Aunque normalmente nos referimos a ella como la “Peste Negra” o la “Muerte Negra”, en este artículo la referiremos como la Gran Peste para diferenciarlas de otras epidemias famosas. Se trató de un evento completamente catastrófico, casi apocalíptico, incomparable con nada que la humanidad haya vivido antes o después. De alguna manera, podríamos decir que fue casi el fin del mundo.
Terminamos el artículo pasado relatando que por razones desconocidas la peste bubónica desapareció de las principales poblaciones mediterráneas, europeas y del Medio Oriente por varios siglos tras el año 750. Nadie sabe a qué se debió la misteriosa desaparición de la plaga, aunque al menos en Europa la crisis de la Alta Edad Media (que llevó a que grandes ciudades dejaran de existir, miles de personas murieran y los campos se despoblaran) generó una sociedad menos densa y comunicada donde las enfermedades no se expandían con facilidad.
La llegada de la Peste
No está claro si la peste también desapareció de China e India, pero las fuentes parecen indicar que así fue. Estas regiones, junto con Bizancio y toda la región conquistada por el Islam, no sufrieron ningún tipo de crisis, así que resulta inexplicable la desaparición de la enfermedad… pero sí sabemos que su nueva aparición sería algo inimaginable.
Hacia el año 1200 Europa ya se había recuperado. No solo tenía un excedente considerable de población, sus ciudades se encontraban dentro de las más poderosas de todo el Mediterráneo (fueron los tiempos de gloria de Génova y Florencia) y las rutas comerciales llegaban a las más distantes regiones en el norte. Pero con las personas viene el hambre.
Cuando Europa estaba despoblada, era relativamente fácil alimentar a toda la población. Una vez esta comenzó a crecer, se convirtió en un problema más y más acuciante, y el hambre volvió a visitar las campiñas europeas. Las comunicaciones habían mejorado, por lo que ahora era natural que comerciantes venidos de todos los lugares del mundo visitaran las ciudades italianas (y no digamos las gigantescas urbes árabes, como el Cairo, o la capital Bizantina de Constantinopla). El mundo estaba listo para una nueva epidemia.
Nadie se esperaba lo que vendría. Parece ser que la epidemia comenzó en algún lugar del Desierto del Gobi, en Mongolia Central, de donde llegó a las grandes ciudades de China. Desde allí, comerciantes la llevaron a la India, al Medio Oriente y a la región del Mediterráneo, de donde se esparció al norte de Europa. Solo las regiones más meridionales de África y los continentes aislados de América y Oceanía se mantuvieron incólumes ante el avance de la todopoderosa enfermedad.
Una epidemia salida del infierno
Los relatos de este periodo narran un sufrimiento y un horror incomparables. Muchas fuentes cuentan cómo las ciudades comenzaron a decaer, unos tras otros, hasta que nadie quedó vivo entre sus murallas: los pocos supervivientes habrían huido, esparciendo a su vez la enfermedad por nuevas regiones. Así mismo, los barcos que llevaron la peste a las ciudades puerto europeas muchas veces arribaban sin ningún superviviente a bordo: todos habían sido asesinados por la enfermedad.
Es difícil calcular cuántos murieron entre 1338 (año en que parece haber los primeros casos en Asia Central) y 1355, cuando la epidemia remite en los centros urbanos más remotos de Rusia. En total, se calcula que entre el 30% y el 70% de la población pereció ante el virus, es decir, una cantidad que va de los 70 a los 200 millones de personas. Piensen por un momento en sus familias y amigos, en su círculo más cercano. Ahora piensen que 1 o 2 tercios de estas personas murieran en un lapso de 2 años. ¿Qué sentirían?
Los tiempos del apocalipsis
Esto fue lo que sintieron las personas que tuvieron que vivir estos horribles tiempos. De acuerdo con las fuentes, las personas no entendían qué estaba pasando, no sabían cómo proceder. Muchos, si no todos, llegaron a creer que se trataba del apocalipsis, de la llegada del fin de los tiempos. La sociedad fue testigo de la destrucción de todo aquello que se había construido a lo largo de décadas, de siglos, en unos pocos años.
Pero la vida es resistente. Menos de una década después ya la población se encontraba estable y de nuevo creciendo. Nuevos campesinos se apropiaron de las campiñas abandonadas, nuevos burgueses ocuparon las casas abandonadas… pero la peste nunca se marchó del todo.
A partir de este momento, plagas episódicas (algunas con menos de 40 años de diferencia) golpearían las ciudades europeas. Sin embargo, las personas habrían comenzado a desarrollar algo de inmunidad y jamás se verían las altísimas tasas de mortalidad (de hasta un 95%) de la primera Gran Peste Negra. Hacia el año 1770 se darían los últimos brotes pandémicos de esta enfermedad, que pronto desaparecería, de nuevo, de los anales de la historia.
Lo único comparable a la muerte de la Gran Peste son las epidemias que llegaron a América con la conquista y aniquilaron a gran parte de la población indígena, sin embargo, en este caso se trató de enfermedades traídas por otros seres humanos, que ya estaban desarrolladas y adaptadas a nuestros cuerpos, y no de un virus nuevo, que literalmente parece haber surgido de la nada. Así mismo, fueron brotes locales que estallaron en un periodo de más de un siglo, aunque en conjunto acabaran con alrededor del 90% de la población.
Hacia el siglo XVIII los brotes de peste negra por fin cesaron. Parecía que nos encontrábamos ante un nuevo mundo, en el que las epidemias habían quedado en el pasado. Pero dos nuevas (y desconocidas) enfermedades pronto nos recordaron que la muerte sigue asechando.
Sobre ellas hablaremos en los siguientes dos artículos.
- Parte 1.
- Parte 3.
- Parte 4.
- Parte 5.
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