Kepler
Hace algún tiempo la comunidad de astrónomos a nivel mundial comenzó a coordinar una serie de investigaciones dirigidas a encontrar planetas potencialmente habitados en nuestro vecindario estelar. Las condiciones se conocen con relativa claridad – el tamaño del planeta, su distancia a la estrella, su temperatura – e incluso se pueden utilizar métodos para determinar la composición química de su atmósfera. Y ya sabemos que la existencia de determinados elementos (como el oxígeno) seguramente estará asociada a la existencia de seres con algún tipo de metabolismo en este planeta.
Ya hemos hablado de varios planetas potencialmente habitables, pero el descubrimiento más reciente resulta de particular interés. Ubicado en la estrella Próxima Centauri, el planeta se encuentra a meros 4.2 años luz de nuestra Tierra. Claro, se trata de una distancia inmensa para los hombres, pero no tanto para las máquinas que construyen. Y, como vimos en Breaktrough Starshot, una nave novedosa podría alcanzar hasta un 25% de la velocidad de la luz sin demasiados inconvenientes.
Próxima B
El planeta en cuestión no sólo tiene un tamaño muy semejante al nuestro (1,3 tierras, para ser exactos) sino que se ubica en la zona habitable de su estrella. La zona habitable, como ya lo hemos comentado, es el área en torno al astro en la que puede existir agua en estado líquido.
Sin embargo, hay un problema importante. La estrella en torno a la que gira este planeta no es del tamaño de nuestro sol: es mucho más pequeña. Se trata de una enana roja tan fría que, pese a su (relativa) cercanía solo es visible desde la Tierra con un potente telescopio. Esto significa que, para tener una radiación semejante a la que recibimos nosotros, Próxima B está sólo a 7 millones de kilómetros de su estrella, mientras que la Tierra se ubica a unos 150 millones de kilómetros del Sol. Esto tiene algunas implicaciones, en particular, las mareas.
Como la Luna con la Tierra, la cercanía de Próxima B a su estrella hace que el efecto de la marea se vea potenciado. Lo más probable es que el planeta siempre muestre la misma cara a la estrella, llevando a que una mitad de éste se encuentre completamente desolada (un desierto iluminado y ardiente) y la otra mitad esté completamente congelada. Sólo en el ecuador, en torno al punto del eterno crepúsculo podría existir la vida tal y como la conocemos.
Así mismo, la cercanía con la estrella implica mayor potencia de los vientos solares. La Tierra, pese a su poderoso campo magnético y una abundante actividad volcánica, ha perdido ya una parte importante del agua que alguna vez la cubría, y bien podría quedar desierta algunos miles de millones de años antes de la explosión final del sol. Así, Próxima Centauri tendría que ser una estrella muy joven (o tener una actividad volcánica y un campo magnético de particular fuerza) para mantener una atmósfera.
3 años
Por ahora, no tenemos las respuestas. Pero, buena noticia, seguramente las tendremos en tres años. Entonces se lanzará al espacio el poderoso telescopio espacial James Webb (JWST por sus siglas en inglés) que será capaz de detectar la radiación proveniente del planeta y así determinar su composición atmosférica (en caso de que haya atmósfera) y su rotación. Es posible que el planeta no esté completamente sincronizado con la estrella (así como Mercurio gira en su propio eje a un ritmo distinto del que se traslada junto al sol, pese a la cercanía) y en cualquier caso un “año” en Próxima B son apenas 11,2 días terrestres, por lo que sería relativamente fácil averiguar el ciclo completo del planeta.
Y ya se está pensando en trasladar la misión Breakthrough Starshot a este planeta, que podría contener vida propia. En cualquier caso, en 3 años sabremos más.
Imágenes: 1: phl.upr.edu, 2: iflscience.com