En las épocas de las monarquías antiguas, era propio de los reyes condenar a muerte a alguna persona. Quizá por haber cometido algún crimen o también, por ir en contra de los intereses de la realeza. Pero en la historia que veremos en breve, “un rey condenó a muerte a un río”.
La furia de Ciro
Su nombre era Ciro II “el Grande”, un monarca persa quien se ensañó contra el río llamado Gyndes, conocido en la actualidad como Diyala, localizado entre Irán e Irak. Esto aconteció cerca del 540 a. C., cuando Ciro II daba un fuerte azote al oriente de Europa, dirigiéndose hacia Babilonia. Pero un día de esos, el rey y los hombres de su ejército tuvieron que atravesar el río Gyndes, en aquella oportunidad llamado Diyala.
Obviamente, necesitaban embarcaciones para cruzarlo, razón por la que decidieron utilizar sus caballos sagrados, pero el río se llevó unos cuantos. Entonces, Ciro enfureció grandemente y decidió condenar el río a la muerte, por lo que juró por lo que más quería, que lo secaría hasta dejarlo menos que un charco, según decía, “que hasta las mujeres podrían atravesarlo sin que sus aguas les cubriera nada más que sus pies”.
Pudo lograr su cometido, pero la naturaleza restauró el río
Así como lo decretó, sucedió. Se obsesionó tanto con ello, que hizo a un lado la batalla contra Babilonia y realizó todo lo debido para cumplir con su plan de asesinar al río. Dividió a su ejército en dos grupos: el primero lo ubicó en la orilla del Diyala, con la orden de cavar sin parar. En efecto, al pasar así tres meses, ya se habían abierto 360 canales cuya función era desangrar el afluente, mismo que resultó convertido en una red de diminutos arroyuelos.
Cuando todo fue consumado, Ciro junto con sus hombres, marcharon victoriosos sobre lo que fue el río Diyala, que con el tiempo tomó vida nuevamente hasta llamarse el Gyndes.
Imagen: historiamundo.com