El surgimiento de un pueblo
Los cátaros fueron un pueblo ubicado en el sur de Francia que se volvieron increíblemente prósperos hacia comienzos del primer milenio. De acuerdo con la historia que de ellos se conoce, pequeños poblados de comerciantes financiados por prestamistas judíos se aliaban con productores agrícolas para vender en las urbes más grandes los productos de la región. De la mano con esto, la región se caracterizaría por una rica y exitosa industria artesanal.
Las críticas al pensamiento cristiano
Con el comienzo de su prosperidad los cátaros comenzarían también a desarrollar una nueva ideología religiosa, opuesta a la doctrina oficial de la Iglesia Católica. En ella, se establecía una dualidad entre Dios y Satanás, entre el mundo espiritual y el mundo material, y se afirmaba que el camino a la salvación se alcanzaba mediante el ascetismo y el retiro espiritual. Estas nociones realmente no tenían tanto conflicto con la Iglesia.
Sin embargo, los cátaros comenzaron a postular algunas cosas más radicales. Afirmaban, por ejemplo, que Jesucristo, al vivir en el mundo material, no podía ser la reencarnación de Dios. Creían también que traer hijos al mundo era una pésima decisión: no había por qué condenar almas libres a una vida de esclavitud en el mundo terreno. Pero seguramente su creencia más polémica estaba relacionada con su rechazo al antiguo testamento.
En efecto: el dios de los judíos, Yahvé, no solo creó el mundo material, sino que en el antiguo testamento se describe como un dios colérico, vengativo, que no duda en llevar la calamidad, la muerte y la destrucción a sus enemigos… e incluso a su propio pueblo, cuando se ha atrevido a importunarlo. Para los cátaros, estas no eran las cualidades de un dios divino, espiritual, por lo que postulaban que o el antiguo testamento era falso, o Yahvé era el verdadero Satanás.
Las creencias cátaras comenzaron a tomar fuera a principios del siglo X, pero entonces no se consideraron como una amenaza. 200 años más tarde se habían vuelto increíblemente populares en el sur de Francia y la Iglesia, mucho más poderosa que dos siglos atrás, decidió ponerles fin. Al final, se lanzó una cruzada en toda regla contra los Cátaros: miles fueron ejecutados y los demás se vieron obligados a exiliarse. Al final, los cátaros pasaron a la historia.
La destrucción de una sociedad diferente
Sin embargo, más allá de las diferencias ideológicas, muchos investigadores afirman que algo más llevó a la Iglesia a destruir con tanto ahínco este colectivo. De acuerdo con esta versión, no se trataba de un peligro ideológico, sino social: los cátaros (cuyo nombre significa “puro” en griego) habrían desarrollado una sociedad igualitaria, basada en el respeto y el trabajo. No existían exclusiones para acceder a la nobleza y los hombres tenían los mismos derechos que las mujeres.
Su ejemplo, más que su prédica, habría sido la causa de su horrible destino. Las teorías, que tienen un tinte conspirativo, afirman que fue la Iglesia quien comenzó a generar las teorías radicales de los cátaros que llevarían luego a su intervención. Fueron enviados del Vaticano los que cometieron los crímenes por los cuales luego se acusaría a esta población. La herejía cátara no amenazaba detalles de la creencia, sino la misma estructura social en que se sostenía.
El dramaturgo francés Maurice Magre lo explicó mejor que nadie: “La guerra de los albigenses fue el giro más grande en la historia religiosa de los hombres. Cuando el labrador comprende la vanidad de labrar, cuando el mendigo rechaza la limosna porque se ve más rico que aquél que se la da, cuando la palabra del sacerdote se vacía de todo sentido porque cada cual tiene en sí mismo un consuelo más alto, entonces la organización social se desmorona por sí misma”. Los cátaros fueron una oportunidad única, perdida, en la historia de la humanidad.
Según la Historia, cuando Arnaldo Amalric, inquisidor enviado por el Papa al sitio de la ciudad cátara de Bézier, uno de sus comandantes le preguntó cómo reconocer a los católicos de los cátaros (para no ejecutar a los primeros). La frase del inquisidor, un buen ejemplo de la mentalidad de la Iglesia en este periodo, pasó a la historia como un epítome de crueldad:
“Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos”.
Fuente de imágenes: 1: upload.wikimedia.org, 2: nodulo.org, 3: detectivesdelahistoria.es