Al entrar bajo tierra, al descender la luz y depender el hombre de alguna antorcha para seguir los estrechos caminos subterráneos, al sentirse cada vez más incapaz de usar sus sentidos, es natural que el temor comience a primar en la mente de cualquier ser humano. Los territorios subterráneos, por fuera del dominio del hombre, normalmente eran el reino de los muertos, o de criaturas extrañas, a veces sabias o a veces peligrosas. Aún hoy existen seguidores de la teoría de la tierra hueca, y se han organizado expediciones para encontrar, en un agujero en algún lugar de los polos, la entrada al mítico reino de Agartha, padre de la civilización.
A lo largo de la historia, son muchas las sociedades que hablan de criaturas subterráneas, a veces humanas, a veces no, que pueden ser peligrosas o aliadas de los reinos humanos. En este artículo analizaremos algunas de las más importantes:
Shamballa, el mítico reino subterráneo
Normalmente le se confunde con Agartha, actualmente considerado el reino de la tierra interna. Su nombre proviene de la tradición de Asia Central (budista, tibetana e hindú) y consiste en un mítico reino ubicado en algún lugar debajo del continente asiático.
Para los budistas, Shamballa es un territorio de paz y tranquilidad, donde, a petición del rey, el mismo buda bajó a predicar sus enseñanzas, las cuales aún se ponen en práctica. Es un paraíso budista, donde todos los hombres están iluminados. Su capital, Kalapa, es dirigida por su rey sentado en un trono de león, y se dice que posee un gigantesco mandala construido en tres dimensiones a petición del rey.
En la tradición budista se habla de los treinta y dos reyes de Shamballa (siete reyes dharmarajas y 25 reyes kalki), el último de los cuales saldrá a la superficie en un periodo de sufrimiento, cuando el mundo se encuentre envuelto en las tinieblas de la guerra y la avaricia, para inaugurar una edad de oro de la tierra. Este momento llegará alrededor del año 2350, pues el 25° rey kalki tomará el trono en el año 2327. En la actualidad, Shamballa es gobernada por Aniruddha, “quien escribe y ata los tres mundos”, de quien se dijo que gobernaría en un tiempo en el que el budismo Vajrayana y el Kalachakra están prácticamente extintos.
Amrum, o la isla de la gente pequeña
Cuenta la leyenda que el salvador Jesucristo vino un día a la casa donde vivía una mujer que tenía cinco hijos bellos y cinco no tan agraciados. Ella escondió a sus hijos feos en el sótano, y Jesucristo, conocedor de su acción, le preguntó en dónde se encontraban sus otros hijos. “No tengo más hijos, señor”, fue su respuesta.
Jesús, entonces, maldijo a la mujer diciendo aquello que está abajo deberá permanecer abajo, y lo que está arriba ha de seguir arriba. La mujer perdió para siempre a sus hijos, que se convirtieron en los primeros hombres subterráneos.
En la tradición cristiana de Europa central (principalmente Alemania) se habla de una isla llamada Amrum, donde viven estos hombres no mayores que una mesa y que vestían capas rojas sobre sus cabezas. Si una familia descuidaba un niño sin bautizar, los hombres subterráneos lo tomarían para sus propósitos y pondrían otro niño en su lugar.
Patala, la séptima región bajo la tierra
De nuevo la mitología hindú nos presenta Patala, hogar de los Nagas (o dioses caídos) con forma de serpiente. Se corresponde, en la cosmología de esta región, con las siete regiones inferiores ubicadas bajo la tierra (el cielo, Svarga, son las seis regiones superiores, y la tierra, Prithvi, o región intermedia). Sus características tienen poco que ver con el infierno de la tradición judeocristiana: de acuerdo con la descripción de Vishnu Purana Patala es de hecho más bello que Svarga, y posee hermosas joyas, grandes lagos y hermosas doncellas de naturaleza demoníaca. El aire posee una dulce fragancia y está lleno de hermosa música, y el suelo tiene todos los colores del arcoíris.
A pesar de que los nagas son deidades inferiores, y comparten el cuerpo de una serpiente con el de un humano, presentan una inteligencia envidiable y no necesariamente son contrarios a los designios humanos, pues se los ha visto aconsejando a reyes sabios e incluso casándose con gobernantes iluminados para garantizar la paz y la prosperidad de sus reinos terrenales.
Svartalfheim, o el reino de los enanos
Curiosamente, en las primeras sagas nórdicas los enanos distan mucho de ser pequeños. Con una raza de hombres que no se reproducen, sino que nacen de la tierra, y provienen de la ciudad de Svartafheim, uno de los nueve mundos de la cosmología nórdica. Los enanos vivían bajo la tierra, lo que permite suponer que Svartalfheim era en verdad una serie túneles y dominios subterráneos donde obtenían lo necesario para realizar sus magníficas obras, pues los enanos eran los mayores artífices del mundo nórdico y fueron quienes realizaron muchos de los objetos mágicos usados incluso por los dioses.
Xibalbá, o el reino subterráneo de las enfermedades
No podían faltar en esta lista los representantes más reconocidos de la mitología americana: los mayas. Dentro de su cosmología existía una ciudad subterránea donde habitaban, entre otros, Hun-Camé y Vucub-Camé, divinidades de la muerte y la enfermedad. Se describe como una región de caminos en declive y ríos subterráneos, llena de espinos y con casas diseñadas para torturar a sus visitantes. La leyenda maya afirma que los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué derrotaron a los dioses malvados de Xibalbá como venganza por haber asesinado a su padre y a su tío, por lo que sus terrenos, en los tiempos del hombre, estarían vacíos. En el siglo XVI se creía que la entrada a este reino subterráneo estaba ubicada en alguna de las cuevas de Cobán, Guatemala.
Las ciudades del cañón del Chaco
Los indios navajos normalmente decían que los Anasazi, sus “viejos enemigos”, provenían de terrenos subterráneos, y sin lugar a dudas sus ciudades edificadas en los cañones norteamericanos ayudaban a forjar este mito. De acuerdo con la leyenda navaja, los anazasi habrían vuelto a sus dominios subterráneos alrededor del año 1250 d. C., cuando desaparecieron de sus ciudades, las cuales encontrarían los europeos cuatro siglos más tarde.
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