La toma de Jamaica por parte de ladrones y asesinos
Hacia 1655 en otra guerra absurda por parte de la Monarquía Española contra Inglaterra, los barcos fueron de nuevo a la mar. Esta vez los soldados ingleses fueron multiplicados utilizando corsarios al servicio del rey para tomar alguna posesión española, obviamente el primer objetivo era la isla de La Española, una de las más ricas posesiones de España en América.
El levantamiento de estos nuevos soldados fue tan atroz que no respetaron la normatividad de la guerra, pues se ensañaban contra ancianos y mujeres, hasta niños y otros civiles. Por fortuna para los españoles, no lograron tomar dicha isla, pues defendieron bien La Española contra todos estos invasores, cosa que no sucedió con Jamaica. Esta isla tuvo que capitular el 17 de mayo de 1655 ante los ladrones ingleses. Entre uno de estos soldados que lucharon estuvo un joven de 21 años, llamado Henry Morgan, ciudadano inglés que aprendería con esta primera carnicería los placeres de la sangre en altamar.
El ascenso a Comandante y la toma de Portobelo
En la Colonia era muy usual para los ingleses dar unas patentes a los peores “perros de mar”, llamada “patente de corso”, con esto se dejaba que los piratas asediaran fuertemente contra los españoles recibiendo el apoyo del gobierno británico. Más o menos así, el pirata Morgan se convertiría en un protector del rey inglés, lo que le facilitaría lo suficiente para destrozar todo lo que él quisiera.
De muchos de sus asedios a barcos españoles, capturas y masacres ignominiosas, este pirata parecía saciar la sed de sangre contra todo aquello que no se considerara fiel al rey inglés, incluso bajo el estado corrupto de Jamaica, Morgan recibía algunas veces las órdenes de no atacar españoles, pero no le importaba lo suficiente, por lo que iba y seguía destruyendo las santamarías de los barcos que tenía en la mira, igual como pasó con la toma de Puerto Príncipe.
En una de esas incursiones fue a parar a una de las islas más ricas del Caribe, Portobelo. Este puerto era uno de los principales para transportar el oro que los españoles tomaban de sus posesiones. Por este motivo Morgan realizó uno de los más grandes asedios relatados hasta ahora, solamente 3 años después de haber nacido la cuna de la piratería en el mar Caribe.
En Portobelo, la destrucción fue masiva; la toma de las murallas y de los castillos, así como la masacre entre los soldados del rey fue la primera parte de la toma. Luego, mostrándole a toda la ciudad 50 soldados ahorcados, de aquellos que se habían rendido, dio el mensaje claro de que no iba a dejar nada sano, con lo que comenzó la destrucción de la ciudad. El robo y hurto, junto con las constantes violaciones a mujeres y decapitaciones a todo aquel que huyera se convirtió el parámetro en todos los días que estuvieron allí, pues la búsqueda de oro, entregaba a los piratas al mando de Morgan la exploración de una sólida fortuna por medio del robo y hurto de todo lo que encontraran.
Hubo casos de resistencia; un hombre de más o menos 40 años, al servicio de la administración virreinal tuvo que ser “descoyuntado” y quemado vivo para que dijera dónde estaba escondido el oro. Finalmente, con el encuentro del tributo, escaparon hacia las islas británicas por algún tiempo, antes de volver a dar otro golpe definitivo. Hoy en día se busca la fortuna de este robo que el pirata Morgan escondió en las islas, se dice que mandó cuatro hombres a esconder el tesoro y después los asesinó a tiros para que no dijeran nunca nada.
La entrada a Maracaibo y las peripecias navales contra don Alonso de Campo
Luego de recuperar la fuerza perdida en la toma de Portobelo, el sanguinario líder inglés, se fue esta vez contra Maracaibo con 600 hombres y quince frotas y con unos excelentes cañones para sucumbir de pólvora los pueblos españoles, especialmente la ciudad de Maracaibo y la de Gibraltar en actual territorio venezolano. En la entrada al golfo no encontró tanta resistencia, logro que le facilitó el robo y la indulgencia de sus hombres contra los vecinos de estas ciudades. Igual que en otros casos, se pidió a la ciudad de Maracaibo “tributo de quema”, que era 5000 pesos que tenían que pagar los citadinos si no querían que les quemara toda la ciudad, petición que accedieron los pobladores, aunque lógicamente hubo muchísimas víctimas de las armas piratas, según nos relata el cronista de Morgan, Don Alexander Olivier Exquemelin.
La escapada fue la parte dificultosa, en ella los españoles al mando del capitán Alonso de Campo, exigieron rendir la flota pirata, pero estos insulsos eligieron no ceder sino explotar los barcos del Rey, con un brulote cargado de pólvora. Los gritos se confundieron con el olor de la pólvora de los barcos, pues el incendio se extendió a los galeones españoles, donde los hombres se ahogaban por intentar escapar y el difícil nado hacia la nada, era supervisado por los tiros de los corsarios desde las proas de sus barcos hacia los soldados que se apresuraban angustiosos en el estrecho de Maracaibo.
La última toma; la maquiavélica destrucción de Panamá
Esta ciudad la refundaron después de que los hombres de Morgan o mejor dicho, las fieras asesinas destruyeran por medio del fuego y los cañonazos toda la ciudad que era el centro de las propiedades españolas y punto capital del traslado mercantil del Pacífico al Caribe, y viceversa.
La entrada de más de 37 navíos y más de 2000 piratas de la peor calaña al frente de las costas panameña se debió a que ellos accedieron para vengarse de los españoles por las recientes incursiones de barcos españoles en las islas piratas, como la infernal isla Tortuga, de la cual emanaban la mayoría de los malévolos piratas. Tuvieron que atrancar los barcos en la costa y deslizarse sigilosamente hasta la ciudad donde declararon destrucción masiva. Metieron barriles llenos de pólvora en la ciudad y con tiros prendieron fuego en la pequeña metrópoli, no quedó casi ningún habitante, pero los que sobrevivieron fundarían unos kilómetros más lejos la nueva Panamá. Luego de eso, Morgan se retiró y nunca más volvió a salir al mar. Se quedó con su esposa y su hija en su hacienda en la isla de Jamaica, donde murió viejo y tranquilamente.
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