Imagen del Doctor Voronoff
Serge Samuel Abrahamovitch Voronoff (a veces escrito como Serge Vóronov) fue un reconocido cirujano francés de orígenes rusos que creyó desarrollar en la primera mitad del siglo XX una cura para el envejecimiento. Pero su cura no tenía orígenes misteriosos, o ingredientes secretos. No era tampoco una receta sospechosa de brebajes oscuros. No, su cura, tan surreal como exótica, consistía en la implantación de tejido de testículos de mono en las gónadas del paciente.
Pero antes de ver a profundidad los orígenes de tan extraño tratamiento, veamos un poco de la historia de este peculiar individuo.
La vida del Doctor Serge Voronoff
Voronoff nació en Subbotnik, una pequeña población judía en Rusia, el 9 de julio de 1866. A sus 18 años emigró a Francia, donde estudiaría medicina y finalmente se naturalizaría como ciudadano francés en 1895. Desde entonces sería en el país galo donde llevara a cabo la mayor parte de sus operaciones. Entre 1896 y 1910 viajó a Egipto, donde estudió los efectos que la castración tenía en los Eunucos de donde obtendría las ideas que llevaron a sus posteriores experimentos en búsqueda de la eterna juventud.
Hacia finales del siglo XIX varios científicos comenzaron a experimentar con los llamados xenotransplantes, que consisten esencialmente en trasplantar tejidos de especies no relacionadas pero próximas con el objetivo de evitar rechazos. Uno de ellos en particular, Charles Édouard Brown Sequard, había comenzado una serie de inoculaciones de extractos de glándulas importantes (principalmente testículos de perro y de cuy) en personas de edad avanzada con la esperanza de que estimularan la producción de hormonas y les ayudaran a combatir las consecuencias del envejecimiento.
Voronoff creía que el error de Sequard había sido no introducir suficiente tejido. Las inyecciones del científico, aunque orientadas en la dirección adecuada, habían sido demasiado leves. Era necesario un tejido que sobreviviera de manera permanente, alimentado por la sangre del paciente, para que las hormonas pudiesen llenar el cuerpo del individuo y restaurar su vigor perdido.
Aquí vemos uno de los resultados de su experimento, en el que insertó el tejido en un joven de 14 años
Los experimentos del Doctor Voronoff
A partir de 1916 Voronoff consiguió un laboratorio propio donde comenzó a injertar tejido de los testículos de machos jóvenes en los cuerpos de especímenes adultos de cabras, ovejas y de un toro. En todos los casos, según el científico, los trasplantes llevaron a un rejuvenecimiento de los animales: les permitieron recobrar su vigor juvenil, en palabras de Voronoff.
Sorprendentemente, el tratamiento del hombre resultó extremadamente popular en los 1920’s. Miles de cirujanos alrededor del mundo realmente consideraban que la cirugía propuesta por Voronoff podía ser una cura efectiva contra las consecuencias del envejecimiento. Muchos incluso creían que podía postergar la vida por varios años más.
Se calcula que a comienzos de los 1930’s más de 500 hombres se habían sometido al tratamiento, muchos de ellos en secreto, convencidos de que llevaría a un aumento considerable de su virilidad y sus energías. Dentro de las personas que lo tomaron, se dice, se encuentran el Premio Nobel de Literatura William Butler Yeats, el famoso psicólogo Sigmund Freud,
Otro de los casos del Doctor
La decadencia del método de Voronoff
Muchos de los pacientes experimentaron los efectos prometidos y resultaron más que satisfechos con los resultados de la operación, lo que catapultó aún más el prestigio del médico. Sin embargo, pronto vendrían nuevos descubrimientos que demostrarían que su famosa operación en realidad no eran útiles.
En primer lugar, se probó que los seres humanos no absorberían con facilidad los tejidos de animales extraños, sino que los rechazarían generando, en el mejor de los casos, tejidos cicatrizantes que erróneamente eran vistos como prueba de que los injertos se habían integrado con el cuerpo del paciente.
Pero lo más importante vino con el descubrimiento de la Testosterona, hormona producida por los testículos. Voronoff esperaba que esto llevara a convertir la operación en algo innecesario pues la sola inoculación de la hormona sería suficiente. Sin embargo, pronto quedó claro que el efecto no era el prometido y que las inyecciones de testosterona no cumplían sus promesas.
Voronoff estaba desolado, pero persistiría en su método por casi una década hasta morir por complicaciones debidas a una caída. Con el tiempo dejaría de ser respetado y sería ampliamente ridiculizado como una especie de “científico loco” incapaz de marchar con la modernidad. A su muerte – en 1951 – ya no era reconocido, y pocos periódicos corrieron un obituario en su nombre.
La redención de Voronoff
Curiosamente, casi 40 años después de su muerte el nombre de Voronoff volvió a ser tomado en serio por la comunidad médica. Nuevas evidencias demostraron que las células Sertoli de los testículos funcionan como una barrera al sistema inmunológico, haciendo que este sea un lugar idóneo para la implantación de trasplantes de otras especies. Ahora se considera bastante probable que los injertos de Voronoff sobrevivieran y brindaran parte de los resultados esperados.
Sin embargo, lo más interesante del asunto es que su teoría resultó ser cierta, aunque no fuera con los testículos y la testosterona. Actualmente, un tratamiento revolucionario contra la tiroides implica la inserción de células pancreáticas de cerdos en una capa de células Sertoli para aislarlas del sistema inmune: el tratamiento ha mostrado buenos resultados y no requirió de inmunodepresores.
Es curioso cómo una persona puede estar en lo correcto sin ser consciente de ello. Voronoff, al final, resultó teniendo razón, aunque muriese pensando que toda su obra había sido un fracaso.
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