Sumer
Hay algo mítico en las regiones de Mesopotamia, que bañadas por la abundancia de los ríos Tigris y Éufrates fueron testigos del nacimiento de la civilización. Muchas veces hablamos de Grecia y Roma como sociedades “antiguas” olvidando que la distancia temporal que nos separa de las glorias de las Polis griegas es menos de la mitad de la distancia que los separa a ellos de las primeras ciudades en las arenas de lo que hoy es Irak.
¿Cómo era ese mundo primigenio? ¿Se trataba, como creen la mayoría de los académicos, de una sociedad dura, tosca, que aprendería con el pasar de los siglos a manejar las artes de la civilización? ¿Era una zona paradisíaca, donde no existía la escasez y de donde surgiría luego la leyenda del Paraíso tan común en aquellos momentos? ¿Se trataba, como cree Zecharia Sitchin, de una sociedad en constante contacto con seres superiores (posiblemente extraterrestres) que obtuvo de aquellos el conocimiento para erigir las primeras ciudades humanas?
Poco sabemos de los primeros años de Mesopotamia y de las ciudades que entonces se erigieron, hace quizás unos 7 u 8 mil años. Para nuestra fortuna, sin embargo, los habitantes de esta región pronto desarrollaron una manera de pasar sus conocimientos a las siguientes generaciones mediante la escritura.
Y para mayor fortuna aún, decidieron escribir en tablillas de barro prácticamente inmunes al paso de los años.
Las primeras letras
Originalmente se trataba de relatos sagrados: leyendas dedicadas a contar la Historia del mundo. Luego vinieron los anales de los reyes y reinas, la historia de las batallas, los documentos administrativos. La literatura, cuando existía, solía tener un objetivo ante todo ritual y ser obra de autores anónimos, quizás poco más que compiladores de leyendas que se habían construido a lo largo de los siglos y los milenios.
Mucho tiempo pasará antes de la llegada de Enheduanna, pero las bases ya se han sentado. Escribas anónimos nos dejarán algunas pistas sobre el mundo, pero sus nombres no pasarán a la historia. Sus creaciones no eran propias: hacían parte de un mundo que conocían y que sencillamente replicaban.
Innana, Diosa de la Guerra y la Fertilidad, patrona de Enheduanna y a quien dirigía sus plegarias
Los primeros versos
Vino, entonces, la sacerdotisa de Nannar, hija del poderoso rey Sargón de Akkad. Enheduanna, por primera vez en la Historia, nos brindaría una obra de su puño y letra: un canto a la diosa Innana en la que ruega a la diosa por su expulsión del Templo. El canto, consistente en 153 versos, es un homenaje de belleza incomparable en el que Enheduanna nos presenta su tristeza y su esperanza.
Se trata de los primeros versos de la Historia en ser compuestos por alguien a título personal. Se trata del nacimiento de algo que va mucho más allá de Enheduanna, de Sumer o de la misma civilización de Mesopotamia: se trata de la aparición de la Poesía.
No fue la Exaltación de Innana el único canto escrito por la sacerdotisa. Dentro de sus obras se cuentan también Innana y Ebih, Himnos del Templo y el Himno a Nanna. En todas ellas Enheduanna, tanto como contarnos del mundo en que vivía, nos expresa sus propios sentimientos, sus deseos y temores.
Algunos ven en los versos de la sacerdotisa más que su historia y la de sus dioses. Ven el reflejo de un mundo olvidado en el que otros seres acompañaban a los primeros hombres, seres que caminaban por los cielos exigiendo el respeto de aquellos a quienes visitaban. Personalmente, no sé si eran en verdad apariciones venidas de otro mundo: por las descripciones de Enheduanna bien habrían podido serlo, como bien podrían serlo casi todas las deidades conocidas.
Pero en cualquier caso considero que esto no es lo importante. Aunque en sus versos se ocultase el secreto de la civilización perdida de los Annunaki en el mismísimo planeta Nibiru, no sería esto lo importante.
Serían los versos en sí mismos, quizá el regalo más grande que ha recibido la humanidad.
Fuente de imágenes: 1: itahisa.info, 2: vidasvioletasolvidadas.blogspot.com.co