Una bala mal apuntada
Una de las leyendas más famosas de la tradición norteamericana –según el Libro de Sucesos Extraños de Charles Berlitz- tiene como escenario la población de Honey Grove en Texas, Estado Unidos.
En ella se cuenta la historia de un leñador llamado Henry Ziegland, quien -en 1893- usando sus encantos logró seducir a una joven muchacha, a quien después no le cumplió las promesas de matrimonio.
Según la historia, la joven -viendo su honor mancillado- optó por poner fin a su vida.
Su hermano, al enterarse de todo, decidió tomar venganza.
Tomó su arma de fuego, y se encaminó hacia el bosque, en búsqueda de quien había ensuciado el nombre de su hermana y ocasionado su muerte.
El joven encontró a Ziegland entre los árboles, le apuntó y disparó.
No obstante, la mala puntería jugó en contra de su deseo, pues la bala apenas rozó la cara del leñador, para incrustarse en la corteza de un árbol.
Al verlo caer, con la cara ensangrentada, el joven huyó, y creyéndose culpable de la muerte de Ziegland, decidió también suicidarse.
Veinte años después, la bala alcanza su objetivo
De acuerdo esta leyenda, Henry Ziegland se recuperó rápidamente, y en poco tiempo olvidó al par de hermanos a quienes sus acciones les había traído la muerte.
Veinte años después, en 1913, Ziegland se encontraba casualmente en la misma zona de bosque donde le había disparado el hermano de la muchacha, tratando de cortar una serie de árboles.
Sin embargo, se había encontrado con uno en específico que no podría cortar con facilidad.
Después de varios intentos –según sigue esta historia popular estadounidense- Ziegland se decidió por la dinamita, como último recurso para cumplir su objetivo: tumbar el árbol.
Así que una vez dispuesta la carga explosiva alrededor del tronco, el leñador tomó distancia prudente, y activó el detonador.
La explosión arrojó mucho más que astillas: de la corteza del árbol saltó una bala, que con la fuerza del explosivo, tenía la suficiente velocidad para matar a alguien cuando se clavó en la cabeza de Ziegland con veinte años de retraso.
Para algunos, esta historia es clara dramatización del refrán popular que dicta que la venganza es un plato que se come frío.
Dos décadas después, Ziegland recibía en su cuerpo la bala que el muchacho no pudo apuntar correctamente. El honor de su hermana había sido vengado por el destino, vestido de casualidad.
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