La historia del jugador y mujeriego
Joseph Bowne Elwell fue un maestro jugador de Bridge y uno de los que desarrolló aquel juego de naipes cuando todavía estaban construyéndose las reglas. Vivió el sueño en la sociedad de La Belle Epoque norteamericana, en los 1900’s y los 1910’s, hasta el día de su muerte, ocurrida el 11 de junio de 1920.
Elwell nació en una familia Neoyorquina de clase media y aprendió a jugar Bridge en la Iglesia, donde comenzó a crear un pequeño club de jóvenes. Algunos años más tarde se casó con Helen Derby, otra fanática del juego que tenía importantes contactos en la clase alta neoyorquina.
Gracias a su esposa, uno de cuyos primos se había casado con Ethel Roosevelt, Elwell comenzó una maratónica carrera en ascenso al convertirse en un tutor profesional de bridge, un respetado jugador y un importante miembro de la clase alta. Sus estudiantes y su talento para las apuestas hicieron que pudiera comprar 20 caballos, 5 coches y un yate para 1910.
Pero con el juego no vino solo la riqueza. Elwell pronto se convirtió en un reconocido donjuán de la región por involucrarse con muchas de sus estudiantes y con otras mujeres que conocía. Para 1916 su esposa, cansada del tenor que había tomado la vida de su marido, ya lo había abandonado.
Muchos dicen que no fueron pocos los enemigos que Elwell ganó a lo largo de su vida con su actitud despreocupada y descarada. Cuando murió tenía una libreta personal con los números de 55 mujeres, muchas de las cuales estaban casadas: las parejas de estas mujeres bien hubieran podido estar interesadas en asesinar al hombre.
La muerte de Elwell
La historia de Elwell, como ya lo mencionamos, terminó aquel 11 de junio de 1920 cuando alguien le puso una bala entre los dos ojos. Sería la mujer que le ayudaba con las tareas del hogar quien se diera cuenta cuando entró y lo encontró sentado, de espaldas, con la bala aún caliente. La policía alcanzó a llevarlo con signos vitales al Hospital, donde lanzó su último suspiro.
La escena es un típico caso paradójico de “La Habitación Cerrada desde adentro”. El cuerpo se encontró sentado con una carta a medio abrir en su regazo. La bala había sido prolijamente alzada y colocada en la mesa, el cartucho, sin embargo, se encontraba en el suelo. Pese a tener objetos que valían miles de dólares y que perfectamente cabían en un bolsillo, nadie había tomado nada: la casa estaba intacta.
Quien quiera que disparase tendría que haberse sentado frente a Elwell, en una visita un tanto macabra, si se me permite la expresión. Esto indica, a su vez, que el hombre debía conocerlo. Pero, ¿quién pudo entrar de esa manera sin despertar sospechas? ¿Cómo pudo cerrar la habitación? ¿Acaso tenía una copia de las llaves?
Aunque muchos le apuntan a la naturaleza promiscua del hombre (y a que seguramente una de sus amantes tendría las llaves de su domicilio), esto sigue sin explicar el cerrojo en la puerta de la habitación. Quien quiera que lo hizo parece haberse esfumado en el aire.
Al final la policía fue incapaz de resolver el crimen (en su momento tuvieron una lista de más de 1000 sospechosos), que se convirtió casi en leyenda en la historia de los Estados Unidos. Como dato curioso, un hombre confesó haberle asesinado, pero pronto comenzó a contradecirse y las autoridades se dieron cuenta de que no era culpable, solo quería morir en la horca y dejar de darle problemas a su familia.
Al final, la única teoría que parecía tener sentido era que, al estilo del “Dr. Jekyll y Mr. Hide”, era uno de los Elwell el que había asesinado al otro.
Fuente de imágenes: 1: historicmysteries.com, 2: i.crackedcdn.com