Podemos sacar cientos de historias, de relatos de sedicia, crueldad y dolor. Hay miles de anécdotas que helarían la sangre de más de uno. No obstante, también encontramos esos fastos que nos enseñan que a pesar de que todo parezca perdición siempre habrá alguna chispa de bondad y amor en algún sitio.

Con ese preámbulo, acá les presentó la historia de  August Landmesser, un obrero alemán quien por las circunstancias de la época en la que nació y vivió tuvo que tomar decisiones realmente difíciles, pero decisiones de las que podemos suponer no se arrepentiría, pues al final permaneció fiel a sí mismo.

El Hombre de los brazos cruzados

Según las leyes de la Alemania Nazi para poder conseguir un trabajo fácilmente era necesario estar afiliados a su partido: fue por esta razón que August terminó por hacer parte del mismo. Pero la disyuntiva apareció cuando el obrero conoció y se enamoró de Irma, una bella mujer que cargaba con un ‘’estigma’’ para los supremacistas blancos de aquellos tiempos: ser judía.

Pero el corazón no conoce de complejos ni de razas, y August e Irma se casaron dispuestos a enfrentar el mundo. De su unión nacieron dos niñas: Ingrid e Irene; sin embargo, la guerra tocó a las puertas de hogar y la pareja fue separada; madre e hijas fueron llevadas a un campo de concentración, mientras que Landmesser fue condenado por Rassenschande («deshonra de la raza») y luego de eso fue enviado a los campos de batalla donde desapareció.

Irma murió en un campo de exterminio masivo, y de las niñas, solo una sobrevivió: Irene, quien un día de 1991 en la publicación de un periódico reconoció a su padre y aquella protesta concisa que hizo contra el régimen que pretendía obligarlo a dejar de amar.

Fuentes:

1. https://sentadoenlatrebede.blogspot.com/2010/09/el-hombre-cruzado-de-brazos-en-medio.html

Imagen: esalbantaalreves.blogspot.com