Una horrible tradición
Dentro de muchas civilizaciones se ha buscado la destrucción no solo física, sino espiritual, del enemigo. En la tradición europea, al menos desde tiempos griegos, esto podía conseguirse negándole al enemigo la posibilidad de descansar en tierras sagradas – como bien lo ilustra la leyenda de Electra – mientras que en épocas cristianas se podían negar los últimos sacramentos y dejar que los cuerpos se pudrieran sobre la tierra. Así mismo, muchas tribus amazónicas se comían los cerebros de sus enemigos para evitar que sus almas volvieran a pisar la tierra, y los practicantes del vudú haitiano llegaban al extremo de permitir la vida al cuerpo de sus enemigos mientras capturaban su alma y lo condenaban a una existencia vacía como esclavo.
Sin embargo, hay un caso icónico en el mundo de la reducción del enemigo y es la llamada Tzantza, o reducción de cabezas. Realizada entre la tribu amazónica de los Shuar desde tiempos inmemorables (los Shuar son la tribu más numerosa de esta selva), consiste en la reducción del tamaño de la cabeza del jefe vencido en la guerra, lo que simboliza su derrota y la pérdida de su poder en la tierra. Curiosamente, a los miembros restantes de la tribu no se les hace ningún daño, sino que pacíficamente se integran con sus vencedores, sin que medien problemas por la procedencia. Es el jefe tribal quien sufre las consecuencias de la guerra.
Los Shuar creen en 3 “almas” o espíritus diferentes que habitan el cuerpo del hombre: el Wakani (o alma en un sentido más general, que sobrevive tras la muerte), el Arutam (o esencia de vida, que protege contra la muerte) y el Muisak (o alma vengadora, que se levanta tras la destrucción del Arutam para vengar su caída). Es contra este último contra quien se dirige la Tzantza, para evitar que el terrible Muisak asesine al jefe vencedor en batalla. Las cabezas no solo buscaban proteger a su dueño, también eran útiles para sembrar el terror entre las tribus enemigas.
¿En qué consistía el ritual?
El proceso para realizar una Tzantza era largo y complejo. En primer lugar, al jefe capturado debía cortársele la cabeza, luego el vencedor realizaba un corte detrás de la nuca desde donde, cuidadosamente, separaba la cabeza del cráneo. La grasa, las partes blandas y el cráneo eran desechadas, mientras que la piel se mantenía en una bola de madera para mantener su forma. Se colocaban semillas bajo los párpados, se cosía la boca y la cabeza se hervía en agua por unos minutos, proceso que disminuía su tamaño a la mitad. Tras esto, la cabeza se mantenía sobre un fuego, mientras que con una piedra ardiente se garantizaba que mantuviera su forma. El proceso terminaba de reducir el tamaño y al final solo hacía falta coser los cortes realizados, teñirla de negro y agregar los detalles decorativos que se desearan. Cabe aclarar que todo esto lo realizaba el jefe vencedor personalmente, en soledad y en un ambiente espiritual y de meditación. Se trataba de garantizar la permanencia del Muisak en la cabeza y evitar que saliera al mundo y le asesinara.
A partir de 1900 las cabezas reducidas se volvieron muy populares para los coleccionistas en Europa, lo que causó un dramático aumento en los asesinatos con el objetivo de realizar Tzantzas. Sin embargo, eran pocos los aventureros que se atrevían a ir a buscarlas – temían, así mismo, terminar con sus cabezas reducidas – por lo que el mercado nunca se atendió completamente. Al final, muchos países terminaron por prohibir su comercio y por devolver a Ecuador y Perú las cabezas reducidas, aunque el daño estaba hecho y la guerra había causado estragos entre los Shuar.
Al final, estas tribus terminaron pagando su propia avaricia y su relación con un mundo en el que todo, hasta el espíritu cautivo de un líder enemigo, tiene un precio.
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