Desapariciones
Estamos acostumbrados a lidiar con misteriosas desapariciones: barcos que se esfuman o, peor, que aparecen sin rastro alguno de su tripulación; aldeas que no se encuentran allí donde estaban, personas que desaparecen en misteriosas condiciones. Pero, ¿qué pasa cuando no son desapariciones, sino apariciones?
En estas páginas ya vimos una de las apariciones más misteriosas de las que tenemos registro: el llamado Hombre de Taured. No es esta la única, claro, y hoy hablaremos de otra ocurrida hace más de 400 años de la que nos llegan confusos registros… pero que en su momento fue ampliamente documentada y causó la sorpresa de los habitantes de México.
Se trató de Gil Pérez, el soldado aparecido en la capital de la Nueva España.
A través del Imperio
Hacia finales de los 1500’s España era la reina absoluta de los mares y había colonizado grandes extensiones de tierra en el continente americano… y la isla de Filipinas en el pacífico. En su Imperio, financiado con la plata y el oro americanos, jamás se ponía el sol.
El suceso ocurrió el 24 de octubre de 1593. Un día antes el gobernador de Manila – en Filipinas – había sido asesinado por piratas chinos, por lo que la guardia española se encontraba particularmente activa en la custodia del palacio a la espera del arribo del nuevo gobernador. Gil Pérez, según su posterior testimonio, estaba en la plaza de armas de Manila cuando comenzó a sentirse mareado y cansado lo que lo llevó a recargarse contra una pared y cerrar momentáneamente los ojos.
Cuando los abrió, no reconoció el paisaje.
Ciudad de México
Simultáneamente, a miles de kilómetros de distancia, un grupo de soldados imperiales que guardaban la Plaza Mayor de Ciudad de México notaron la presencia de un individuo extraño, que se comportaba de manera errática. Parecía confundido y tenía un traje de soldado español diferente a aquellos de los soldados de la ciudad. Pensando que quizás podría ser un espía, los guardas lo capturaron de inmediato y le pidieron explicaciones.
Pero antes de decir nada, el hombre comenzó a preguntar en dónde se encontraba.
Al oír las palabras “Ciudad de México” palideció. Era imposible, aseguraba, apenas unos minutos antes se encontraba en Manila en medio de su guardia. Como era de esperarse, nadie creyó su historia y se le encerró en una celda, acusado de ser un “servidor del demonio”, en donde permanecería por dos meses. Durante este periodo conversó regularmente con los soldados, algunos sacerdotes y varios servidores de la administración y les relató su misterioso viaje, la muerte del gobernador de Manila y todos los detalles que pudo que verificaran su historia.
El escepticismo generalizado chocó, dos meses después, con una barrera de información proveniente de un barco mercante de Manila. En aquel entonces las noticias tardaban meses en llegar a todo el Imperio y bien podía suceder que se ejecutaran órdenes con semanas de retraso: de ahí la importancia de los gobernadores y virreyes. El barco informó de inmediato a las autoridades de Ciudad de México sobre la muerte del gobernador de Filipinas a manos de piratas chinos y la necesidad de que un sustituto pronto lo reemplazara.
Otros detalles se ajustaban a la historia de Pérez: su uniforme filipino, sus noticias sobre la guardia de aquella colonia, sus detalles sobre los piratas chinos que habían cometido el asesinato. Pronto fue dejado en libertad y se le conminó a contrastar su historia con aquella de los hombres venidos del Pacífico.
Y en ese momento, uno de los marineros lo reconoció.
En efecto, se trataba de un antiguo compañero de Pérez que lo había conocido en uno de sus viajes y lo había visto en Manila aquel 23 de octubre, un día antes del incidente. Tras las declaraciones del hombre, Pérez fue dejado en libertad y embarcó en aquella misma nave de vuelta a Filipinas. Como era de esperarse, nadie jamás comprendió cómo un soldado de Filipinas terminó en Ciudad de México.
Fuente de imágenes: 1: narradoresdelmisterio.net, 2: historicmysteries.com