Elefantes
Desde que los hombres habitan la tierra y, sobre todo, desde la aparición de las primeras civilizaciones, los elefantes (o algunos parientes cercanos, como los mamuts y los mastodontes) han sido los animales terrestres más grandes con los que ha interactuado el hombre. La única excepción importante es el perezoso gigante americano, del tamaño aproximado de un elefante africano, pero este se extinguió hace unos 10.000 años.
La fuerza e inteligencia del elefante pronto lo convirtió en un animal muy importante para las distintas sociedades. Tras milenios de contacto algunos aprendieron que ciertas variedades podían ser domadas, enseñándoseles a obedecer y en últimas usándolos en combate. Este fue el caso del elefante hindú y también del elefante norafricano, del que hablamos en el artículo Gigantes de la Tierra.
Lamentablemente, los elefantes pueden domarse, pero no domesticarse. Esto significa que no se reproducen en cautiverio y por lo tanto es necesario obtener siempre nuevos especímenes salvajes para reemplazar las pérdidas. Esto llevaría a la desaparición del elefante norafricano en torno al nacimiento de Jesucristo y a una dramática disminución en el número de elefantes indios.
Sin embargo, los elefantes indios no se extinguieron, y durante la Edad Media eran bastante comunes y constantemente usados en batalla.
Carlomagno
Carlomagno, gobernante del Imperio Carolingio (un breve remedo del Imperio Romano que no terminó muy bien que digamos), tuvo la intención en un periodo relativamente temprano de ser reconocido como un gobernante importante y de resaltar el papel de su nuevo Imperio en el escenario mundial. Para ello, envió hacia principios del siglo IX emisarios y diplomáticos con regalos para el Gran Califa de Bagdad: Harun al-Rashid. Los regalos incluían tejidos de las más finas telas italianas y artefactos finos de las arcas carolingias, que valga decirlo, no eran muy opulentas.
En aquellos tiempos, la capacidad de dar un regalo de gran valor era considerada una de las mayores virtudes de un gobernante, pues honraba y demostraba su superioridad. Así, el califa al-Rashid seguramente consideró que debía superar con creces el regalo de Carlomagno y le envió a su vez un emisario con saludos y con un mensaje de paciencia. Su regalo, afirmó, llegaría, pero se tardaría algo más de tiempo.
Unos meses más tarde arribó a Agristán (capital del Imperio Carolingio) Abbul Abbas, un magnífico elefante que se convertiría en el acompañante favorito de Carlomagno (y de paso revelaba la incomparable superioridad del Califato sobre el débil Imperio Carolingio).
Abbul Abbas
Pensar en un elefante rondando las campiñas de Francia y acompañando al Emperador en todas sus labores en torno al año 805 suena casi surreal, pero eso fue precisamente lo que sucedió con Abbul Abbas, el elefante que le fue dado en regalo a Carlomagno por parte del Califa. El elefante, como todos los de su especie, era inteligente y pronto aprendió a querer a su nuevo dueño, por lo que lo seguía a todas partes.
Lamentablemente los inviernos europeos no son lugar para que un paquidermo pueda vivir con tranquilidad y Abbul Abbas no duró mucho. Murió en el año 810, parece que mientras acompañaba a Carlomagno a una misión militar. Para el Emperador su pérdida fue un duro golpe, pues era verdaderamente irremplazable.
Imágenes: 1: historiasdelahistoria.com, 2: wikipedia.org