Normalmente todos asociamos la palabra kamikaze a los guerreros que, voluntariamente, chocaban sus aviones contra los barcos de guerra aliados en la Guerra del Pacífico, para defender el honor y la libertad del Gran Imperio Japonés. El significado de esta palabra es viento sagrado (término que capta bastante bien el concepto), pero contrario a lo que muchos creen, no se originó en la Segunda Guerra Mundial, sino 7 siglos antes cuando un verdadero viento sagrado salvó el destino del Japón Medieval. Esta es su historia:
El surgimiento del Imperio Mongol
En el año 1206 de las estepas mongolas del norte de China surgió un hombre que habría de cambiar el destino de la Historia del mundo. Su nombre era Temujin, pero adoptó el título de Gengis Khan (“El Gran Khan”) y unificó a todas las tribus de Mongolia. Bajo su puño de hierro cayeron, una tras otra, todas las sociedades de la región, llegando a conquistar un territorio desde Rusia hasta China, el que sería el segundo imperio más grande en la Historia de la humanidad.
Las intenciones de conquistar Japón
En 1260 Kublai Khan, nieto del gran conquistador, subió al trono del Imperio. Dentro de sus objetivos se encontraba conquistar el Reino del Japón, que al ser insular había estado hasta entonces blindado contra la caballería mongola. Sin embargo, para entonces los mongoles ya habían conquistado China y tenían a su disposición la tecnología y los recursos de la desarrollada sociedad asiática, por lo que comenzaron a realizar planes para la conquista de Japón.
En 1266 Kublai envió un grupo de emisarios a Japón con la intención de forzar al reino a ofrecer tributo a los mongoles so pena de una confrontación militar. Sus enviados, que repetirían el viaje dos años después, regresarían en ambas ocasiones con las manos vacías. El emperador, interesado en conquistar cuanto antes a los japoneses, envió una comisión a Corea (entonces bajo dominio mongol) desde donde comenzó la construcción de una gran flota imperial.
Los japoneses sabían lo que se avecinaba. Su pequeña isla (por lo demás, aislada) tenía pocas oportunidades de crear un ejército capaz de resistir al poder de la caballería mongola. Además, no había ningún aliado que pudiese ayudarles: prácticamente toda la región estaba bajo el dominio mongol. El gobierno, desesperado, comenzó a movilizar la mayor cantidad posible de población y a organizar una defensa desde mediados de los 1260’s… sin embargo, sabían que eso no era suficiente y que necesitaban un milagro.
1274: la primera invasión Una guerra sin esperanza
En 1274 la flota mongola estaba lista. 300 grandes veleros y unos 400 – 500 barcos más pequeños iban cargados con 15 mil soldados mongoles y 8 mil coreanos. La flota arribó a la Isla de Iki, a la que conquistó sin dificultad, y prosiguió su camino.
En la Bahía de Hakata les esperaba su primer desafío. Una inmensa fuerza japonesa, que aglomeraba a la gran mayoría de los guerreros de la isla, los esperaba. Sin embargo, los samuráis japoneses no eran rival para el poder y la tecnología de las armas mongolas. Su caballería de arqueros, armada con los arcos compuestos que ya habían dado al traste con los mayores imperios de la época (China y Persia) comenzó a infligir serios daños a la infantería japonesa. De nuevo, rogando a sus dioses, los japoneses resistieron cuanto pudieron por la defensa de su tierra.
Pero entonces sus rezos fueron escuchados.
La llegada del viento sagrado
Aquella tarde un poderoso tifón comenzó a azotar las costas de la región. El ejército mongol temía quedarse sin flota, lo que rompería la cadena de suministros y dejaría muy vulnerables a sus tropas en tierra, por lo que decidió volver a mar abierto donde los vientos eran más manejables. Se calcula que en la retirada cerca de 200 barcos fueron destruidos por los grandes vendavales.
Pero el tifón fue una oportunidad de oro para los guerreros japoneses. Sus pequeños barcos pesqueros, aunque inútiles en una batalla naval, podían moverse con agilidad en medio de las olas y esquivar fácilmente las rocas. Los samuráis, incapaces de combatir contra la caballería, eran especialistas en las luchas uno a uno, y alcanzaron los barcos mongoles para iniciar una pelea en alta mar. Su estrategia dio frutos y los jinetes mongoles, incapaces de usar sus arcos en la noche, fueron derrotados.
1281: la segunda invasión
Pero los japoneses no podían cantar victoria. De nuevo el imperio comenzó a preparar una gran invasión que no tenía nada que ver con la anterior. 900 naves con más de 40 mil soldados chinos se embarcaron en el norte, mientras que del sur salía una fuerza aún más impresionante de 100 mil soldados y 3.500 embarcaciones. En un caso particular de repetición de la Historia, los japoneses de nuevo se defendieron de un desembarco en la bahía de Hakata.
En esta ocasión iban mejor preparados. Habían fortificado mucho la región, con miras a convertirla en el último bastión de defensa nipona. No tenían oportunidad contra un ejército como ese, pero no les importaba: confiaban en que sus dioses y su valor les darían la victoria. Y, efectivamente, así fue.
Durante varios días los japoneses lucharon con todas sus fuerzas contra los invasores. A pesar de que se trataba de un gran ejército, fueron capaces de detenerlos. La noche del 14 de agosto las tropas mongolas volvieron a sus barcos (no está claro si como parte de una estrategia o por protección contra los japoneses) y muchos comenzaron a temer que el ejército desembarcaría más al norte y los atacaría por la espalda.
Pero el 15 de agosto volvió el kamikaze. Un impresionante tifón azotó por dos días seguidos las costas de la Bahía y pocos barcos pudieron escapar. La flota mongola fue aniquilada casi en su totalidad por los vientos sagrados de la Isla del Sol Naciente. Al final, no fue su valor, sino los dioses, los que salvaron a Japón. Los mongoles no podrían volver a realizar el esfuerzo de construir una flota, y la independencia de Japón estaría asegurada por otros 6 siglos.
¿Conoces alguna historia semejante?
Fuente de imágenes: 1: photo.sbanzu.com, 2: img00.deviantart.net, 3: kcpwindowonjapan.com