Sexualidad e Historia
Estamos acostumbrados a visiones de la sexualidad un tanto… conservadoras. Esto es apenas natural: somos herederos (en prácticamente toda Europa y América Latina) de una tradición sexual profundamente represiva en la que muchas cosas no eran permitidas y lo que se hacía, se hacía en privado.
Si queremos ser rigurosos, es necesario admitir que a lo largo de los últimos siglos ha existido bastante libertad en muchos aspectos, pero es también innegable que esta libertad actuaba solo en sectores específicos, muchas veces ocultos a los ojos de las autoridades y nunca con su beneplácito, en particular si hablamos de la Iglesia.
En la antigüedad esto no era tan común. Los griegos vivían en una sociedad con una sexualidad relativamente abierta – la homosexualidad era la norma – y en sociedades como la egipcia o la asiria el sexo todavía tenía papeles rituales importantes. Los cartagineses, por su parte, eran célebres por su inmoralidad.
El mundo romano inaugurará algunas normas de moral y buenas costumbres, pero jamás relegará el sexo al nivel casi subterráneo que habrá de ocupar en las sociedades modernas. En Roma la sexualidad se vivía con bastante libertad.
Y es por ello que nos han llegado las historias de Valeria Mesalina.
Heredera al trono
Valeria no era verdaderamente una heredera al trono, pero era casi como si lo fuera: era descendiente de la familia de Julio César por parte y parte. Pese a ello, su familia había entrado en relativa decadencia y para la época de su nacimiento, en torno al año 20 d.C., ya no tenían peso político.
Aún les quedaba un poco de riquezas y, ante todo, la fuerza que hace la sangre. Fue quizás por ello que Calígula, en sus tiempos como emperador, estuvo muy interesado en emparentarla con un hombre de poco poder considerado como el hazmerreír de la corte: Claudio. La joven, entonces apreciada por su belleza, tenía poco que desear de un hombre 30 años mayor que ella, tartamudo… y cojo. No en vano Claudio había sido llamado por su propia madre como “un aborto que la naturaleza había dejado inconcluso”. Sin embargo, Valeria aseguraba que lo amaba, y con eso le bastó a su familia.
Valeria no parecía una mujer ingenua, y quizás su decisión – asesorada por su madre – tuvo más que ver con los intereses políticos de la familia. En efecto, le apostaron al caballo ganador y tras la muerte de Calígula Claudio fue declarado emperador. Tras ello, la familia recuperó su posición y Valeria Mesalina se convirtió en Emperatriz.
El Imperio de Mesalina
Su esposo Claudio estaba perdidamente enamorado de ella, lo que le permitía manipularlo a su antojo. Como pocas, Valeria manejó a su antojo la política romana e hizo y deshizo de acuerdo con su voluntad.
Pero más que por su poder político, la joven sería recordada por su gusto por el placer carnal y sus extravagantes maneras de satisfacerlo:
Prostituta
Es apenas lógico que Claudio, mucho más anciano que su joven esposa, fuese incapaz de satisfacerla… y más si tenemos en cuenta que la joven parecía caracterizarse por una libido insaciable. Por ello, Valeria pronto convirtió en una tradición las visitas recurrentes a los prostíbulos para ofrecer sus servicios como dama de compañía a centuriones, soldados y gladiadores. Lyscisca era el nombre con el que se presentaba a sus clientes, a los que buscaba una vez su marido se había dormido. La primera mujer de Roma comenzaba así su camino a convertirse en la primera meretriz.
Cuenta un relato de aquellos tiempos que Valeria, aprovechando un viaje de su esposo a Britania, decidió hacer un concurso para el que convocó a muchas mujeres… incluyendo a las prostitutas. Renuentes a ser derrotadas en su propio campo por una aristócrata, las meretrices romanas enviaron a una mujer llamada Escila como representante. La competencia entre las dos mujeres – que buscaba determinar cuál era capaz de satisfacer más hombres – terminó con Escila retirándose tras 25, afirmando que su contendiente “tenía entrañas de acero”. Por su parte, Valeria podría haberse acostado hasta con unos 200 hombres.
Celosa
Por su belleza, Valeria solía conseguir fácilmente hombres que desearan satisfacer sus deseos. Quizás a ello se debe que jamás tolerara el rechazo por parte de aquellos que no mostraban interés.
El primero en sufrir su ira fue Cayo Apio Junio Silano, su amor de la infancia. A instancias de Valeria, el emperador habría de traerlo de Hispania – donde estaba radicado – e incluso le haría contraer matrimonio con Domicia, la misma madre de la joven emperatriz. Cuando quedó claro que Cayo jamás cedería a sus pretensiones, la indignada monarca lo acusó de traición e hizo que lo ejecutaran. Un destino semejante, a sus manos, sufriría Valerio Asiático, dueño de bellos jardines de Lúculo que la mujer ambicionaba.
Con el tiempo, sin embargo, su misma pasión habría de perderla.
Conspiradora
En el año 48 d.C. Valeria se enamoró perdidamente del Cónsul Cayo Silio y decidió convencerlo de que se separara de su esposa y de casarse con ella. Entre los planes de la mujer parece haber estado el conspirar contra el emperador, asesinarlo y convertir a su nuevo esposo en emperador.
Fue el liberto Narciso, leal al emperador, quien de inmediato le informó de la situación. Por primera vez el hombre decidió volverse contra su esposa y ordenó de inmediato su captura. Tras ello, la mujer intentaría conmoverlo pero Narciso, conocedor de la influencia que tenía en el anciano emperador, no se lo permitió y ejecutó la condena ordenada por Claudio.
Se cuenta que Silio aceptó su destino con naturalidad y únicamente pidió una muerte rápida. Valeria, sin embargo, se refugió en los jardines de Lúculo donde pidió desesperada la clemencia del emperador. Fue ejecutada por un centurión en medio de su llanto.
Al final, su mismo deseo la perdió: el Senado ordenaría que su nombre se borrase de todas las estatuas y que sus herederos cayeran en el oprobio. Mesalina, desde entonces, vino a ser sinónimo de meretriz.
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