Samurái
Quizás una de las características más universales del ser humano es la fascinación que generan las cosas alejadas de su comprensión. Japón, ubicado (literalmente) al otro extremo del mundo, es un ejemplo del interés que pueden generar sociedades tan diferentes y que, por ello mismo, nos parecen tan peculiares.
Los señores feudales japoneses, conocidos como samuráis, fueron los equivalentes medievales al caballero europeo y eran conocidos por su disciplina y su destreza con las armas. Sin embargo, eran humanos como cualquier otro, y aunque sus habilidades han sido exageradas en más de una ocasión podían ser derrotados, y lo fueron en repetidas ocasiones.
Una de estas ocasiones resalta por su particularidad. Ocurrió en el siglo XVI cuando el Madre de Dios, un navío portugués, terminó enfrentado con un ejército de estos conocidos guerreros. Veamos.
Nagasaki
En 1543 los portugueses, por primera vez en la Historia de cualquier nación europea, llegaron a Japón. Sus poderosas carracas fueron vistas con respeto y admiración, siendo bautizadas kurofune, esto es, “naves negras”, por el particular color de la quilla.
China, en aquellos tiempos, se había hartado de la piratería japonesa y había cerrado sus puertos al comercio con la isla. Por esta razón, los portugueses (que habían adquirido el derecho en 1557 de hacer un establecimiento comercial en Macao, en las costas de China) pudieron lucrarse de la exportación de productos chinos a Japón: ellos, al contrario que los japoneses, no tenían limitantes.
El otro puerto central en dicho sistema comercial era Nagasaki. Esta ciudad costera japonesa se caracterizaba por ser el punto de entrada de una gran cantidad de influencia extranjera al país: armas, sedas y cristianos iban lentamente incrementando su papel en la sociedad nipona.
El puerto de Nagasaki
Sería en este puerto donde ocurriese el conflicto final, pero sería en Macao donde habría de comenzar.
El Incidente de Macao
En 1608 un barco perteneciente al Daimyo Arima Harunobu arribó al puerto de Macao. Pasaría allí el invierno, esperando que los vientos del monzón invirtiesen su dirección y le permitiesen volver a Camboya, de donde venía. Sin embargo, su tripulación no tenía interés en estarse tranquila durante este tiempo.
Los samurái japoneses pronto comenzaron a armar algarabías y buscar pleitos en las calles de Macao. Los comerciantes chinos, preocupados, pidieron la intervención de las autoridades portuguesas, quienes efectivamente solicitaron a los visitantes el comportarse de manera civilizada.
Esto, claro, solo inflamó los ánimos.
Así, los japoneses comenzaron a portarse de manera aún más violenta y los portugueses comenzaron a temer que intentaran tomarse la ciudad. A fin de cuentas, eran guerreros entrenados. Y fue así como el gobernador de Macao llamó al Capitán Encargado: André Pessoa, para finalizar la pequeña revuelta.
Pessoa, tras acorralar uno de los grupos de japoneses, prometió a los demás el perdón a cambio de su rendición. Y como buen gobernante no dudó en romper su palabra y colgar a quienes consideraba instigadores, mientras que a los demás los exilió de Macao, no antes haciéndolos firmar un documento en el que declaraban que toda la responsabilidad del incidente recaía en ellos mismos y no en el gobierno portugués.
Y fue así como volvió la tranquilidad a Macao. Pero el asunto estaba lejos de terminar.
La Nave de Paso
Es necesario hacer aquí un breve paréntesis y una aclaración:
En este periodo Portugal era indudablemente el rey de los mares, pero había un pequeño país que quería disputarle su corona (y que eventualmente lo lograría): Holanda. Los marinos holandeses eran avezados oportunistas listos a aprovechar cualquier muestra de debilidad de sus contrapartes portuguesas.
