Retrato póstumo del Gran Khan
El surgimiento del Gran Khan
Hay una sensación que los hombres modernos jamás sentiremos. Es la sensación de terror ante las hordas de jinetes que, con una fuerza demoledora, son capaces de destruir todo aquello que se interponga en su camino. Derrotados al fin por las armas de fuego, los grandes pueblos nómadas de jinetes sembraron el terror a lo largo y ancho de Eurasia por milenios: fue su presencia lo que motivó la construcción de la Gran Muralla China.
La más impresionante de las apariciones de estos monstruos a caballo ocurriría justo antes del comienzo de su declive. En el año 1205 Temujin, que pronto adoptaría el legendario nombre Genghis Khan, unificó bajo su mando las tribus mongolas y marchó hacia china con un ejército que buscaba la conquista de la región conocida como Xia Occidental.
De los mongoles mucho quedó escrito. Se habla de ellos como hombres de guerra, que gustaban de las armas, la sangre y el dolor. El mismo Temujin era un sanguinario para quien poco importaba la vida de quienes no fueran sus hombres, y que tenía una mente brillante, privilegiada en asuntos bélicos.
Sin embargo, pese a su naturaleza guerrera los mongoles tenían una desventaja fundamental: carecían de tecnologías de asedio que les permitieran conquistar las ciudades. Una vez tuviesen en sus manos la tecnología china, esto no sería un problema, pero hasta entonces era necesario encontrar una pronta solución.
Uno de los casos más interesantes de estrategia militar se dio durante el asedio a la ciudad de Volohai, uno de los centros urbanos más importantes de la región. En este momento Temujin aún carecía del soporte de las armas de asedio chinas (y las más poderosas armas árabes que adquiriría posteriormente), y las estrategias de su caballería, letales en el campo, resultaban inútiles a la hora de derribar una muralla. ¿Se habían estrellados sus propósitos con las infranqueables murallas de Volohai?
Imagen medieval que relata el asedio de Volohai
La extraña petición de los mongoles
Sin embargo, el Khan no había adquirido dominio sobre las tribus mongolas por azar. Era un magnífico estratega capaz de sacar ventaja de situaciones en las que otros no veían oportunidad. Lo que hizo fue solicitar un tributo muy peculiar a los habitantes de Volohai: les dijo que levantaría el sitio si le entregaban mil gatos y 10.000 golondrinas.
Los agradecidos habitantes se entregaron a la tarea de recolectar y capturar los animales, que al final entregaron – un tanto extrañados – al líder mongol. Pero como podrán suponer la cosa no era tan simple: todo hacía parte del plan de Genghis Khan para destruir la ciudad.
Una vez tuvo los animales en su poder, uno a uno los soldados mongoles les amarraron pequeñas banderas y objetos de maderas suaves. Una vez estuvieron listos, la vanguardia de Khan se acercó a las murallas de la ciudad… y encendió fuego a los animales.
De acuerdo con el relato que llegó a nuestros tiempos, los objetos estaban pensados para arder por un largo periodo sin matar al animal, pero si causándole algo de daño. Como esperaban los mongoles, los aterrados animales corrieron de vuelta a la única ciudad que conocían y donde esperaban obtener refugio. Y se hizo el infierno: un enorme incendio comenzó a crecer en los barrios de la fortaleza. Los defensores estaban demasiado ocupados extinguiendo los fuegos para poder cuidar las murallas, y pronto los mongoles pudieron ingresar. Al final, Volohai cayó ante el poderoso ejército del Gran Khan.
Esta batalla pasó a la Historia como un ejemplo de crueldad y sevicia, pero también como un magnífico caso de estrategia militar exitosa en una circunstancia en la que la victoria se veía como algo casi imposible.
Fuente de imágenes: 1: biografiasyvidas.com, 2: freethoughtblogs.com