Rockefeller en su juventud
Rockefeller
Así como Einstein, en su momento, convirtió su apellido en sinónimo de genio, John D. Rockefeller convirtió el suyo en sinónimo de opulencia. Pero no de cualquier tipo de opulencia: de una opulencia masiva, impresionante, imposible. De una riqueza de magnitud inimaginable, obtenida a cualquier costo y que brindaba un poder no conocido antes. Quizás solo el apellido Rothschild tenga una fuerza semejante.
Millonarios de la actualidad, como Bill Gates, Carlos Slim, Amancio Ortega o Warren Buffet (las 4 personas más ricas del mundo según Forbes) jamás llegarán a ser lo que alguna vez fue John D. Rockefeller, o a amasar poder semejante al del magnate. Estamos en un tiempo en lo que esto no parece ser posible.
Pero para comprender la verdadera profundidad de la palabra Rockefeller, es necesario comenzar por el principio. Por el nacimiento de John D. Rockefeller.
John D. Rockefeller
Infancia y juventud
Como muchos magnates, Rockefeller nació en un escenario de bastantes necesidades. El 8 de julio de 1839, en unos Estados Unidos pujantes, que estaban por conquistar la totalidad de su actual territorio (arrebatándoselo a México y a los indígenas norteamericanos). Su padre, un mercader de dudosa reputación, solía engañar a sus propios hijos con el objetivo de enseñarles que la vida es dura. Rockefeller heredaría su ingenio con una característica más importante: la ambición.
Ya desde niño se caracterizó por ser organizado y hábil para los negocios. En el colegio pintaba piedras y las vendía a sus compañeros, guardando cuidadosamente en una botella todas sus ganancias (y manteniéndola en secreto de su padre, claro). Con el paso del tiempo logró acumular la nada despreciable cifra de 50 dólares (equivalentes a alrededor de 1.000 dólares actuales).
Su primer trabajo fue en una librería, en donde se encargaba de la parte contable. Fue en este periodo en el que surgió su obsesión por el dinero, no sólo poseerlo, sino contarlo, manejarlo, jugar con él. Pasaba las noches despierto repasando las cuentas del día y pensando cómo podría haber mejorado los beneficios.
Tras pasar por varios negocios y acumular una pequeña pero decente fortuna Rockefeller entraría al negocio que lo convertiría en el hombre más poderoso del mundo: el petróleo.
Petróleo
En 1863 el gobierno estadounidense se encontraba subsidiando la producción petrolera, pagando a más de 10 dólares un barril que originalmente apenas si valía 50 centavos. Esto hizo que quien quisiera hacerse rico rápidamente no tuviese que hacer más que conseguir un pozo petrolero… y Rockefeller se dio cuenta de ello pronto.
La primera refinería de la Standart Oil
Tuvo suerte. Logró, con un capital inicial de poco más de 4 mil dólares (alrededor de 100.000 dólares actuales) encontrar un pozo rápidamente y a partir de allí comenzó a establecer una fortuna decente. Pronto comenzaría a trabajar en la refinación de petróleo, buscando un sustituto para el ahora costoso aceite de ballena. Así nacería el imperio del kerosene.
Rockefeller siempre fue eficiente. En un tiempo en el que la bonanza hacía que todos botaran los subproductos de petróleo que no les eran de utilidad el magnate se las ingenió para aprovechar cada pequeño fragmento, ya fuese para crear parafina, para mover su refinería o para buscarle un nuevo mercado. Esto, claro, no solo le representó dinero, sino que fue un alivio para los ríos de la región.
Para 1866 la buena gestión de Rockefeller ya había pagado. Su hermano había comprado otra refinería, invitándolo en el negocio, y en este año la empresa Rockefeller, Andrews & Flager se convirtió en la empresa petrolera más grande del mundo.
Standart Oil Company
Pero no sería con esta empresa que Rockefeller pasara a la Historia. En 1870 el magnate creó la que sería su empresa insignia: la Standart Oil Company, y comenzó a combinar una eficiente gestión con el uso de herramientas no del todo legítimas (y en ocasiones abiertamente ilegales) para derrotar a su competencia. El más conocido sería su trato con las empresas ferroviarias para que le hicieran rebajas a gran escala y le cobraran más a su competencia a cambio de la exclusividad en el transporte. En aquellos tiempos la Standart Oil ya era gigante, y negociar con ella un privilegio, por lo que muchas aceptaron desatando un escándalo que daría al traste con la reputación de la empresa (hay que aceptar, sin embargo, que este negocio le brindó a muchas personas la capacidad de usar querosene, pues el producto era mucho más costoso antes de la guerra de precios impulsada por Rockefeller, y el aceite de ballena usado antes era más costoso aún).
En 1872 ocurrió la llamada “Masacre de Cleveland”. En un periodo de apenas 4 meses, aprovechando una baja en los precios, Rockefeller pudo comprar 22 de las 26 empresas refinadoras que competían con él en este estado norteamericano, llevando a que incluso sus más feroces competidores prefirieran una alianza favorable a una guerra desfavorable. El crecimiento de la empresa fue abrumador y para finales de la década la Standart Oil refinaba el 90% del crudo norteamericano. Cada vez que podía, el magnate ofrecía un nuevo producto a base de petróleo, aumentando su base de ventas y haciendo más eficiente su producción.
Su gran tamaño comenzaría a traerle problemas con la justicia norteamericana. Pero esto lo veremos en un próximo artículo.
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