Algunos sucesos en la existencia pueden resultar fuertes y traumáticos, sobre todo porque no podemos aceptar que hubiesen ocurrido y la frustración se convierte en un sentimiento insoportable, pero permanente. Sin embargo, al comprender a fondo las lecciones y experiencias que se deben aprehender, se experimenta un gran alivio y libertad. Veamos en seguida: “las verdades más difíciles de aceptar en la vida”:
Las personas se van
Es algo que parece imposible de evitar. Todo iría mejor si lográramos aceptar esta verdad desde un principio. Las personas, los objetos y las situaciones, son de carácter pasajero e ilusorio; aparecen en el tiempo y se van con el tiempo. Lo importante es vivir intensamente el día a día y aprovechar al máximo el momento presente, puesto que un día es un fractal de la vida.
No hay vida con ausencia de dolor
Lo dijo Buda: “El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”. El dolor se experimenta desde el momento de nacer, por eso nuestra primera acción en el mundo es llorar. En este valle de lágrimas surge el dolor por diversos motivos: la enfermedad, el desamor, la frustración, la desilusión, la pérdida, el fracaso, etc.
No hay recompensa sin sacrificio
Es algo que cuesta entender y comprender en varias etapas de la vida. Llegan momentos en que se cree erróneamente que los logros y metas más preciadas van a aparecer así, sin más, fácil y de modo inmediato. Por eso se cometen crasos errores. Es necesario para llegar al éxito de todo, disponerse a realizar los mayores esfuerzos para conseguirlo, porque de lo contrario, el triunfo no será más que un sueño. Está demostrado que se requiere un esfuerzo sostenido para obtener lo que se desea.
No siempre se consigue lo deseado
Mucho sufrimiento se deriva de no aceptar esta premisa de la vida. Es verdad que somos seres con millones de oportunidades y posibilidades, pero a lo largo de esto que llamamos existir, suelen hallarse obstáculos que impedirán que logremos eso que tanto deseamos ardientemente. No todo, pero cuando ocurre, la resignación es el remedio que cura el alma.
Sólo uno mismo puede transformar su vida
Algunas personas no son conscientes de este aspecto fundamental. Entonces, el conflicto con los demás es inevitable, porque siempre estarán buscando culpables y no son capaces de ver que uno mismo es el responsable de absolutamente todo en su mundo individual, aunque no parezca. De nada vale quejarse de las condiciones que se vive, porque eso no cambiará nada y al contrario, empeorará todo. Al darse cuenta, empiezan las grandes realizaciones.
No hay mal que por bien no venga
Muchas veces no vemos que eso tan aparentemente terrible que nos está sucediendo en determinado momento, es en realidad la causa de una magnífica eventualidad que nos ocurrirá. Por ejemplo, en el ámbito del corazón, si alguien ha sido rechazado o abandonado, en poco tiempo podría estar hallando al amor de su vida. De no haber sido así, el sufrimiento sería por muchos años o de por vida.
Alguien siempre tendrá más
Pareciera que la terrible codicia y ambición, no tuvieran límite de saciedad. Está comprobado por diversos análisis psicológicos a la población, que se tiende a desear más y más de lo que se posee, aunque sea una gran fortuna. Aquellos que no entienden que en esta vida siempre habrá otro personaje con más propiedades o lo que sea, viven aquejados por un martirio mental todo el tiempo y no pueden disfrutar lo poco o mucho que tienen.
Los miedos son el producto de la ilusión
De acuerdo con los expertos, el miedo es el principal factor de todo fracaso. Generalmente, se acumula a lo largo de las experiencias duras de la vida, generando un temor a no volver a repetirlas o a que se presenten. El miedo exagera la realidad y por eso convierte en grandes monstruos en la mente, lo que en la vida real son sólo molinos de viento. Sólo enfrentándose a sí mismo y comprendiendo los detalles del miedo, es posible vencerlo.
No somos ni una mínima partícula en comparación al infinito Universo
Es tan difícil de aceptar esta verdad, que casi nadie la tiene en cuenta y de allí se deriva el orgullo y toda clase de engreimiento, del hecho de ignorar todo el tiempo que uno no es nada en paralelo con lo que implica el tiempo y el espacio del universo que habitamos.
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