¿Qué es la vida?
Cuando pensamos en un misterio, muchas veces nos concentramos en detalles sobrenaturales, en eventos inexplicables o en sucesos que desafían la imaginación y siembran dudas en las leyes de la naturaleza. Estos misterios suelen suceder en lugares de difícil acceso, carecen de gran cantidad de pruebas y son difíciles de aislar, replicar y estudiar.
Pero muchos de los grandes misterios de nuestro mundo están al alcance de cualquiera que quiera estudiarlos y, pese a que miles de científicos trabajan en su resolución, no han podido ser descifrados. Unos de los misterios más interesantes tienen que ver con el surgimiento de la vida y la capacidad de una entidad antes inerte de comenzar un proceso de replicación acelerada que, por presiones evolutivas, llevaría a las características actuales del mundo. Pero, ¿qué es la vida?
Robots de la naturaleza: los Virus
Responder esta pregunta no es tan fácil como parece. Existen innumerable cantidad de entidades a medio camino entre lo que llamaríamos “vida” y los minerales inertes, y estas entidades, pese a presentar algunas características “vivas”, parecen más bien una especie de robots, de máquinas inertes pensadas para cumplir una función determinada… y desaparecer.
Los principales exponentes de esta categoría son los virus: un virus consiste en un paquete de información genética rodeado por una proteína que no “vive” en el sentido ordinario de la palabra: no se mueve, no respira, no metaboliza, es más bien una partícula de polvo flotando en el aire, esperando la oportunidad para despertar.
No se comprende del todo qué lleva a que los virus despierten de su letargo. Pese a no tener organelos (como las bacterias), algo les permite detectar cuando han entrado en un huésped viable y entonces comienzan su labor. Su capa proteica, hasta entonces inerte, activa algunos receptores que asocian el virus a la célula. Su material genético entra entonces en contacto con el del huésped y mediante un proceso desconocido lo “manipula” para generar réplicas de sí mismo, las cuales a su vez se liberan en el torrente sanguíneo e infectan nuevos virus. Aquellos que abandonan el cuerpo, continúan con su vida nómada, como motas inertes esperando que un nuevo huésped les abra la puerta.
Un paso más allá: la simplicidad del viroide
Los virus son un ejemplo interesante, pero no el más dramático, de esta existencia automatizada (podríamos incluso decir “inexistente”) en espera de un huésped viable. Los llamados “viroides” son un buen ejemplo de ello: al igual que los virus, poseen algo de material genético (en este caso ARN) pero no tienen proteínas, lípidos ni otras sustancias complejas. Es decir, son literalmente pedazos de material genético que van por ahí, esperando una célula en la cual puedan replicarse. Y al igual que en el caso de los virus, no “realizan” ninguna actividad a lo largo de su vida, pues es la célula infectada la que le permite replicarse.
En ambos casos tenemos entidades extremadamente sencillas que no son más que un pedazo de material genético flotando en el aire, sin posibilidades de realizar ninguna de las labores que, de ordinario, caracterizan las entidades vivas. Sin embargo, el material genético (ADN o ARN) es de por sí el origen de todas estas actividades, por lo que podría postularse que este material, de alguna manera, está “vivo” en un sentido extremadamente básico. Pero resulta que las cosas no son tan sencillas y existen entidades aún más simples que son capaces de infectar y enfermar plantas y animales.
¿Qué es un Prion?
Estas entidades, en la base de la cadena “viva”, se denominan “priones” y no son más que un trozo de proteína defectuosa. La existencia misma de estas entidades no se descubrió hasta 1982, y la investigación al respecto no nos ha brindado con herramientas para atacarlas con eficiencia, por lo que la mayoría de enfermedades priónicas son incurables. Estas entidades resultan extremadamente sencillas pero, aun así, son capaces de replicarse rápidamente y de infectar a un animal complejo. La enfermedad más famosa transmitida por priones es la llamada enfermedad de las vacas locas, la cual se caracteriza por destruir el cerebro de los bovinos y convertirlo en una especie de masa esponjosa.
Los priones son el último eslabón de una cadena de cosas “inertes” que aun así son capaces de replicarse con la ayuda de un ser vivo (y de destruirlo en el proceso). Resulta extremadamente complejo explicar evolutivamente la existencia de los priones pues ni siquiera tienen material genético y de no ser por sus huéspedes pasarían completamente inadvertidos. Son, en toda la categoría, entidades inertes… pero su existencia misma siembra dudas sobre las características de la vida.
Existen otros seres que podrían cuestionar lo que hoy llamamos vida. Las llamadas “bacterias matusalén” tienen metabolismos tan lentos que pueden vivir por miles de años y apenas si se notan cambios en su composición. ¿Habrá fenómenos vivos tan lentos que a nuestros ojos parezcan inertes? ¿O tan rápidos que no podamos detectarlos?
Definir la vida ha sido uno de los grandes desafíos de la ciencia moderna, y en muchos sentidos parece haberse quedado corta. ¿Están vivos los priones? ¿O no son más que autómatas, pedazos de material biológico que van por ahí asemejándose más a una toxina que a una bacteria? ¿Y, de ser así, cómo logran replicarse?
Estos misterios siguen presentes en la mente de los filósofos y los científicos. Y tú, ¿crees que existan otros tipos de vida, distintos a los que conocemos?
Fuente de imágenes: 1: apple5x1.es, 2: botanica.cnba.uba.ar, 3: cienciadelatierra.files.wordpress.com