La creación de Porton Down
Los orígenes de la Guerra Química
A principios del siglo XX la ciencia había avanzado como la humanidad jamás lo había pensado y nuevos inventos hacían parecer brillante el futuro de la humanidad. Muchas de las grandes mentes de la Historia se forjaron en este periodo o se encontraban a su vez educando a los futuros constructores del conocimiento. Sin embargo, pese a lo brillante que se veía el futuro, pronto algunos eventos hicieron que la sociedad europea se diera cuenta de los peligros de este acelerado desarrollo tecnológico.
El 22 de abril de 1915 a las 5 de la tarde los soldados alemanes ubicados en las trincheras de Ypres (Bélgica) liberaron 160 toneladas de cloro presurizado. 6 kilómetros del frente se llenaron del gas, y los alemanes vieron en silencio cómo el viento lo llevaba en dirección a las tropas francocanadienses que defendían las trincheras. La guerra química había comenzado.
La fundación de Porton Down
A principios de 1916 en Porton Down comenzó una frenética actividad de investigación para la construcción de armas químicas más eficientes y para contrarrestar los avances alemanes. Originalmente se trató ante todo de un centro de experimentación con armas químicas, principalmente cloro y gas mostaza, pero también fue el lugar donde se comenzaron a desarrollar las primeras máscaras anti-gas.
A finales de la Primera Guerra Mundial el sitio perdió importancia: muchos creyeron que había llegado el fin de la experimentación química en Porton Down. Sin embargo, la macabra historia de esta facilidad británica apenas si acababa de comenzar.
El papel de Porton Down en la Segunda Guerra Mundial
El periodo de entreguerras
Ya en 1920 las autoridades británicas determinaron que era deseable que Porton Down siguiera en operación. En este momento estaba vivo el recuerdo de la Gran Guerra y era prioritario para las fuerzas armadas británicas el tener acceso a armas químicas eficientes y defensas contra las armas de sus enemigos. Sin embargo, el asunto pronto superaría los umbrales puramente científicos.
Originalmente los científicos de Porton Down experimentaban con animales (ratas, perros, caballos, gatos y monos): en el periodo de entreguerras se realizaron un total de 7.777 experimentos que llevaron a la muerte a más de 5.000 animales y dejaron gravemente heridos a un número indeterminado. El objetivo de estos experimentos era analizar el efecto de estos gases en los tejidos de los seres humanos, por lo que pronto los animales dejaron de resultar efectivos y los científicos tuvieron que comenzar a experimentar con seres humanos.
Lo más grave del asunto es que para conseguir voluntarios el equipo ofrecía algunos premios minoritarios en la milicia y de allí aceptaba soldados a quienes jamás se les advertía la verdadera naturaleza de los experimentos. El número total de voluntarios se desconoce.
La investigación química durante la Segunda Guerra Mundial
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, tanto el Reino Unido como Alemania y los Estados Unidos eran verdaderas potencias en la Guerra Química. Curiosamente, pese a la verdadera orgía investigativa que se realizó durante el conflicto, ninguno de los poderes utilizaría estas armas en la guerra, debido principalmente al temor a retaliaciones por parte del bando contrario.
Sin embargo, esto no evitó que las investigaciones continuaran. De acuerdo con cifras oficiales, más de 5.000 personas fueron usadas como conejillos de indias humanos en este periodo: cuando los voluntarios se acabaron optaron por experimentar con prisioneros alemanes. Por supuesto, esto no pretende ensalzar a los germanos, que a la sazón se encontraban experimentando con los prisioneros de los campos de concentración.
Pese a los esfuerzos británicos, de nuevo los alemanes se les habían adelantado. Soldados aliados encontraron en su camino a Berlín depósitos con miles de toneladas de organofósforos, un nuevo componente letal que por razones desconocidas no fue usado por los altos mandos alemanes. Estos se convertirían en las armas químicas del futuro y vendrían a conocerse como “gases nerviosos”.
El descubrimiento no hizo sino alentar las ansias de experimentación de los científicos de Porton Down. Pese al aumento en la regularización de los derechos humanos y la investigación con personas, la Guerra Fría les daría la excusa perfecta para continuar con sus proyectos por más de cuatro décadas.
Una historia de Porton Down
Pat Cunningham era una Sargento retirada de la 24° compañía de entrenamiento de defensa anti-aérea pesada. En 1941 se sometió a seis semanas de experimentos bajo la solicitud de una superior. Su testimonio indica lo siguiente:
“Los voluntarios no fuimos informados que se iban a probar armas químicas, en lugar de ello se nos dijo que nuestra cooperación ayudaría a terminar la Guerra como parte de una misión secreta. Quería ayudar a mi país y jamás pensé que el ejército haría algo que me lastimara… todos los días fui sometida a gases y sprais que me dejaban muy lastimada o llena de ampollas. Se colocó gas mostaza en mis brazos, y me quemaba por algunos minutos, antes de que me permitirán limpiarlo. En otros experimentos tuvimos que correr a través de campos llenos de neblina donde nos hicieron entrar en contacto con sustancias que quemaban nuestros ojos y nuestra piel. Aún amo a Inglaterra y al ejército, puedo incluso perdonarlos por lo que hicieron, pero quiero que admitan que se lo hicieron a mujeres, así como a hombres.»
Pat siempre consideró que los experimentos habían sido la causa de que su hijo tuviera cáncer límbico, así como los culpaba de su propio cáncer de pulmón que la llevó a la muerte en 2004. Como ella, decenas de personas condenaron al estado Británico por sus actos ilegales de investigación. Pero éstos no terminarían hasta medio siglo más adelante.
En el próximo artículo hablaremos sobre las investigaciones durante la Guerra Fría.
Parte 2
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