Un diamante en bruto
Diamantes que brillan
Los diamantes son, seguramente, la joya más famosa de todos los tiempos. Aunque en Europa y América Latina no son tan populares, en Estados Unidos un anillo de diamantes es, culturalmente, casi un compromiso a la hora de contraer matrimonio. Porque los diamantes, como los matrimonios, duran para siempre.
Esta tradición cultural no es casual y tiene sus raíces en una de las historias más interesantes del mundo de la minería. Se trata del ilimitado poder que llegó a tener una única empresa que en su momento fue dueña de prácticamente todos los diamantes del mundo. Sus movimientos, ocultos, bien calculados, maquiavélicos, casi le hacen dar un aire conspiranoico, por lo que me atreví a llamar a esta historia la Conspiración de los Diamantes.
Sudáfrica y Cecil Rhodes
Nuestra historia comienza en Sudáfrica hacia finales de los 1800’s, cuando se descubrieron en varias regiones del país vastas minas de diamantes que superaban todo lo hasta entonces conocido. Un hombre llamado Cecil Rhodes comenzó, con prontitud, a adquirirlas una tras otra.
Se trató de una labor verdaderamente encomiable. El hombre, tras algún tiempo, se había vuelto dueño de la absoluta mayoría de minas de diamante en África y había bautizado De Beers (por el apellido de una familia en la región) a su empresa.
Es aquí donde comienza la historia de la manipulación de los diamantes que sobreviviría por un siglo.
De Beers
Ernest Oppenheimer, un importante empresario alemán, logró obtener control sobre la compañía hacia principios del siglo XX y entonces continuó lo que Cecil Rhodes había comenzado. Dejó de concentrarse únicamente en la producción y comenzó a especializarse en la distribución y el corte de los diamantes. Pronto logró un control casi absoluto: prácticamente todos los productores le vendían exclusivamente a su empresa y sólo los clientes autorizados por esta podían comprar. Esto significaba que nadie por fuera de su compañía obtenía dinero de la reventa de los diamantes.
El poder más importante que le dio a De Beers este monopolio fue el de manipular a su antojo los precios de los diamantes. Usando sus vastos inventarios la empresa podía hacer que los precios bajaran o subieran a su antojo. Sin embargo, conocedora de los riesgos de subir el precio demasiado rápido, optó por hacerlo de manera moderada: por décadas los diamantes subieron ligeramente de precio, año tras año, haciendo cada vez más ricos a los dueños de la empresa.
Luego entró en juego la Unión Soviética.
Una de las campañas publicitarias más exitosas de todos los tiempos
El nacimiento de una tradición
Hacia los 1950’s se descubrieron varias minas importantes de diamante en la Unión Soviética. Como es lógico, De Beers no podía comprar estas minas (ya que eran propiedad del estado), pero sí podía negociar con los soviéticos. Tras algo de presión, el gobierno de la URSS terminó por aceptar imponiendo la condición de que se compraría toda la producción (es decir, no se rechazarían compras).
Esto, que originalmente parecía dar poder a la compañía, pronto comenzó a presentarse problemático cuando la producción de las minas soviéticas superó por mucho los estimados de De Beers. Pese a su gran cantidad de diamantes, sin embargo, casi todos ellos eran de media a baja calidad. No había posibilidad de venderlos en el exigente mercado de élite que, hasta entonces, caracterizaba los diamantes.
Fue entonces cuando vino la jugada maestra de la compañía que al día de hoy generó un importante cambio cultural en los Estados Unidos. De Beers lanzó una impresionante campaña mediática titulada Diamonds last forever (“Los Diamantes duran para siempre”), haciendo alusión a la necesaria relación entre un diamante y la duración de un matrimonio. Pronto, millones de norteamericanos de clase media comenzaron a comprar diamantes para sus futuras esposas, convencidos por la campaña que no podía ser de otra manera.
Quienes viven en Estados Unidos, al día de hoy, tienen muy presente este cliché, sea que lo rechacen o que hagan parte voluntaria de él. Esto, que hoy parece natural, fue en verdad una jugada maestra para vender millones de diamantes de media calidad a ciudadanos capaces de pagarlos.
En este momento, De Beers era imparable. Tras casi 80 años de funcionamiento se había convertido en un verdadero titán, amasando una fortuna y dominando si no todas las minas, sí toda la distribución mundial de diamantes. Seguramente más del 97% de las gemas pasaban por manos de la compañía antes de llegar al consumidor final.
Nadie pensaba que apenas dos décadas después el castillo comenzaría a derrumbarse.
Aquí vemos cómo fue bajando el control de De Beers sobre la distribución mundial de diamantes
La muerte del Monopolio
No fueron acciones legales ni cuestiones morales las que llevaron al fin del monopolio. Fue más bien el cierre de una era.
Con el colapso de la URSS se volvió cada vez más difícil para De Beers controlar la producción rusa de diamantes. Con el ejemplo vino la secesión: primero fue la mina de Argyle, en su momento la mayor productora del mundo en Australia, la que se separó de De Beers. Más adelante, varias minas canadienses siguieron su ejemplo. Y en este periodo surgieron muchas minas nuevas que jamás estuvieron bajo su control.
De Beers comenzó a comprar a sus competidores para aumentar su inventario, pero el sistema sencillamente ya no funcionaba. Para el año 2000 ya controlaban menos del 50% de la producción mundial, y hoy controlan menos del 25%. Su negocio, que los llevó a ser dueños de la práctica totalidad de diamantes en el mundo (al menos, de los que iban a ser vendidos) ya está acabado.
Curiosamente, aunque muchos culpaban al monopolio de los altos precios de los diamantes, con su ruptura estos no han hecho sino aumentar desmesuradamente, más y más, convirtiendo el 2011 en el año con los diamantes más caros de la Historia.
Fuente de imágenes: 1: marakisailsagain.files.wordpress.com, 2: whiteflash.com, 3: futuresmag.com