A Julio Ramón ya ni las calles le son amables
Nacer en un pais en el que reina la injusticia, el hambre, la pobreza, la violencia, la degeneración y la destrucción, resalta una realidad inevitable para cualquier persona. Pero así como existen algunos quienes no han experimentado lo más bajo de un sistema que ha demostrado favorecer a unos pocos, a costa del sufrimiento de muchos, también se halla a quienes lo padecen como un calvario, día tras día.
Así parece suceder en el caso de Julio Ramón Morales, que padece lo más duro de lo que llamamos sociedad; olvidado y abandonado por una Patria, por un pueblo, por una familia, por un Estado, “pero nunca por Dios”, afirma él, con un dolor profundo reflejado en sus ojos.
Muchos contamos con la fortuna de un hogar, una cama caliente, un plato de comida, el cariño de los seres queridos, pero ignoramos el drama real de un infierno reinante en las calles y en las almas de cientos de miles.
Julio Ramón nació con epilepcia, una enfermedad causante de sus estremecidos revolcones, en cualquier calle de Duitama, en los cuales se golpea fuertemente con el piso, se muerde, se corta cuando cae encima de vidrios, como le sucedió hace unos días; alucina y convulsiona, similar a un poseído de alguna película de exorcismo.
Nació en Duitama, el 26 de agosto de 1954. Desde muy pequeño lo abandonaron y su casa se encuentra en las calles, en el duro, frío y carrasposo pavimento de los andenes. “duré viviendo como 20 años, dentro de un cambuche, en una vereda que queda como a 25 minutos en carro y como a 3 horas a pie, por mi situación física. Pero hace 4 meses, me quemaron los palos y mis cosas y me echaron de los terrenos, ahora duermo aquí en la calle”, relató.
Para transportarse a esa zona rural donde vivía, la cual no especificó, le tocaba esperar un camión a la 1:00 de la mañana, que lo cargaba en la parte de atrás como si fuera ganado, porque Julio al subirse a un automóvil en marcha, inmediatamente comienza a convulsionar. De esa manera regresaba a diario a los tres palos con un plástico encima, su único refugio hasta hace poco.
Para poder comer algo, debe recurrir a la mendicidad y a la suerte de que alguien se solidarice. Julio Ramón pide todos los días a las personas, más que comida, dinero para poder comprar una medicina que le ayuda a sufrir menos ataques epilépticos.
Infortunadamente, por el paso de los años con esa terrible enfermedad, surgió otro mal en el organismo de este sujeto: mal de Parkinson. Entonces, esto le ha dado una apariencia de un borracho, puesto que no puede controlar sus movimientos con facilidad. Se tambalea de lado a lado y al pedir dinero algunos ciudadanos piensan que se trata de un ebrio.
“Cuando caigo en uno de mis ataques, por la noche, algunos gamines me roban el dinero que he logrado reunir de las pastas. Es una lotería lograr reunir la plata, duro como dos semanas o más. Los medicamentos cuestan 70.000 pesos, la caja”, dice.
Si Julio contara con el dinero, por el cual damos hasta la vida, no pasaría horas enteras, sumido en el dolor y la desesperanza. No se vería obligado a rogar por un pedazo de pan o una moneda. Pero no sólo es el dolor que le producen sus problemas físicos con todo lo que ello incluye, sino la herida en el alma de saber que a nadie le importa y que en cualquier momento, morirá como cualquier ´perro callejero´, sin casa ni dueño.
Lo único que podría cambiar la situación de este duitamense caído en la más sumida desgracia, sería la solidaridad de un país, cuyo sistema educativo enseña desde pequeños a sentir orgullo por Colombia, pero, ¿acaso alguien como Julio, o más de mil millones de miserables podrían enorgullecerse de un país, en donde en vez de darles algo, les quita con impuestos y la indiferencia más helada? ¿Dónde quedan los políticos que hace unos meses prometían ayudar al pueblo?
Pero obviamente, lo más seguro es que este hombre sumido en la miseria absoluta, termine sus días con el sinsabor de haber tenido que vivir en una civilización de gentes frías, en su gran mayoría, gobernados por la corrupción de un capitalismo y un comunismo que son dos brazos del mismo mal.
La vida de Julio Ramón Morales ejemplifica la otra cara del sistema capitalista actual. No es un secreto para nadie, que las riquezas son de pocos, y que cada día aumenta el desempleo, el hambre, la delincuencia, las muertes, etc. Todo esto, causado y motivado por la idea fija que se implantó en nuestras cabezas desde el momento de nacer, y consiste en creer que nacimos para dedicar nuestra existencia a reunir riquezas y billetes, porque de lo contrario, si no conseguimos plata, no comemos, no dormimos, no estudiamos, no vivimos. Esta es la parte oscura del sistema.