Aunque pareciera increíble, un futbolista valiéndose de su capacidad para entablar relaciones y a su peculiar astucia, logró engañar a varios clubes del mundo y ganar dinero como si fuese uno de los grandes, pero sin jugar ni 60 segundos en el campo de juego.
Un experto en convencer
Su nombre es Carlos Henrique Raposo, un brasilero que dramatizaba una lesión en los entrenamientos, para que lo dieran de baja y desviar la atención de los técnicos. Pero en el año 1989 estuvo a punto de entrar al terreno de juego, cuando formaba parte del equipo del “Bangú brasileño” y el director técnico tomó la decisión de integrarlo a la competición.
Sin embargo, ante el riesgo que Raposo divisaba de ser descubierto, optó por violentar a un espectador y así, ser expulsado del partido. En el momento de dar las debidas explicaciones en el camerino, la cuestión no le fue difícil al experto en disuasión y dijo que como ya había sentido lo que es perder a un padre, no permitiría que insultaran al que él consideraba su segundo papá, haciendo referencia al entrenador y que no pudo resistir su ira ante el hincha que supuestamente lanzaba ofensas al técnico. Obviamente, se ganó un cariño especial del director, quien lo contrató por seis meses más.
Siempre andaba lesionado
Raposo era tan buen actor, que solía llegar a los entrenamientos con un enorme celular de la época, simulando que mantenía una conversación en inglés. Luego decía que hablaba con varios contactos de clubes europeos que estaban totalmente interesados en comprarlo como jugador. Pero como dice el dicho popular: “más rápido cae un mentiroso que un cojo”, llegó el día en que le descubrieron la farsa, gracias al médico del club, quien al escucharlo atentamente dialogando en inglés por su teléfono móvil, se percató de que no decía nada y por si fuera poco, que el aparato era de juguete.
Primero debutó en el Botafogo en el año 86. Luego, pasó al Flamengo, al Guaraní, Palmeiras, el Ajaccio de Francia, el Puebla de México y el Paso, de Estados Unidos. Henrique afirma que en el Ajaccio fue en el equipo donde sí jugó realmente, pero no sobrepasó nunca los 20 minutos en la cancha. Colgó los guayos a la edad de 39 años, después de una larga carrera de una mezcla entre fútbol y teatro que duró 20 años.
Le apodaron Kaiser, puesto que contaba con un gran estado físico y se parecía al legendario Beckenbauer. En Brasil nunca jugó en ningún partido y cuando lo hizo en otros equipos en raras oportunidades, siempre resultaba lesionado, incluso en los entrenamientos de rutina. «No me arrepiento de nada. Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas. Alguno tenía que vengarse por todos ellos”, dijo el catalogado como el mayor estafador de la historia del soccer.
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