Jonathan Russell, el investigador que identificó las enzimas más eficientes para degradar el plástico
El problema del plástico
Las primeras herramientas del ser humano se construyeron en hueso y piedra: de estas, solo las últimas sobrevivieron al paso de los años. Es por ello que denominamos al periodo previo a la invención de la agricultura Paleolítico, o Edad de Piedra.
Posteriormente vinieron nuevos descubrimientos: el uso del cobre como material para la construcción de herramientas dio paso a la edad del cobre; el aprendizaje con respecto a la aleación entre cobre y estaño nos trajo la edad del bronce. Eventualmente, vino la Edad del Hierro.
En ninguno de estos periodos los humanos usaron masivamente estos materiales: jamás se hicieron prendas de piedra, o cobre, por dar un ejemplo. Sin embargo, su importancia en la Guerra y la consolidación de la sociedad nos hace resaltar su presencia.
En la actualidad podríamos decir que estamos en la edad de plástico. Pese a que el material tampoco es universalmente utilizado sí es mucho más común que lo que fueron en su momento el hierro, el bronce o la piedra. Además de usarlo para herramientas lo usamos como componente básico de prácticamente todos nuestros dispositivos, como base para los tejidos y como herramienta de empaque casi universal.
Esto ha causado un problema importante. Las mismas características que hacen al plástico tan deseable – su durabilidad, su resistencia, su (valga la redundancia) plasticidad – lo convierten en un residuo prácticamente indestructible. Nadie sabe con certeza cuánto puede durar el plástico en el ambiente sin degradarse, pero sabemos que residuos de poco más de un siglo siguen prácticamente intactos. El número, seguramente, ronde los miles de años.
¿Plástico para comer?
Al provenir del petróleo, el plástico es un compuesto orgánico del que puede obtenerse energía. El hecho de que ningún organismo lo consuma ocurre sencillamente porque es demasiado nuevo en términos evolutivos.
Sin embargo, siempre es posible que un organismo tenga la capacidad de degradarlo mediante otras funciones especializadas en otros tipos de materia orgánica (es decir, materia basada en enlaces de carbono). Ya vimos hace poco el caso del gusano de la harina cuyas bacterias estomacales pueden degradar y aprovechar el poliestireno extruido (hasta entonces otro desecho prácticamente indestructible). Motivados por la esperanza de encontrar un organismo de este tipo, científicos han recorrido el mundo analizando miles de especies.
Y por segunda vez en lo que va del año, un equipo de Yale parece haber hallado la respuesta que estábamos buscando.
Una pequeña «granja» de degradación de desechos plásticos
Pestalotiopsis microspora
Se trata de una especie de hongo conocido desde hace un tiempo y que habita en Sudamérica y Japón. Originalmente identificado en Buenos Aires, el hongo captó el interés de los investigadores en la Reserva Nacional Yasuní en Ecuador en donde comenzaron a analizarlo y se dieron cuenta de que no sólo podía degradar el poliuretano (principal componente del plástico actual), sino que podía hacerlo en condiciones anaeróbicas (de ausencia de oxígeno) viviendo exclusivamente de este material.
El descubrimiento es a todas luces revolucionario y bien podría hacer que transformase nuestra sociedad. En la actualidad, se presentan algunos microlaboratorios en los que el hongo, en condiciones controladas, invade y degrada el plástico a su alcance. Los científicos, sin embargo, advierten que hay que manejar las cosas con cautela.
Siempre puede salir mal
El hongo (microscópico) se caracteriza por la transferencia horizontal de genes, por lo que al entrar en contacto con bacterias u otros hongos bien podría “ceder” esta habilidad. Dada la práctica universalidad de los desechos plásticos, se teme que esto pueda generar la explosión de criaturas capaces de degradarlo, corroyendo los cimientos de infinitud de objetos que aún usamos.
En el peor de los escenarios, la multiplicación rápida de estos animales podría incluso convertir el plástico en un material orgánico más, equivalente a la cáscara de una fruta. Aunque fascinante para la conservación, esto haría peligrar edificios, aparatos tecnológicos y en general prácticamente todos los objetos que contienen plástico como componente.
Por ello, por ahora la apuesta de la Universidad de Yale es apuntarle a la creación de “zonas de desplastificación” a donde se transporten los residuos y en donde el hongo haga su trabajo.
Puede que algunas cosas puedan salir mal. Pero esto, sin lugar a dudas, es una inmensa oportunidad para la humanidad.
Imágenes: 1: bbc.com, 2: wired.com