Andrew Zuckerman lleva a su estudio animales para retratarlos, éstos son de especies y dimensiones dispares, desde el gigantesco elefante a la abeja tropical, de la serpiente al aligator. Los fotografía sobre un fondo rigurosamente blanco: «reducir un fotograma hasta sus elementos esenciales significaba eliminar la información superflua que distraía mi ojo de su esencia».

La esencia que busca es la personalidad de cada animal, «la consciencia profunda y compartida por todos los seres vivientes». Usa una técnica especial, de su invención, que le permite fijar minúsculos fragmentos de tiempo. Zuckerman logra capturar así el movimiento más infinitesimal – un batir de alas, un parpadeo- y fijar un instante de tiempo, o mejor, eliminar el tiempo. «Quería que mis fotos se parecieran a los animales embalsamados que tanto me atraían en los museos de historia natural: estoicos, congelados e inmersos en extraños y lejanos pensamientos». El resultado es una serie de fotografías que ponen al observador cara a cara con extraordinarias criaturas que se muestran en su pleno esplendor salvaje y en su misteriosa complejidad.