La Gran Senescala de Oro
Era casi imposible apartar los ojos de ella, un sacrilegio a lo divino, no sólo la mirada se veía cautivada por dicha persona, el resto de los sentidos también quedaban atrapados por una de las más famosas cortesanas de la historia: Diana de Poitiers.
Hija Jean de Poitiers, vizconde de Estoile, y de Jeanne de Batarnay, a la tierna edad de 6 pasó a ser parte de del séquito de doncellas de Ana de Francia (Regente en esa época de Francia), donde permanecería hasta los 14 años . A la edad de 15 años, se casa con Luis de Brézé (de 55 años), Gran Senescal de Normandía y poseedor de otros títulos nobiliarios, lo que le concibió no solo poder al honorable Señor, sino también a la bella Poitiers.
La edad nunca fue un problema
La vida de Diana pasó tranquilamente durante treinta y un años, su magnetismo y su inteligencia siempre estuvieron a la par. Jamás se escuchó palabra imprudente o indiscreción por parte de la noble y esto solo hizo que se acrecentará aún más su fama. Las buenas decisiones económicas y la inversión a largo plazo de los bienes que heredó, tras la muerte de su marido, la convirtieron en una mujer acaudalada, hasta se llegó a rumorar que más rica que la corona Francesa.
Más adelante su astucia y apariencia, le permitieron heredar el título de Gran Senescala de Normandía, algo insólito para la época.
Es así, como su vida tranquila de viuda llega a su fin, cuando es llamada por el Rey Francisco I quien le encomienda animar y consolar al «bello tenebroso» Enrique II, el hijo adolescente del monarca, quien aparentemente se encontraba pasando una depresión típica de la pubertad.
Veinte años separaban al Delfín de la Senescala, pero la edad no fue impedimento para que el joven príncipe amara a la diosa. Sin embargo, Diana, sabia como siempre, vivió sólo un amor cortes con Enrique. Nada de sexo, solo buenas tertulias.
Pero para el año 1538, con tan solo 19 años y a pesar de encontrarse casado para la fecha con Catalina Médici, Enrique da por fin inicio a un tórrido romance con Poitiers, dejando a un lado todo lo cortés. Fue tal la influencia de Diana en la corte, que en más de una ocasión se vio en la obligación de empujar a Enrique en los brazos de Catalina, para que concibieran al dichoso heredero.
Poitiers, siempre supo cuál era su lugar y cuáles eran sus obligaciones, se desenvolvía tan bien con sus pares y con la servidumbre, que hizo méritos para convertirse en consejera predilecta del Rey y ganar el título de Duquesa de Valentinois
Por toda la morada de los reyes de Francia (Enrique y Catalina) predominaba la esencia de Diana: las lunas crecientes, el arco, las baldosas y las sábanas del cuarto principal la letra D sobresalía, indisponiendo obviamente a la actual esposa del Rey, quien hacía oído sordos a su cónyuge y daba toda su atención a su amante.
El secreto de su belleza
3 horas diarias de equitación, una dieta de caldo rociada con el elixir de la juventud, lecturas cada tarde en la biblioteca y dormir cada noche en un posición sentada para evitar las arrugas, acentuaron el halo místico que rodeaba a la Senescala; esa fue la receta para hacer de Diana la mujer más hermosa de Francia.
Tristemente con la muerte de Enrique, terminó la era de Diana, y expulsada del que fue alguna vez su hogar por Catalina, Diana se recluye y disfruta de los pocos años de vida que le quedaban, mueriendo a la edad de 67 años. En muchos sentidos fue afortunada: su muerte podría haber sido mucho más cruel.
La base siempre fue el oro
Para la época de la Revolución, la tumba de Poitiers fue saqueada y sus restos mortales permanecieron desaparecidos hasta que en 1967 se lograron recuperar. En el 2009, un grupo de científicos analizaron su famosa cabellera y demás despojos, dando por fin respuesta a ese famoso brillo que la acompaño hasta sus últimos días, el oro.
De la melena de la antigua duquesa de Valentinois, se encontraron rastros de oro, lo más probable era que entre sus comidas (en especial el caldo) fueran sazonadas con el famoso elixir de la juventud (oro líquido), esa fue una práctica bastante usual entre los nobles.
Entre los efectos secundarios de ingerir esté metal se encuentran: padecer anemia, anorexia, diarrea y pérdida del cabello, lo que al parecer no sufrió, ya que hasta el final de sus días gozó de una envidiable y voluminosa guedeja.
Aun así, a pesar de las disputas y el espacio que algunos le quieren designar, su legado todavía perdurará al igual que la influencia que generó en su contemporáneos, demostrando que la inteligencia es más letal que unas cuantas gotas de oro.
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