En su momento, la Armada Imperial Japonesa fue una fuerza incomparable,
equiparable a la Real Armada Británica
Imperio Japonés
Hace algunos meses publicamos aquí el artículo China, la guerra del opio y el siglo de humillación. En este artículo mencionamos la invasión japonesa a China que comenzó con la toma de Manchuria en 1931 y culminó con una guerra generalizada que duraría casi una década y terminaría con el país en ruinas.
Este conflicto fue la culminación del sueño imperial japonés. El País del Sol Naciente había permanecido aislado del mundo por siglos, pero tras ver lo que le ocurrió a China cuando quedó rezagada frente la tecnología occidental quedó claro para los japoneses que necesitaban modernizarse y necesitaban hacerlo rápido.
Lo que siguió fue uno de los milagros económicos más interesantes de la era moderna. En el transcurso de dos generaciones Japón pasó de ser un país feudal con su propia clase de señores nobiliarios (los samurai) a ser un país industrial, uno capaz de competir con las potencias europeas de la época.
Ahora, hay que aclarar que el poderío económico japonés jamás llegó a ser del talante de potencias como Alemania, Francia o el Reino Unido. En su momento de mayor capacidad industrial, fue más cercano a Italia, un país importante, claro, pero estaba lejos de ser el líder de la región.
Pese a ello, Japón había conseguido lo que ningún otro país no europeo había conseguido en este periodo, excepción hecha de los Estados Unidos. Y como los países europeos, Japón soñaba con su propia esfera de influencia: posesiones coloniales que le garantizaran acceso a las materias primas que su industria requería.
La entrada oficial de Japón al club de los países “ricos” ocurrió luego de que derrotara al Imperio Ruso en la Guerra Ruso-Japonesa de 1905. En este momento quedó claro para todos que el país estaba en condiciones de imponerse en conflictos importantes y que había que tenerlo en cuenta a la hora de realizar tratados internacionales.
Japón, pese a su participación, quedó largamente ausente de la lista de “ganadores” de la Primera Guerra Mundial. Posteriormente, sin embargo, se apoderaría de Corea y de Manchuria, regiones en las que comenzaría su proyecto de una “Gran Área de Influencia Japonesa” en la que crearían prosperidad para los pueblos de Asia Oriental, hasta entonces oprimidos y subyugados por los conquistadores europeos.
O bueno, eso decían. En verdad terminaron por ser mucho más crueles y despiadados que los colonizadores anteriores. Pero bueno, eso es un relato para otro momento.
Y en 1937 comenzó la Guerra con China, con la que Japón buscaba imponerse como la única Gran Potencia en Oriente. China, aunque fuese pobre y estuviese arruinada, era un gigante con vastos recursos y población que servían al sueño japonés.
Esta guerra, bueno, no fue como planearon. Los chinos, pese a duras derrotas, resistieron con mucho más esfuerzo y ahínco de lo previsto, y Japón pronto se encontró estancado. Su maquinaria industrial era poderosa, pero carecía de los recursos para mantener su producción (mientras que a China la abastecía la Unión Soviética, y tenía además recursos en sus zonas interiores).
Por esta razón, el Imperio Japonés tomó la decisión de jugarse el todo por el todo y en el marco de la Segunda Guerra Mundial, que ya había comenzado en Europa, atacar las colonias francesas en Indochina.
Y el 7 de diciembre de 1941 los japoneses atacaron simultáneamente las posiciones de Tailandia, Malasia, Hawai, Guam, Hong Kong y Filipinas con el objetivo de avanzar rápidamente y limitar la capacidad de respuesta de sus enemigos. Sus ataques fueron decisivos y tremendamente dañinos, y en este momento muchos pensaron que Japón tenía verdaderamente la posibilidad de ganar el conflicto.
Pearl Harbor
El más célebre (y polémico) de los ataque de Japón aquel 7 de diciembre fue, sin lugar a dudas, Pearl Harbor.
Y cuando digo polémico no me refiero a polémico en la actualidad, sino en el mismo Alto Mando Japonés. El Almirante Yamamoto, almirante supremo de la Flota Imperial Japonesa, había vivido en Estados Unidos y había sido insistente con la estupidez de este ataque y la necedad de las autoridades japonesas al atacar este país. Pero los japoneses estaban convencidos de que, como en 1905, podrían ganar una batalla decisiva y forzar una negociación. En aquel año, Japón tenía una considerable desventaja en términos humanos e industriales con Rusia (y sobre todo tenía muchos menos recursos naturales), pero aún así consiguió la victoria.
Acorazado hundiéndose en Pearl Harbor
En oídos sordos quedaron los clamores de Yamamoto de que los Estados Unidos no eran Rusia, y de que el país retaliaría con fuerza y eventualmente destruiría el ejército japonés. Y así, el 7 de diciembre de 1941 ocurrió el ataque a Pearl Harbor.