Como la piratería era en aquel entonces un asunto regular, Portugal tenía que proteger sus navíos de los piratas holandeses, listos a atacar ante la menor oportunidad. Por esta razón Portugal adoptó el sistema de la Nave de Paso, muy semejante al sistema español del Galeón de Manila. Esencialmente, el sistema consistía en enviar un solo viaje anual de Macao a Japón (el mercado más apetecido y lucrativo) con una nave muy bien cargada y un convoy de protección. Así sería más difícil para los holandeses el atacar una nave desprevenida.
Ilustración japonés de la embarcación portuguesa
Ahora, en 1607 y 1608 no se pudo realizar esta travesía, pues las actividades holandesas en el Mar de China estuvieron particularmente prolíficas y Portugal carecía de los medios para combatirlos. En 1609, por fin, se realizó el viaje, pero la Carraca Madre de Dios iba cargada con el equivalente a tres años de mercancías para el mercado japonés, un botín apetecido por cualquiera, y más por los holandeses. Por esta razón el Capitán André Pessoa optaría por acelerar la partida 6 semanas, con miras a despistar a sus enemigos.
En efecto, por apenas dos días los portugueses evitaron a la flota de interceptación holandesa, y el 31 de julio llegaron a Nagasaki. Pero contrario a ocasiones anteriores, no los esperaba la cálida bienvenida de siempre.
No. Los japoneses comenzaron a poner todo tipo de trabas al capitán portugués.
Los problemas
Pessoa fue recibido por el bugyo Hasegawa Fujihiro, quien comenzó a exigir la revisión completa de los barcos (algo que nunca se había realizado). Así mismo, ordenó la compra de la seda a precios muy bajos, impidiendo a los portugueses lucrarse del comercio como lo venían haciendo en el pasado. Pessoa accedió de manera reticente, y luego Hasegawa lo acusó de esconder la mejor seda para venderla por precios más altos en el mercado negro.
En estos tiempos el Shogun retirado era Tokugawa Leyasu, quien a pesar de no estar nominalmente a cargo aún manejaba gran parte de los asuntos diplomáticos. Cuando Pessoa pidió a Hasegawa que informara al Shogun Leyasu del incidente de Macao, aquel se negó, asegurando que Leyasu estaba moralmente obligado a tomar partido por sus connacionales. Pessoa, sin embargo, envió una carta en secreto, ganándose la enemistad de Hasegawa.
Y aquí es donde se torna truculenta la cosa. Mientras esto sucedía la armada holandesa que estaba encargada de interceptar a Pessoa había llegado a otro puerto en Japón y había solicitado una reunión con el Shogun Leyasu. El gobernante vio en los holandeses la oportunidad de romper, de una vez y para siempre, el monopolio portugués en la seda china, y dio favorables condiciones a los holandeses, incluyendo la posibilidad de arribar a otro puerto y de poner los precios que quisieran.
Hasegawa, pese a su molestia con Pessoa, estaba interesado en mantener el comercio en Nagasaki (su ciudad) y optó por revelar al portugués la situación y favorecerlo frente a los holandeses ante el Shogun. Pero Pessoa cometió aquí un error garrafal: en lugar de aceptar la pipa de la paz y aliarse con su rival, optó por enviar quejas de éste al Shogun.
Los jesuitas que entonces vivían en la isla pronto le advirtieron contra tamaña equivocación. Una de las hermanas de Hasegawa era la concubina predilecta del Shogun, al punto que en palabras de los monjes “si ella dice que el blanco es negro, Leyasu le creerá sin chistar”. Pessoa decidió retirar su queja, pero era demasiado tarde, pues uno de los traductores le había revelado al bugyo Hasegawa el contenido de la misma.
Hasta aquí llegó el interés de este personaje en favorecer a los portugueses. A partir de este momento juró venganza contra Pessoa y comenzó a planear su retaliación.
Conflicto
Hasegawa estaba decidido, pero el Shogun aún dudaba. Perder el apoyo portugués implicaba romper la ruta comercial de Macao, la cual era fundamental para Japón. Sin embargo, ocurrirían dos eventos en sucesión que le harían cambiar completamente de opinión.
