Ser expulsados de la tierra natal, sin garantía alguna de supervivencia, con el temor de ser asesinados y sin la más mínima protección, pues quienes debieran cuidarlos les voltean la espalda, los ignoran y hasta los sacan de los lugares públicos en nombre de la Ley, es algo que sólo les compete a los desplazados, o, ¿a nosotros también?
Esnelda Giraldo y Manuel Quiroga se despiertan día a día con poco abrigo, un día con más frío que otro, un frío penetrante como el que caracteriza a Tunja, pero al final siempre con frío, o quizás como Manuel dice “a veces no quisiera despertar”. Su historia es menos común que la de cualquiera de nosotros. No fue nunca como la de aquellos cuentos que le leen a su hija menor, Leidy, porque siempre tienen un final feliz y la historia de ellos jamás la ha tenido.
Pasan la vida entera tras ojos de vidas que a diario cumplen una y otra rutina, unos estudian, otros trabajan, otros simplemente pasan su tiempo disfrutando del dinero que poseen y, sin mucho problema le cantan a la vida y a su vez, la vida les canta a ellos, pero en tierras de olvido se encuentran otros a los que ella no les sonrió, como lo es el caso de esta familia de desplazados, unos de los muchos Colombianos cuya rutina es totalmente opuesta a la de los ejecutivos, trabajadores, profesores y estudiantes que cuentan con la suerte de encontrar un trabajo o una vida digna en nuestra ciudad, de gente que a pesar de los problemas lucha y lo más importante, es capaz de soñar.
Todo comenzó en la zona rural de San José de Oriente, cerca de Valledupar, en el departamento del Cesar. Un clima cálido, “ni muy muy, ni tan tan”, recuerda Manuel. Llegaron a Tunja junto con su hija Leidy de cinco años de edad; también tienen dos hijos más: Fernando y David, uno de 14 y el otro de 15 años. Por encima de las circunstancias, prefirieron que siguieran estudiando en el colegio del pueblo y que permanecieran en la casa de Marina, hermana de Esnelda.
Debido a la falta de libertad causada por los grupos armados, legales o no, presentes en este territorio: el Ejército Nacional, la guerrilla y los paramilitares, estos dos personajes y su pequeña recurren a pedir migajas en la Plaza de Bolívar de Tunja. La gente de San José que continúa viviendo allí, es porque quizás, un milagro los protege; quien esté de parte de un grupo es muerto y quien no, también. Contra la espada y la pared.
El drama de estos colombianos infortunados, no sólo los ha afectado a ellos, sino también a todos sus familiares. Esnelda tiene 10 hermanos y junto con su madre, forman parte de la larga lista de desplazados por la violencia y, actualmente, se encuentran en Ibagué, Tolima, recibiendo apoyo de Acción Social. El destino de Esnelda y de Manuel fue diferente. “Llegamos a este lugar porque oíamos rumores de que era una ciudad tranquila y en donde podíamos trabajar dignamente”, agregó él. “La forma de progreso de los campesinos de San José de Oriente es la siembra de plátano, naranja, yuca, café, entre otros. La dificultad es que estos alimentos se producen bastante y por tanto, el costo de venta es mínimo, además de los aprietos para llevar el producto hasta la parte urbana”, continuó Esnelda.
La situación de un desplazado es difícil porque al llegar a una ciudad son despreciados. Cuando estos tres hermanos colombianos caídos en desgracia llegaron a Tunja, se presentó la primera dificultad: el reclamo por parte de la Policía, quienes les exigían desalojar el espacio público y que si se trataba de una pareja de desplazados, debían hablar y notificarse, lo más pronto posible, con Acción Social.
