La mayoría de casos que conocemos de accidentes radiactivos revisten un aura mítica, diríamos catastrófica, que mezcla la estupidez con la arrogancia humana y pone en peligro las vidas de miles de personas por un delirio de poder nada justificado. Chernóbil o Fukushima nos muestran de la peor manera lo que sucede cuando la humanidad juega con fuerzas que son imposibles de controlar.
El accidente de Goiânia
Sin embargo, uno de los accidentes radiactivos más particulares (y menos conocidos) ocurrió en un lugar mucho más cercano: en el estado brasileño de Goiás y, puntualmente, en la ciudad de Goiânia, en el centro del territorio brasileño. Esta historia no está marcada por tintes apocalípticos: es un caso bastante particular, pintoresco, diríamos. Sin embargo, pese a su carácter peculiar el accidente tuvo algunas consecuencias bastante serias. Veamos de qué va la cosa.
El material radioactivo es robado
En 1985 el viejo Instituto Goiano de Radioterapia (IGR), una institución médica privada, se mudó de su antigua ubicación – a un kilómetro del centro de la ciudad – a una nueva y más moderna locación. Originalmente la empresa dejó allí algo de equipamiento incluyendo una unidad de radioterapia que había sido adquirida en 1977.
Nadie entiende bien qué sucedió que llevó a que los dueños abandonaran el material en la vieja locación, que jamás fue demolida. Parece ser que todo se debió a un problema burocrático: 4 meses antes del incidente uno de los viejos dueños del edificio (Carlos Figuereido Bezerril) intentó advertir a las autoridades y fue detenido por la policía cuando trató de entrar al edificio a sacar el material radioactivo que quedaba en la vieja unidad. De acuerdo con los testigos, Figuereido entonces amenazó a Lício Texeira (dirigente de Ipasgo, la institución que le impidió el paso) diciendo que tendría que asumir las consecuencias de este acto.
El edificio permaneció abandonado, aunque un pequeño grupo de policía fue encargado de su custodia. Sin embargo, esta pequeña guardia probaría ser completamente inútil cuando, el 13 de septiembre de 1987, dos “saqueadores” llamados Roberto dos Santos Alves y Wagner Mota Pereira se introdujeron en el edificio.
Se cree que no sabían qué estaban buscando, y sencillamente se dirigieron al lugar que parecía tener mayor valor (esto es, la vieja máquina de radioterapia). Lograron desprender una parte de la misma y llevarla en una carretilla a la casa de Alves. Aquella misma tarde comenzaron su oficio de “chatarreros” y destruyeron lo que quedaba de la máquina, dejando al aire los componentes radioactivos. Pese a un ataque de náuseas bastante serio, continuaron su labor convencidos de que se trataba de algún alimento que les había caído mal.
La cápsula de cesio se encontraba rodeada por una cubierta protectora, que giraba para que la radiación saliera por un agujero. Sin embargo, Alves encontró la cápsula y la rompió… convencido de que adentro habría algo de valor. Su osadía le saldría cara: algunos meses después se vería obligado a amputarse el brazo por la gran cantidad de radiación que recibió mientras realizaba este trabajo.
Comienzan a desarmar la cápsula
El 16 de septiembre Alves descubrió una luz azul en el interior de la cápsula y logró sacar algo del polvo de cesio, que lo maravilló por la tenue luz azul que emitía. Sin embargo, al no ser capaz de encenderlo o usarlo para nada, decidió vender los restos (incluyendo lo que quedaba de la cápsula) al chatarrero Devair Alves Ferreira.
Este hombre continúo la labor de exploración de la misteriosa luz azul, solo que en este caso con un equipo algo más eficiente. Logró sacar varios granos del interior (del tamaño de un grano de arroz) y los repartió entre sus amigos, todos los cuales estaban fascinados con el fenómeno. El 21 de septiembre, 3 días luego de comprar el objeto y algunas horas después de sacar los primeros granos, la esposa de Ferreira, Gabriela María, enfermó.
Sería esta mujer la que se diera cuenta de la relación entre el polvo y la enfermedad de las personas a su alrededor. El 28 de septiembre llevó una pequeña muestra al hospital para que fuera revisada por las autoridades. Al día siguiente un físico detectó con un contador especial la presencia de radiación y de inmediato informó a los gobiernos central y municipal. Hacia el final del día todos los noticieros habían pasado la advertencia y más de 130 mil personas se presentaron en los hospitales temiendo haber tenido contacto con el polvo.
Las horribles consecuencias de la radiación
Lamentablemente, para algunos fue demasiado tarde. El caso más triste fue el de la sobrina de Ferreira, quién jugó con el polvo, lo untó en su piel e incluso arrojó un poco (involuntariamente) sobre un sandwich. La niña murió menos de un mes después, la dosis de radiación que recibió fue completamente letal.
En total se contaron 4 muertos (incluyendo la esposa de Ferreria), decenas de enfermos y centenares de personas en contacto con la radiación. Ferreira, de manera sorprendente, no murió a pesar de ser la persona que más radiación recibió (en torno a los 7Gy, cuando se supone que más de 5Gy es mortal). El caso pasó a la historia como el accidente nuclear más importante en una zona urbana… y también el más irresponsable, causado por demoras burocráticas, la ineficiencia de la policía y la osadía de dos saqueadores imprudentes.
¿Conocías la historia del accidente de Goiânia? ¿Conoces algún accidente parecido?
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