Primero, en 1609 los japoneses supervivientes del conflicto de Macao (aquel del que hablamos al principio) llegaron a Japón y denunciaron ante el Shogun las acciones de Pessoa. Este, indignado, ordenó a Hasegawa el realizar una investigación, en la cual obviamente tomó partido por sus connacionales y acusó a Pessoa de haber actuado de manera criminal.
Segundo, un barco español que iba en dirección a México desde Manila terminó naufragando en costas japonesas. Su capitán, Rodrigo de Vivero, le aseguró al Shogun que los españoles podían liderar con facilidad el comercio entre Macao y Nagasaki, prometiéndole tres barcos al año en lugar de uno.
Y fue así como el Shogun, casi sin desearlo, terminó con más razones para la guerra: ya no solo no necesitaba a los portugueses, sino que quería vengar la dignidad nacional afectada en Macao.
La Batalla
Pessoa fue invitado por Arima, líder de los japoneses afectados en Macao, a bajar a Nagasaki para negociar los precios de la seda. Sin embargo, el portugués había sido alertado de la inminente trampa preparada por los japoneses y estaba en su barco, listo para partir.
Pero no toda su tropa estaba con él. Algunos se encontraban en tierra y consideraban que no estaban en peligro y todo era una exageración del capitán. Otros creían que podrían subir más adelante.
Al final, soldados impidieron el retorno de los portugueses y Pessoa se quedó en su carraca con apenas 50 marinos y un puñado de esclavos. En silencio, mientras los japoneses preparaban su ataque, comenzaron las preparaciones para zarpar en la noche, con la esperanza de conseguir una partida silenciosa.
Pero en la noche comenzó el ataque japonés.
Pessoa estaba mejor armado y preparado. Los débiles veleros japoneses no eran rival para la poderosa carraca, y mientras en la primera noche Pessoa apenas tuvo un puñado de bajas, los japoneses tuvieron varios centenares. Pero el viento no los favorecía. Pese a sus esfuerzos, no podían dejar el puerto japonés. Y así llegó el segundo día.
Aquí, los japoneses estaban mejor preparados. Habían embarcado una torre de batalla en dos veleros grandes, permitiéndole estar casi a la altura de los portugueses. Tenían protección contra el fuego portugués, así como salidas para sus arqueros y mosqueteros. Y podrían, ahora sí, llevar hombres a la cubierta portuguesa.
El asalto al barco fue un fracaso, pero en la batalla un disparo golpeó una granada portuguesa que un soldado se preparaba a lanzar. El fuego pronto cubrió la cubierta, y Pessoa se dio cuenta de que estaban perdidos, pues no podían combatir el fuego y a los atacantes al mismo tiempo. Lanzó su espada y su mosquete, tomó el crucifijo y una antorcha y ordenó a sus hombres que se lanzaran al agua y salvaran sus vidas.
Hecho esto, ingresó en el cuarto de pólvora y le encendió fuego. El Madre de Dios explotó, matando a cientos de japoneses y llevándose consigo al Capitán Pessoa. Hasta el final, el Capitán fue leal a su adagio: Antes quebrar que torcer.
Al final, no cambió nada. Holandeses y españoles incumplieron sus promesas, y los portugueses de Macao pronto buscaron recomenzar su comercio con Japón, hecho que fue recibido de buena manera por el Shogun. Los países seguirían comerciando hasta que Japón declarase el Sakoku (política de aislamiento) en 1693.
Pero nadie olvidaría la gesta del Capitán Pessoa.
Fuentes:
- https://historiasdelahistoria.com/2017/11/29/la-gesta-del-capitan-pessoa-50-lobos-mar-frente-ejercito-samurais
- https://en.wikipedia.org/wiki/Nossa_Senhora_da_Gra%C3%A7a_incident#Background
Imágenes: 1 y 3: historiasamurai.com, 2 y 4: historiasdelahistoria.com