo era poco más que una curiosidad y era el carbón quien reinaba supremo. No fue hasta 1920 o 1930 que el petróleo adoptó su papel preponderante y se convirtió en el combustible del mundo… y en ello tuvo no poca importancia la adopción masiva de los llamados automóviles de combustión interna.
Hoy este es un hecho que damos por sentado. Ciertamente, no ocurrió de manera espontánea: hacia finales del siglo XIX el motor de combustión interna no era la única opción y ni siquiera la preferida a la hora de construir vehículos. Su principal contendiente, de manera sorprendente, era el vehículo eléctrico.
Así es: hace más de 100 años no sólo existían vehículos eléctricos, sino que eran sustancialmente más populares que hoy día (manteniendo las proporciones, claro). Entonces, ¿qué pasó?
La lucha por la supremacía
Hacia 1880 el motor de combustión interna no se había inventado todavía (no con las características actuales: su predecesor no tenía mucha potencia) y los dos grandes contendientes por el título de mejor motor eran el eléctrico y aquel que usaba vapor.
Comencemos por el auto de vapor. Gracias al desarrollo de la locomotora, el vapor era la fuerza fundamental y los avances rápidamente se aplicaban a la industria de vehículos. Además, eran aparatos simples, potentes, con gran capacidad.
El concepto era el mismo que el de la locomotora, solo que por lo general, en lugar de carbón se usaba keroseno para hervir el agua que daba impulso a la máquina de vapor. El único peligro era que el automóvil explotara, pero dichos accidentes eran poco comunes y las personas, por lo general, confiaban en el vapor como un viejo conocido.
Por otra parte, estaban los autos eléctricos. Silenciosos, económicos, eficientes, lograron gran importancia en las postrimerías del siglo XIX y las primeras dos décadas del XX: el primer carro en superar la marca de los 100 km/h fue, de hecho, un auto eléctrico.
«Jamais Contente» fue el primer auto en superar la marca de los 100 km/h
Hacia 1910 los vehículos eléctricos habían ganado mucha popularidad en los Estados Unidos y, aunque jamás pudieron superar a sus homólogos de vapor, eran unos contendientes importantes. Al igual que aquellos, tenían un diseño sencillo y un motor que no requería de gran ingeniería, por lo que podía ofrecer precios económicos (para los estándares de entonces, claro).
Pero ya entonces se veía venir a un futuro ganador. El vehículo a gasolina, con un motor extremadamente complejo y costoso.
La ventaja del almacenamiento
El motor a gasolina era un problema serio, pero con el paso del tiempo – y gracias en parte a la creación por parte de Ford del modelo de producción en serie en las fábricas – logró superarse, haciendo que su costo fuera solo ligeramente superior al de sus contrapartes. Por otra parte, este vehículo contaba con una ventaja fundamental: su capacidad de almacenamiento.
Un antiguo vehículo eléctrico difícilmente podría superar los 80 kilómetros de autonomía… incluso en las circunstancias más favorables. Un vehículo a gasolina, con un tanque de 95 litros, podía fácilmente quintuplicar esta cifra sin mayores problemas. En un escenario con pocas redes eléctricas y fuentes de carga, esto hizo una diferencia fundamental. A medida que el carro se volvió de uso más recurrente y dejó de ser un lujo los vehículos eléctricos comenzaron a perder terreno.
¿Mano negra?
Como siempre, las cosas no son tan simples. Hay dos cuestiones que pueden ponerse en el tapete en cuanto a la primacía de los autos de gasolina.
La primera es la súbita desaparición de los autos a vapor. El vapor, contrario a la electricidad, era confiable, potente y autónomo por largas distancias. ¿Por qué entonces sucumbió ante la competencia? La respuesta es una sola palabra: Ford.
Su modelo de producción era incomparable y podía ofrecer costos muchísimo más competitivos que las fábricas de entonces. En el momento en el que Ford tomó la decisión, la suerte estuvo echada. Pero, ¿fue casual esta decisión?
Es bueno recordar que en aquel momento la familia Rockefeller había logrado una inmensa fortuna en parte, precisamente, al petróleo. No son pocos los que creen que hubo algo de manipulación en esta negociación y que Ford tuvo presiones – o alicientes – para preferir el motor de combustión interna frente al de vapor. Evidentemente, esta decisión haría aún más ricos a los petroleros de Estados Unidos… incluyendo los Rockefeller.
Un auto a vapor construido en 1908 que aún es funcional
Así, si bien los autos eléctricos estaban condenados, los autos de vapor fueron una alternativa viable que se rechazó en su momento por causas desconocidas… aunque sospechosas.
La hora de la revancha
Como mencionábamos en este artículo, hoy los autos eléctricos han superado su limitante principal – la batería – y se están convirtiendo cada vez más en una alternativa. Es de esperarse que en pocos años alcancen los precios de otros vehículos: la sola expectativa de ello podría terminar de sepultar los precios del petróleo.
Si en verdad existió una conspiración, parece estar dando sus últimos coletazos. Hoy, un siglo después de la primera batalla, parece que los autos eléctricos han llegado para quedarse.
Fuente de imágenes: 1 y 3: bbc.com, 2: masculin.com