El Pensante

Tejiendo relatos. Y bien… ¿Podré hacer algo bien?, por Dulce C. Saldaña

Cultura y expresiones artísticas - septiembre 9, 2010

¿Podré hacer algo bien?

Siempre me dicen ese tipo de cosas, ya no debería llorar, pero oírlo de la boca de mi familia me hiere mucho. Mis lágrimas al final logran salir de mis ojos oscuros, lo que provoca que ellos rían lo más fuerte que pueden.

«Estoy bien, no importa»… digo para luego secar mis ojos y seguir con los quehaceres de la casa. Yo algún día demostraré que no soy inútil como dicen ellos, se que haré lo correcto.
Si tuviera una oportunidad de demostrar que soy buena para algo, lo demostraría, y así me querrían por lo menos un poco, como quieren a mi hermana mayor.
-Disculpe, ¿Me podría decir dónde está la floristería más cercana? – pregunté a un hombre que se encontraba esperando el autobús en la esquina de la calle.
-No… – contestó él fríamente para luego marcharse.
Bien, no es la primera vez que me hablan así, no me hiere de más como generalmente lo haría.

Vi la hora en el reloj de mi muñeca. ¡Diablos! se hace tarde y no he comprado las flores de mamá, creo que mi padre se molestará conmigo si no llego a tiempo con las flores en la mano.
Corrí hacía una señora ya de edad madura que se encontraba sentada en la banca del parque. Se veía buena gente así que me acerqué a preguntar si había una floristería  cerca. Ella asintió y me dio unas direcciones. Está cerca. Le agradecí y seguí mi camino para luego dar con la calle. Caminé tranquilamente al observar casi frente a mí la floristería. Entré y compre el ramo de flores para mamá, unas rosas de color rosa, como le gustan.

Al salir observé que la tarde caía. Pase por el parque que ahora se encontraba completamente solitario. Mis pasos eran cada vez más lentos. Me dio curiosidad, además, siempre me detenía un rato para saber que había ahí… una ardilla, un pajarito o algo.
De pronto sentí a alguien tomarme por atrás. Pegué un grito agudo que rápidamente calló al ponerme su mano sobre mi boca. El miedo que sentí fue infinito. La persona, que por lo que pude ver, era hombre, me cargó haciendo que el ramo de rosas para mi madre cayeran al piso. Hice lo que pude para soltarme, pero, ser una niña de apenas 12 años no funciono. No pude siquiera quitar su mano de mi boca para poder pedir ayuda.
Me llevó hasta su auto, que se encontraba al final del parque, me logré liberar de él pero me volvió a agarrar, esta vez, tirándome al suelo y el casi sobre mí.
«No hagas nada de lo que te puedas arrepentir, nenita» murmuró a mi oído.
Mis lágrimas se hicieron presentes de nuevo, y como siempre, alguien se rió de mí. Aunque no era la persona de siempre, él se rió.
Me volvió a cargar y me subió a su auto, el cual era una camioneta de color gris. Por dentro llevaba una hielera la cual contenía frascos con un líquido rojo. No recuerdo nada de ese momento, pues creo que me desmaye al darme cuenta que era sangre.

-Nenita, despierta por favor-

Al escuchar una voz abrí mis ojos. Era el mismo hombre. Observé a mí alrededor tratando de saber en dónde estaba. Era una habitación la cual no le llegaba más luz que la de un foco en el centro de ella. Estaba amarrada de brazos y piernas.
-Mi nenita, no te asustes, aquí estoy yo- dijo el hombre con tono algo enfermo, se me hizo desagradable que digiera eso.
Me intenté levantar, pero no lo logré, quería huir, gritar, pero nada. El hombre se me acercó lentamente con las manos tras la espalda, hasta que estuvo frente a mí y sacó un arma blanca. Intente gritar de nuevo pero tampoco conseguí que se oyera algún sonido.
-Nenita, no te asustes, que no te haré nada- de pronto me hizo una pequeña herida en la mejilla y tomó algo de sangre que salía de esta.
Mi cuerpo respondió sin darme cuenta dándole un cabezazo al hombre que cayó por el golpe. Me dolió la cabeza pero aún así aproveché que el cuchillo había caído frente a mí para tomarlo con la boca y liberarme.
Tiré el cuchillo por ahí y me puse de pie lo más rápido que pude mientras el hombre todavía estaba con la mano en la cabeza. Aunque yo también estaba un poco aturdida por el golpe intenté salir de la habitación.
Abrí la puerta desesperada y busqué la salida de ese lugar. Mientras más me acercaba a la puerta más cerca escuchaba los pasos del hombre. Conseguí salir, pero él me volvió a atrapar, esta vez con el arma en la mano…

-Isabel, haz algo útil por primera vez en tu vida y ve a traerle flores a mamá… la operación será dentro de dos horas…Dios quiera que salga bien.
-Si, hermana… las conseguiré.
-Y tal vez así te queramos… – murmuró en tono burlón la chica antes de marcharse de ese pasillo de hospital.

Relato cedido a Tejiendo el Mundo por Dulce Carmina Saldaña (Derechos reservados por la autora)

Fotografía de Perla Lunar

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