El increíble invento de un hombre normal
El 22 de agosto de 1985 a las 6:12 de la mañana, hora local, un vuelo comercial de la empresa British Airtours se incendió durante el despegue. El vuelo se dirigía a la isla griega de Corfu desde el Aeropuerto Internacional de Manchester: aunque se trató de un accidente relativamente sencillo y que hubiera podido evitarse, el fuego pronto superó el fuselaje del avión y llevó a la muerte de 54 de los 131 pasajeros, que no se debió al fuego en sí, sino a la inhalación de gases tóxicos que alcanzaron sus asientos antes de que pudieran salir del avión.
Maurice Ward tenía 52 años cuando esto sucedió. El hombre, que era un peluquero bastante talentoso de profesión, tenía una obsesión con las sustancias aislantes y los productos estéticos y pasaba mucho de su tiempo experimentando de manera artesanal con distintas mezclas. Aunque carecía de una educación profesional al respecto, parece ser que años de prácticas lo llevaron a comprender a profundidad las sutilezas de los materiales con los que trabajaba.
El hombre fue uno de los más horrorizados ante las imágenes del accidente. “¿Cómo es posible – se preguntaba – que en 1985 no tengamos una sustancia capaz de resistir el calor y evitar que el fuego se propague?”. Pese a ser apenas un peluquero comenzó una nueva cruzada para crear un material capaz de salvar vidas, que evitara escenas como aquella de la que acababa de ser testigo.
Su invención, bautizada Starlite, probaría ser verdaderamente increíble. Esta es la historia del descubrimiento y la desaparición del poderoso material inventado por Maurice.
Un material de otro mundo
La búsqueda de Ward pronto se convirtió en una obsesión. Pasaba la mayor parte de su tiempo en su cocina, en donde un recipiente plástico funcionaba como contenedor en donde mezclaba decenas de materiales con la esperanza de obtener algún resultado. En ocasiones llegaba a realizar 20 mezclas en un solo día, anotando cuidadosamente sus propiedades y comparándolas, a su vez, con los de otros experimentos.
No se sabe si su hallazgo se debió al azar o si verdaderamente su método probó ser efectivo. Ward solía probar sus materiales convirtiéndolos en capas delgadas (como las hojas de un libro), dejando que se secaran y poniéndolos frente a un soplete. Vez tras vez veía cómo su material se derretía o quemaba, pero un día sucedió otra cosa. Algo tan sorprendente que el mismo Ward no se lo esperaba.
El material no sólo resistió las altas temperaturas, que alcanzaban los 2.500 grados centígrados, sino que permaneció frío al tacto. Ward, sin un diploma y realizando mezclas caseras, acababa de conseguir lo que nadie había conseguido en un laboratorio con millones de dólares de presupuesto. Un material que refleja el calor.
La caída del altruista
Ward siempre afirmó que buscaba el bienestar general. Nadie sabe si temía las implicaciones de su nuevo invento (en particular el desarrollo de “súper armas”) o si sencillamente se dejó apoderar por la codicia – tan generosa, ella – y consideró que su invención no tenía propósito más que el de hacerlo obscenamente rico.
En cualquier caso, originalmente nadie escuchó a Ward ni estuvo dispuesto a revisar su invento: parece ser que en ese tipo de espacios pesa mucho la legitimidad que confiere un diploma o la pertenencia a una empresa conocida. El momento del hombre llegó en 1993 cuando un programa de Inglaterra llamado El Mundo del Mañana (“Tomorrow’s World”) decidió darle un espacio a su peculiar invención.
Los resultados, demostrados en vivo en televisión nacional británica, dejaron anonadados a los más escépticos. Ward mostró como su material, interpuesto entre un soplete y un huevo, aislaba de tal manera este último que tras 5 minutos de llama sostenida el huevo seguía crudo (aquí el video del experimento) Una prueba semejante sin la cobertura de Starlite llevaba a que el huevo se rompiera en pocos segundos, mostrando ya signos de cocción.
A partir de este momento decenas, centenares quizás, de propuestas comenzaron a lloverle al nuevo científico. Varias empresas y organizaciones (dentro de las que se cuenta la NASA) comenzaron a solicitar muestras del producto para analizarlo. Los resultados de los pocos análisis realizados mostraron unas propiedades que superaban mucho lo que cualquiera hubiera esperado:
Un láser capaz de generar una temperatura de 10.000 °C no tenía ningún efecto en el material. Parecía que además de reflejar el calor lograba reflejar también parte de la luz del láser, volviendo los objetos que recubría inmunes a cualquier tipo de arma térmica (que algunos consideran serán el armamento preferido en el futuro). Los láseres más potentes del Royal Signals and Radars Establishment, en Marveln (Inglaterra), que de ordinario cortan el polímero más resistente como si de mantequilla se tratase, apenas si realizaron unas diminutas marcas en el Starlite.
Pero a medida que la fama del producto aumentaba, parecía hacerlo la locura de Ward. Desarrolló un temor absoluto a dar muestras de éste, hasta llegar al punto de no permitir pruebas en las que él no estuviera presente y de jamás perder de vista las muestras. De acuerdo con algunos personajes importantes de la NASA con los que habló, estaba desesperado por el temor a ser robado y se negó, sistemáticamente, a otorgar patentes.
Parece ser que hacia finales de la década del 2000 Ward estaba suavizando su postura. Lamentablemente, el hombre murió en 2011 sin haber revelado el secreto de su mezcla, que según se dice sólo saben algunos miembros de su familia. Sin embargo, pese a décadas de interés, ninguna entidad parece estar cerca de conocer el secreto, pues su familia no ha revelado mayor cosa. No encontré información sobre negociaciones de la fórmula en la actualidad.
Starlite tiene miles de posibles aplicaciones. Desde fuselaje de aviones hasta recubrimiento para tanques con objetos explosivos: son millones las vidas que podrían salvarse si tuviéramos acceso a este milagroso material que parece hoy que hemos perdido para siempre.
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