Sinopsis de Niña perversa
Con el título Niña perversa, este texto narrativo constituye un cuento de la escritora chilena Isabel Allende, incluido en las veintitrés historias que conforman su célebre libro Cuentos de Eva Luna, publicado por primera vez en el año 1989, por la editorial barcelonesa Plaza& Janés.
En sus líneas, Allende –a través de una historia aparentemente iniciática- aborda el tema de la imaginación, la memoria, el olvido y las obsesiones, presentándolos como fenómenos que usa la mente para crear sentimientos, envolviendo al humano en sus redes, sin que este llegué a sospechar sobre su carácter fantasioso, entregándose a ellos, incluso hasta por una vida entera. Igualmente, la autora pone de manifiesto el terrible momento de desencanto que ocurre cuando el individuo conoce el desencanto de descubrir la naturaleza ficticia de la pasión que lo ha seguido por años.
Resumen del cuento Niña perversa
Esta historia de Isabel Allende, cuenta con un narrador omnisciente que inicia esta historia refiriéndose a su protagonista, Elena Mejías, a quien describe como una niña desnutrida y sin brillo, que había aprendido a desdibujarse entre los rincones y muebles de la pensión de su madre. De esta manera, el narrador comenta sobre cómo Elena constituía un ser casi fantasmal, en el que los clientes de la pensión no se fijaban, sino únicamente cuando era necesario solicitar algún servicio de la pensión.
Igualmente, el narrador describe a la madre de Elena, una viuda aún joven que sin embargo comenzaba a doblegarse y secarse bajo la presión del trabajo que le daba mantener al día su pensión, en torno a la cual también se vanagloriaba, proclamando a los cuatro vientos el nivel de decencia y orden que reinaba en los huéspedes, gracias a sus reglas, que el narrador comenta eran más parecidas a un monasterio que a una pensión.
Sin embargo, esta rigidez y rectitud descansaba sobre todo un sistema de normas inamovibles, las cuales por ejemplo indicaban que ningún huésped podría ser admitido si no trabajaba, tenía una ocupación conocida, una reputación respetable y el dinero suficiente para pagar su mes por adelantado. Igualmente, la madre de Elena tenía absoluto control sobre cada uno de los detalles de la casa, los cuales además eran conocidos gracias al mecanismo de vigilancia y espionajes, en el cual Elena participaba activamente, escondiéndose y caminando sin ser notada por los rincones de esa pensión, e informando a su madre de cualquier evento que pudiese resultar sospechoso.
No obstante, tanto el rigor de la madre como la aparente insensibilidad de Elena estaban a punto de cambiar drásticamente de rumbo. Todo comenzó con la llegada de Juan José Bernal, quien gustaba de llamarse a sí mismo el Ruiseñor. Sin que Elena pudiera entender qué pasaba, su madre desde el principio se volvió toda sonrisa ante ese desconocido hombre, que llevaba consigo un afiche que lo anunciaba como un artista, el cual nadie parecía conocer. Ante todo pronóstico, su madre aceptó con todo gusto a un huésped que no se ajustaba para nada al perfil solicitado a todo aquel que se acercaba a la pensión.
Sin anotar comentarios, la madre aceptó a un hombre que indicó que cantaba de noche, dormía de día, era vegetariano, tomaba dos duchas y no tenía dinero para pagarle el mes adelantado. Elena –cuenta el narrador- vio cómo su madre condujo al nuevo huésped a su nuevo cuarto, en el cual éste colgó su afiche. La llegada del nuevo huésped de inmediato comenzó a afectar la rutina de la casa, había más trabajo, pues había que cocinarle la comida de conejo que comía, llamaba por teléfono constantemente, usaba el baño por horas y planchaba a cada rato, sin que todo esto además pareciera molestar a la medre de Elena, quien con el tiempo también pareció cambiar de rutina, poniéndose perfume y coloreándose la boca, entre otras actitudes que levantaron los comentarios de los otros huéspedes.
Estos cambios fueron percibidos por Elena, a quien el trabajo de espía la había hecho bastante observadora. Ante ellos, Elena respondió con odio, odiaba a Juan José Bernal, y no podía entender lo que su madre le veía. No obstante, un día caluroso, el Ruiseñor decidió sacar su guitarra y ponerse a tocar en el patio, música que empezó a llamar la atención de los huéspedes. Sin que la dueña de la pensión pareciera molestarse, sus huéspedes organizaron una pequeña fiesta en la que participó. El sonido de esas notas y la voz del Ruiseñor, entrarían en la mente de Elena para no irse.
Después de eso, Elena vio a Juan José Bernal de otra forma. Comenzó a pensar en él, hasta que se le convirtió en una obsesión. Sin embargo, la observación silenciosa a la que se dedicaba ahora para aprender todo sobre este hombre que la hacía temblar como si tuviese fiebre, la llevó también a descubrir que entre el Ruiseñor y su madre había algo. Decidida a tenderse bajo él con los mismos gestos que había visto en su madre el día que los vio haciendo el amor, Elena consiguió librarse de la escuela e ir a la casa, cuando sólo estaba en ella una huésped y Juan José Bernal.
Como había pensado varias veces, Elena se desnudó y se metió en la cama de El Ruiseñor, quien al verla la rechazó, la lanzó al piso y le gritó que era una niña perversa. El acto le valió a Elena ser enviada a un orfanato. Por su pare El Ruiseñor y su madre se casaron. Durante los próximos años, Juan José Bernal no podría sacar de su mente la imagen de ese cuerpo infantil y liviano. Comenzó a rondar por los colegios, mientras evitaba si quiera mencionar el nombre de su hijastra.
Ya con 26 años, la hijastra regresó por primera vez a casa de su madre, para presentar a su prometido, El Ruiseñor la esperó y se decepcionó un poco con la imagen desabrida de Elena que contrastaba con la niña de fuego que él había imaginado en sus años de obsesión. No obstante trató de tenerla para ver si podía saciar su memoria. En la cocina, a solas, la tomó para decirle que no había podido olvidarla un solo día, desde aquel en el que la rechazó y le dijo “perversa”. No obstante, Elena no recordaba nada de aquello que el Ruiseñor no había podido olvidar en quince años.
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