Descripción de Diles que no me maten
Titulado Diles que no me maten, este texto narrativo, constituye un cuento, nacido de la pluma del escritor mexicano Juan Rulfo, y que se encuentra incluido en el libro El llano en llamas, publicado por primera vez en el año 1953, gracias a la labor editorial del Fondo de Cultura Económica.
Al igual que los otros cuentos de El llano en llamas, en las líneas de Diles que no me maten se vuelve a dibujar los áridos paisajes de las tierras mexicanas. Así mismo, narrado en primera persona, a través de una voz que es testigo y protagonista, Rulfo vuelve a colocar de manifiesto el tema de las diferencias de clases, de las dificultades de las tierras, la pugna por la justicia, al tiempo en que también expone los límites a los que puede llegar la venganza, cuando el hombre se convence de que la solución es la venganza.
En cuanto a este último concepto, Rulfo pareciera querer expresar con el argumento de este cuento el círculo infinito que genera la venganza, sentimiento que puede mantenerse por años, siendo saciado sólo hasta lograr su cometido, sin que esto signifique reparar los hechos que lo ocasionaron, como por ejemplo con el Coronel de esta historia, el cual aun vengando la muerte de su padre, no podrá reparar la soledad y falta de raíces y estabilidad que le ha ocasionado durante su vida el no tenerlo. Por otro lado, el protagonista vivirá también la angustia de sentir siempre al acecho la venganza de aquellos a quienes ha dañado. De esta forma, se plantea un círculo dramático donde nadie gana, salvo la muerte.
Resumen de Diles que no me maten
El cuento Diles que no me maten de Juan Rulfo, comienza con un diálogo entre padre e hijo, en el cual este primero le clama a su vástago Justino que vaya a interceder por su vida, ante aquellos que quieren terminar con ella.
De esta forma, con el ruego “Diles que no me maten”, este condenado eleva el ruego ante su hijo, pidiéndole que vaya a donde sus verdugos, mientras éste último no parece muy convencido de querer ayudar a su padre, temiendo por su propia vida, ya que siente el deber de protegerla, sobre todo por su esposa y ocho hijos. Sin embargo, después de una larga negativa, Justino acepta ir a interceder por su padre, e ir ante los verdugos de éste a pedir por favor que no lo maten.
Así mismo, un narrador omnisciente toma el control del cuento para narrar cómo el ahora condenado fue traído por sus captores muy temprano en la mañana, momento en el que se decidió amarrarlo a un árbol. Igualmente, el narrador comienza a describir la terrible agonía que sentía el hombre capturado, quien rogaba a toda costa poder conservar su vida.
De la misma forma, este hombre, en medio de su cautiverio comienza a reflexionar casi asombrado de cómo un asunto que para él estaba enterrado por el peso del tiempo, lo había perseguido a través de los años por casi cuatro décadas. Se trataba del asesinato de su compadre Lupe, Don Lupe Terreros, quien además era el dueño de Puerta Piedra, y que aun viendo cómo los animales del ahora sentenciado se morían de hambre y encima siendo su compadre, se negó en todo momento a brindarle una ayuda, permitíendole a las bestias pastar en sus tierras.
Ni siquiera –recordaba el hombre, ahora amarrado a un árbol- después de la época de sequía, a Don Lupe pareció importarle que los animales de su compadre murieran uno a uno. Pero éste no iba a dejar que eso pasara, así que buscó la manera, y logró abrir la cerca, para que sus animales comieran, pues la muerte de estos, implicaba la de su familia, por física hambre.
Así las cosas, estuvieron un tiempo –recordaba el hombre, angustiado por su condena- rompiendo y reparando la cerca que impedía el paso de los animales del hombre a los pastos de las tierras de Don Lupe. Sin embargo, las acciones pasarían a los gritos, y los gritos a las amenazas. Un buen día, Don Lupe le dijo al hombre –quién por primera vez revela su nombre: Juvencio– que si volvía a ver un animal suyo en tierra de él, mataría al animal.
El hombre, Juvencio pareció no amilanarse. Cónsono con su amenaza, Don Lupe le mato un novillo. La próxima parte del cuento narra cómo Juvencio tuvo que esconderse durante 35 años, pues ni las vacas que le dio al Juez, ni el embargo de su casa podían cubrir su fianza por el crimen que había cometido. Lo perdió todo, pues los otros se aprovecharon de sus circunstancias para robarlo. Terminó por abandonar todo, e irse con su hijo a vivir a Palo de Venado.
Treinta y cinco años después, viejo y amarrado a un árbol, no entendía cómo ese asunto volvía al presente a tomar venganza, si cuando él había matado a Don Lupe, éste sólo tenía una mujer y dos hijos que andaban a gatas. Al poco tiempo la mujer murió de pena, y los niños fueron llevados lejos con unos parientes. Sin embargo, no hubo –recuerda el hombre- un momento de paz en su vida, siempre huyendo, escondiéndose en el monte, y sin poder bajar al pueblo, ni si quiera a buscar a su mujer, cuando esta lo abandonó.
Aferrado a la vida, lo encontraron los soldados que fueron a buscarlo, y que lo llevaron por polvorientos caminos hasta una puerta, donde había alguien adentro, con quien hablaba. Era un general, quien estaba buscando al Juvencio Nava, de Alima, que hubiese matado a Don Lupe, pues éste era su padre, sin el cual había tenido que crecer, pues alguien lo había matado de la forma más cruel posible, y ya era hora que pagara.
Juvencio tuvo tiempo de pedirle que no lo matara, mucho menos ahora que era un viejo aferrado a la vida. Sólo consiguió que el ahora General le pidiera a sus hombres que lo emborracharan para que no le dolieran los tiros. Por su parte Juvencio, quien esperaba que su hijo intercediera por él, solo logró paz después de ejecutada la orden. Fue cuando su hijo regresó, lo montó sobre el burro, y se lo llevó a su casa, para poder velarlo junto a su mujer y ocho hijos.
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