Reconstrucción del rostro de Manuel Romasanta
Una enfermedad poco común
Manuel Blanco fue conocido en su acta de nacimiento como “Manuela”. Nació en España a inicios del siglo XIX y fue bautizado como mujer, pero desde sus primeros años comenzó a secretar muchísimas hormonas masculinas que llevaron a que en la adolescencia tuviera barba y a que su clítoris se agrandara hasta volverse un pene. Esta condición, conocida como “pseudohermafroditismo”, también suele generar enanismo, por lo que Manuel jamás superó el metro y medio de altura.
En aquellos tiempos este tipo de dolencias eran mucho más incomprendidas: el desprecio de sus padres, aunado con el propio sufrimiento derivado de ser diferente, comenzaron a generar un carácter violento e irascible que lo convertiría eventualmente en un monstruo.
Por ahora, sin embargo, el joven pasaba el tiempo en casa, aprendiendo labores de mujer de su padre. Aprender a pensar como dama lo ayudó a comprender a las mujeres, lo que quizás lo distanció de los varones y llevó a que al comenzar su carrera de muerte viniera a ser frío y cruel con los hombres: sus primeros asesinatos fueron a tenderos que se burlaban de él o se rehusaban a prestarle dinero, crímenes por los que la justicia de Valladolid lo sentenció a diez años de presidio
Su escape a Aragón
Tras escapar de Galicia, Romasanta llegó a una población donde empezó una vida como sastre mientras trataba de conquistar mujeres (principalmente viudas) mayores que él. Había quedado viudo de una esposa a quien se dice que amó de verdad, y que murió de alguna enfermedad en su ciudad de origen: tras ella no venía nadie, y desde entonces rechazó cualquier tipo de compromiso.
Ya en Aragón conoció a una hermosa mujer llamada Manuela García con quien comenzaría una relación relativamente estable. Pese a su condición, la familia de la señora se comportó muy bien con él, especialmente porque él siempre se mostraba como un caballero con la mujer (que por cierto había tenido varios matrimonios fallidos y le llevaba 10 años).
Su faceta de carnicero
Fue entonces cuando empezó su racha de asesino. Nadie sabe qué despertó su odio por Manuela, quien por lo demás lo había tratado con bastante cariño, pero un día decidió llevarla a un pueblo cerca, hacia Santander, en donde las asesinó a ella y a su hijo. Luego, sin ningún tipo de remordimiento, extrajo toda la grasa que pudo del cuerpo de la mujer y dejó sus restos a los lobos.
La refriega le dejó algunas marcas permanentes, pero convenció a la familia de que su hija se había ido a Santander a causa de un trabajo y nadie sospechó nada al respecto. Incluso, las hermanas de Manuela llegaron a pedirle que les consiguiera un contacto en el supuesto trabajo en Santander y él, complacido, las fue llevando una por una para asesinarlas de la misma manera. Al final, nadie volvió a preguntar por ellas y el pequeño asesino que dejaba los cadáveres abiertos para que los devoraran los lobos escapó a otra provincia.
Josefa, de la misma familia de su primera víctima, fue la primera que comenzó a dar pistas sobre el asesino. Antes de matarla, Romasanta decidió encargarse de su hijo cuya capa vendió al párroco del barrio. Su muerte, idéntica a las anteriores, comenzó a despertar sospechas… aunque para aquel entonces nadie pensaba que Manuel fuese un “Sacamanteca”, nombre con el que se designaba a quienes realizaban el innoble oficio.
La captura de Romasanta
Manuel Romasanta no era una persona particularmente hábil escondiendo su rastro, y hasta el momento sólo su condición lo había mantenido fuera de las sospechas. Pero en una visita un hermano de Manuela se fijó que muchas de las cosas de sus hermanas estaban en aquel lugar: ropa, objetos personales e incluso un particular cuchillo para cortar el pan.
Sospechando de inmediato del enano, lo llevó ante la justicia, que lo trasladó a Castilla para que declarara. El juicio fue determinante porque el insulso asesino confesó todos sus crímenes e incluso reveló que vendía la grasa en Portugal, lugar en el que el precio era un poco más alto. Su confesión aterró a todos los testigos y los hizo conscientes de la persona que entonces acogían en su natal Aragón.
Buscaron los cadáveres y encontraron sólo huesos roídos por fieros colmillos de caninos. Romasanta, para que no lo ajusticiaran, dijo que por las noches él se convertía en un lobo y mataba gente. Su declaración, que le hizo parecer un loco, le salvó de la pena de muerte aunque tuvo que pasar el resto de su vida tras las rejas. Al final el extraño personaje fue conocido como “el lobo de Allariz”, lugar en el que fue juzgado por la corte.
La historia de este personaje aparece en varias obras literarias y cinematográficas. Una de obligada referencia es Romasanta: la caza de la bestia, dirigida por Paco Plaza.
Fuente de imágenes: 1: bymundoenfermo.blogspot.com.co, 2: taringa.net, 3: detectivesdelahistoria.es