Las fobias se definen como miedos o temores irracionales, que pueden llegar a resultar crónicos impidiendo a las personas comportarse con naturalidad y tener una vida normal. En ellas se incluye de todo, desde miedos relativamente racionales como el temor a las serpientes o las arañas hasta el temor a números… o a que la mantequilla de maní se pegue al paladar. Vale la pena mencionar también los temores a espacios cerrados (claustrofobia) o abiertos (agorafobia), que resultan particularmente nefastos para quienes los sufren.

Dentro de toda la variedad, pocas fobias son más intrigantes y misteriosas que la tripofobia: el temor patológico… ¿a las figuras repetitivas?

En esencia, se trata de un rechazo a los patrones geométricos muy juntos, especialmente cuando son círculos (o hoyos) y rectángulos pequeños.

Tripofobia

Es un clásico en internet citar como “tripofóbico” el temor a imágenes francamente espantosas de patrones repetitivos en la piel y ojos de las personas. Dichas imágenes (de las cuales, por respeto a los lectores sensibles, no colocaré ninguna aquí) no pueden considerarse como indicadoras de este problema, pues es apenas natural que lo que parece una gravísima enfermedad dérmica genere un asco y rechazo automático en las personas.

En verdad, la tripofobia es mucho más general y lleva a que las personas se sientan incómodas con, digamos, el diseño enmallado de una caneca o una reja. Sin embargo, muchas de las imágenes de patrones que causan incomodidad en las personas tripofóbicas parecen tener un efecto moderado en aquellas que no sufrimos de esa enfermedad e imágenes digitales que magnifican estos patrones suelen generar incomodidad en la mayor parte de las personas. ¿Por qué?

Este coral bien podría generar angustia a un tripofóbico

¿Qué hay detrás del temor?

La mayor parte de los temores responden a características específicas de la persona, de su historia y de su contacto con el objeto al que temen. Un aracnofóbico (es decir, aquel que teme a las arañas), por ejemplo, seguramente sufrió en su infancia algún trauma vinculado a estos animales. Un claustrofóbico normalmente pasó por una experiencia fuerte en un espacio cerrado, y así sucesivamente. Incluso en los casos en los que no parece haber antecedente alguno, los temores suelen estar muy vinculados a la forma de ser y las reacciones de la persona en cuestión.

Sin embargo, la tripofobia carece de un detonador de este estilo y no parece tener raíces psicológicas… sino biológicas. De acuerdo con varios estudios, personas de muy diversas procedencias y sin mayores cosas en común mostraron, por igual, un rechazo a este tipo de imágenes.

La principal teoría le apunta a la semejanza de estas con enfermedades de la piel o con condiciones que podrían aparecer en algunos alimentos e indicarían que ya no son aptos para el consumo. El cerebro, a lo largo de millones de años, habría aprendido a rechazar estos patrones y a ocultarse de ellos, generando un rechazo inconsciente que en algunos se convierte en una fobia.

Personalmente, esta planta me resulta un tanto inquietante

Sin embargo, otras teorías le apuntan a que los patrones generan configuraciones matemáticas determinadas que el cerebro no es capaz de procesar con comodidad, generando la confusión – traducida en angustia o pánico en algunas ocasiones – que caracteriza el contacto con este tipo de imágenes.

En general, no sabemos por qué no nos gustan este tipo de patrones, sólo sabemos que no nos gustan. A veces, con eso basta.

Ah, y por cierto, si alguna de estas imágenes les causó impresión recomiendo encarecidamente NO buscar tripofobia en google. Las imágenes editadas que verán son mil veces peores.

Fuente de imágenes: 1: vice.com, 2: computerhoy.com, 3: taaringa.net