Milagros y prodigios
Uno de los grandes pilares de la fe católica es la ocurrencia ocasional de pequeños sucesos imposibles, inexplicables, que parecen violar las leyes universales. Denominados “milagros” o “prodigios”, estos sucesos indican la ocurrencia de designios divinos en el mundo material y el dedo de Dios incidiendo entre los hombres.
Ya hemos hablado aquí de los cuerpos incorruptos de personas como Bernadette Soubirous, cuya pervivencia en el tiempo es considerada una prueba de su cercanía con la divinidad. Otro caso semejante es el de la sangre de San Jenaro, que cada 19 de septiembre retorna al estado líquido que la caracterizó en vida del santo… al menos casi todos los años.
Y cuando no lo hace, claro, augura la catástrofe.
San Jenaro
San Jenaro fue un mártir de los primeros años del cristianismo, aquellos en los que el Imperio Romano perseguía incesantemente a quienes se atrevían a defender la palabra de Cristo. No se sabe con seguridad su lugar o año de nacimiento, pero se convirtió en su adultez en Obispo de Benevento, posición que lo pondría en la mira de las autoridades romanas.
En el año 305 fue capturado cuando iba a visitar un diácono encarcelado (soldados romanos lo reconocieron en el camino) y encarcelado. Se le ofreció inmediata libertad si renegaba de su fe, lo cual obviamente no aceptó, y en consecuencia se le condenó a morir en un horno (una de las torturas más espantosas ideadas por los romanos).
Pese a que el horno se calentó a una temperatura que pronto hubiese llevado a la muerte de cualquier hombre, cuenta la historia que San Jenaro no recibió herida alguna, manteniéndose incluso sus ropajes intactos ante el calor.
Posteriormente el santo – junto con muchos otros cristianos – fue entregado a las bestias (tradición romana) para ser devorados, pero cuenta de nuevo la leyenda que aquellas se postraron a sus pies y se comportaron como mansos corderos. En vista de este nuevo fracaso, las autoridades romanas lo condenaron a ser decapitado… y esta vez ningún milagro salvaría su vida.
Una mujer llamada Eusebia recogería un poco de su sangre, para recordar al Santo y para legar su memoria. La sangre, perdida por siglos, reaparecería en la Edad Media.
La Sangre de San Jenaro
Es difícil – si no imposible – rastrear la veracidad de las llamadas reliquias cristianas. En la Edad Media tenían gran legitimidad y poder, pero históricamente pueden rastrearse solo hasta un periodo relativamente reciente: no sabemos si son verdaderamente las originales.
Dentro de las reliquias existentes se cuentan la Cabeza de San Jenaro (presente en una Urna) y una pequeña ampolla de cristal con unas gotas de su sangre. Como es obvio, esta sangre se encuentra completamente seca, coagulada en una masa sólida.
Pero cada 19 de septiembre, 16 de diciembre y el primer domingo de mayo, a los ojos de miles de fieles, se obra un milagro.
Aquellos días un sacerdote, de forma solemne, retira la pequeña ampolla de la urna y la pone frente a los fieles que observan como aquella de nuevo adopta la forma líquida que tuvo en vida del santo. La sangre parece multiplicarse y de nuevo fluye, libre, al interior del cristal. Luego es, de nuevo, guardada en la urna.
Este prodigio se ha repetido año tras año por siglos con unas pocas excepciones. La penúltima de que tenemos registro ocurrió en 1987, cuando – afirmaban los creyentes – la desgracia se cernía sobre Nápoles como consecuencia de la elección de un intendente comunista.
Y la última en ser registrada ocurrió este año.
En efecto, el pasado 16 de diciembre la sangre no retomó su estado líquido. De acuerdo con la tradición napolitana, anteriores sucesos han precedido 22 epidemias, 11 revoluciones, 3 sequías, 14 muertes arzobispales (en un lapso de 30 días), 9 muertes papales (en menos de 6 semanas), 4 guerras, 19 terremotos y tres persecuciones religiosas.
Así que, teniendo en cuenta lo nefasto que resultó en muchos aspectos, el 2016 bien podría estar despidiéndose con broche de oro.
Imágenes: 1: ojoscuriosos.com, 2: laprensa.hn