Fuimos a hablar con el comandante de la Policía Nacional de Tunja, teniente Luis Alfonso Tarazona Sánchez, y le preguntamos por el modus operandi de su institución con las personas desplazadas que arriban a la capital y, de una forma esquiva y algo arrogante, como queriendo eludir el asunto, nos contestó lo siguiente:
“La persona o familia debe dirigirse a la personería. Allí le tomarán la declaración juramentada, donde ellos dan sus datos e información básica. Luego esta información es llevada a Acción Social lo más pronto posible. Pero aquí son pocos y casi ningún desplazado que llega, los que usted ve con carteles y con niños en brazos no son más que timadores, gente que le da pereza trabajar y recurren a esta clase de mentiras”.
Desde ese primer día, miércoles 13 de mayo de 2009, en que llegaron a Tunja, piden limosna en la esquina de la Casa o Edificio de la Torre, cerca de la Esquina de la Pulmonía. A partir de ese miércoles, valiéndose de unas latas vacías de cerveza, piden dinero, principalmente, para reunir $15.000 diarios que pagan por el hospedaje en un hotel; lo que resta, si es que se logra recoger más, es destinado para la comida de Leidy.
Esto nunca había ocurrido en la vida de esta pareja. Por primera vez pedían limosna, sintieron lo vergonzoso que es y la indiferencia por parte de la gente. 40 y 45 años son las edades de ellos, personas con un estado físico en buenas condiciones, trabajadores y con ganas de seguir trabajando. Esnelda quiso pedir trabajo en un restaurante en donde el requisito era, por lo mínimo, la recomendación de una persona o de una empresa; en el caso de Manuel, los requisitos aún son más: el certificado de haber cursado por lo menos sexto de bachillerato, la libreta militar, alguna recomendación de trabajo y otros. Hasta la fecha, no han logrado reunir ni un solo requerimiento.
¿Existen otras entidades que ayudan a los desplazados?
La Defensoría del Pueblo y Pastoral Social. Gustavo Adolfo Tobo Rodríguez, defensor del pueblo regional-Boyacá, asegura que si una persona es desplazada de cualquier lugar del país y llega a Tunja, por ejemplo, puede acercarse a la Defensoría del Pueblo y rendir una declaración. “Nosotros las recibimos en unos formatos especiales con todo el cuidado del caso, posteriormente enviamos estas declaraciones a Acción Social quien es la entidad encargada finalmente de certificar si una persona es desplazada o no lo es, eso con lo que tiene que ver con las declaraciones. Ya frente a la ejecución de los proyectos, de las ayudas que deben recibir estas personas, la Defensoría del Pueblo también ejerce una vigilancia especial acerca de su cumplimiento: en qué medidas se están entregando esas ayudas, en qué tiempos, de qué calidad son, con el fin, también, de medir un poco el impacto y el cuidado que debe tener el estado frente a una población vulnerable como es la población desplazada”, declaró Tobo.
Pastoral Social, una institución de la Iglesia Católica, también colabora con la causa de los desplazados por la violencia. Aquí, ellos no buscan dinero o cosas materiales, van en busca de un consejo, de unas palabras de apoyo, con ganas de ser reconocidos como personas. “El desplazado, muchas veces, viene aquí a comentar, a narrar su drama, su historia, su dolor y viene a veces sólamente a eso, a que lo escuchemos, lo acojamos, algunas veces a que le brindemos alguna orientación”, dijo el presbítero Moisés Sanabria Gómez, director de Pastoral Social en Tunja.
Esnelda, Manuel y Leydy, permanecen todavía en las calles de la capital boyacense. Continúan en la espera de que Acción Social cumpla con su función, pues hasta la fecha no se han pronunciado, a pesar de haber seguido con el debido proceso. Después de vivir en el calor familiar, sembrando en el campo, en estos instantes, esta pobre familia se enfrenta a los ladrones, el frío congelante, la soledad, el desamparo, la indiferencia, el hambre, la sed y hasta la policía misma. Por ello, usted ya no los podrá encontrar en el andén del Edificio de la Torre, pues de ser así, un bolillo y muchos insultos serían sus únicos compañeros.