Un grupo de portaaviones japoneses atacó la isla dejando un total de 188 aviones destruidos, 8 acorazados hundidos, y 2.403 estadounidenses muertos. Los japoneses pensaban que con ello limitarían la capacidad del país de hacer la guerra y lo forzarían a negociar. En lugar de ello, movilizaron a la opinión pública e hicieron que el país se preparara para la Guerra Total.
El Almirante Yamamoto, cuando se enteró de los resultados del ataque, dijo: “tengo miedo de que hayamos despertado un gigante dormido”. Sus palabras se probarían proféticas.
El Sudeste Asiático
Paralelo a esto, los japoneses se encontraban organizando una ambiciosa operación en el sudeste asiático, donde atacaron simultáneamente a las colonias y países aliados de las potencias europeas. Inglaterra, Francia y Holanda se encontraban envueltas en el teatro europeo y por esta razón no tenían capacidad de abastecer sus tropas estacionadas en las regiones de ultramar.
Japón, entretanto, tenía una gran cantidad de tropas muy preparadas y que llevaban años en combate. En cuestión de días se apoderaron de Tailandia (que se alió oficialmente con Japón el 21 de diciembre), Hong Kong, Guam y Penang. En enero, tropas japonesas continuarían su avance al interior, hacia Burma, las Indias Holandesas Orientales (hoy Indonesia), las Islas Solomon, Nueva Guinea y las Filipinas, consiguiendo la conquista de Manila, Kuala Lumpur y Rabaul. Para febrero, incluso Singapur había caído, y más de 130.000 soldados aliados (principalmente europeos, pues a estas alturas Estados Unidos no estaba en condiciones de enviar tropas a gran escala) habían sido capturados por el Ejército Imperial Japonés.
Y los avances japoneses continuaron. El 27 de febrero de 1942 las Armada Imperial Japonesa obtuvo una victoria decisiva en la Batalla del Mar de Java, donde la Armada Aliada perderia dos de sus tres cruceros livianos, nueve acorazados y más de dos mil hombres. Los japoneses no perdieron ningún barco y apenas murieron 36 de sus hombres.
Japoneses marchando victoriosos en Singapur
Tras esto, Java y Sumatra fueron subsecuentemente ocupadas.
Quedaba únicamente un enemigo importante en el pacífico. Antigua colonia británica, solo Australia y el ejército australiano se interponían entre Japón y un dominio total del Pacífico Occidental. Los australianos vieron con angustia como se derrumbaron los ejércitos aliados en las colonias, y comenzaron a llamar a sus propios hombres (hasta entonces en Europa, luchando del lado de Inglaterra) a casa para prepararse para lo que parecía ser una inevitable Batalla de Australia. No tenían armas, o armamento adecuado, pero tenían industria, conocimientos y un vasto territorio desértico que limitaría la capacidad de control de los japoneses.
Y en estas circunstancias los Estados Unidos comenzaron por fin a intervenir. A sabiendas que el objetivo japonés era aislar Australia, crearon un comando conjunto bajo liderazgo del general Douglas MacArthur, el cual se ubicaría en Melbourne.
En este punto, el avance japonés parecía imparable. Pero bajo la superficie, las cosas no eran tan positivas. Los japoneses estaban sobreextendidos, con un territorio conquistado varias veces superior a su propio país y con más de la mitad de sus tropas atrapadas en el conflicto con China (que cada vez era más claro que no tendría solución rápida). Su Armada Imperial era poderosa, pero debía moverse de victoria en victoria, pues si era derrotada no podría ser reemplazada tan fácilmente.
Y más importante aún, extender sus dominios a tan lejanas distancias significaba que sus barcos ya no podían patrullar todo el territorio. Necesitaban el petróleo de Indonesia y Filipinas, y los minerales de la Indochina, pero no podían guardar sus aguas. Bastaba con un puñado de enemigos bien posicionados para hundir sus vitales cargamentos.
Y Estados Unidos venía. Su flota se tardó en llegar, pues tuvieron que mover barcos del Atlántico al Pacífico, pero pronto estarían allí. Además, a diferencia de Japón, ellos podían reemplazar cualquier pérdida gracias a su industria propia y a sus vastas reservas minerales. El país, además, había lanzado un aventurado ataque contra Japón al bombardear Tokio el 2 de abril de 1942 (durante la célebre Incursión Doolitle), mostrando que sus defensas podían ser superadas pues el control de los océanos no era efectivo.
El Imperio Japonés en su máxima extensión, hacia mediados de 1942. No duraría mucho.
Se acercaba la hora de la verdad. Japón le apuntaba a dos cosas: primero, a conquistar Port Moresby, capital de los dominios australianos de Nueva Guinea, desde donde sus bombarderos podrían alcanzar las ciudades de Australia.
Y segundo, el momento de buscar su Gran Batalla, su enfrentamiento definitivo, el combate que llevaría a la destrucción de la flota estadounidense y, como en la guerra de 1905, forzaría al enemigo a la mesa de negociación. Aunque como veremos, esto no fue exactamente lo que sucedió.
Pero de ello hablaremos en un próximo artículo.
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