En el presente artículo abordaremos, a manera de ensayo y de reflexión, varios aspectos en los que se halla inmersa la autonomía en nuestra vida cotidiana, y si tiene o no, algo que ver con el libertinaje.
El valor de la autonomia
Al hablar de autononomía, podríamos pensar en una persona voluntariosa que «hace lo que quiere», «lo que le viene en gana» en razón de ser autónomo. No obstante, la autonomía realmente conyeva «responsabilidad». Sí, paradójicamente una persona autónoma no es precisamente irresponsable. Por ejemplo, cuando un niño o un joven vive con sus padres, sólo es autónomo hasta cierto punto. Esto significa que, también, sus responsabilidades sólo llegan hasta cierto punto.
Cuando esa persona crece y es mayor de edad, entonces comienza a valerse por sí misma en forma completa (o más o menos completa), esto, por una parte, le confiere mayor autonomía, pero a su vez mayor responsabilidad.
Pero, por supuesto, la autonomía no se consigue solamente por el mero hecho de alcanzar la mayoría de edad, puesto que podría llegar a la edad de 80 años y ser una persona completamente dependiente.
Así, la autonomía es la capacidad de tomar decisiones por iniciativa propia, y tener sobre sí la capacidad de conducirse en forma responsable. La autonomía es lo contrario a la dependencia. Cuando un ser se vuelve dependiente se vuelve frágil y vulnerable, incapaz de decidir por sí mismo, incapaz de afrontar la consecuencia de sus actos y de sus acciones.
La autonomía, por lo que hemos visto, implica responsabilidad; pero también implica respeto. Una persona que insulta a otra no puede argumentar que lo ha hecho en razón de su autonomía. Esa autonomía implica actuar en forma libre, sin perjudicarse a sí mismo y sin perjudicar a nada ni nadie, sin lastimar ni herir a nada ni a nadie.
Una persona no puede agredir a otra y decir que es autónoma porque entonces, no sólo carece del valor de la autonomía, sino que carece del valor del respecto y de sentido común.
La autonomía nos confiere libertad de acción y libertad en la toma de decisiones, y es bueno tenerla para no convertirnos en seres dependientes, ni que otros decidan por nosotros. Sin embargo, esa autonomía no es libertinaje. Cuando nos dejamos convencer de otras personas, por ejemplo, para ir a hacer algún mal, para alcoholizarnos, etc., no estamos siendo autónomos ni actuando con autonomía, por cuanto nos estamos dejando influir de terceros.
Dicho de otra forma, los valores siempre nos van a encaminar hacia acciones correctas, y la autonomía, como valor, no puede ser la exepción.